martes, 30 de marzo de 2010

El cielo y Ella


Ayer el cielo, enamorado como sigue de Ella, se abrió un hueco entre los aciagos celajes que cubrían el firmamento y apagaban la luz de un plenilunio agitado por el viento, para asomarse, fiel a su cita, al Lunes Santo ubetense. Le resulta tan difícil quedarse sin otear las calles de esta bendita ciudad cuando la Llena de Gracia, Ella, acaricia con sus hijos el añoso empedrado de su historia, cuando Su palio va abriendo las cancelas que ciegan balcones que se van rasgando a requiebro de saeta y a siseo de oración; cómo le gusta oír cuando le dicen guapa, cómo se estremece cuando el hombre la agasaja con la única lluvia que debería mojarla; cómo podría seguir siendo cielo si el capataz no le enseñara la brisa que crea Su palio, la que se hace y se deleita llenando callejones y acariciando viejas paredes que rejuvenecen con el aura de una bambalina bien mecida.

Ayer el cielo no pudo aguantar tanta belleza y en un descuido perdió una lágrima que cayó a la tierra.

Y me cerró el camino que lleva a la gloria cuando ya paladeaba sus dejillos, me penó con el castigo de un San Lorenzo vació, me quitó el poquito paso del Arroyo de Santa María que es el culmen, el último descaro que se convierte en arte antes de que el cansancio me sentencie a un rechinar de dientes y a un arañazo en la trabajadera, cuando un costalero se hace costalero. Me negó entrar en la gloria cuando la estaba acariciando con mis hermanos.

Hoy el cielo está triste, hoy el cielo la añora.

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