Se acaba esta oposición
en el que los inscritos al proceso se han batido el cobre en la ardua tarea de
conseguir la más alta nota que el pópulo pueda otorgarle. Alta recompensa para
tan poco trabajo: veinte días, con sus respectivas vacaciones, llenos de
insomnio en el que como malos estudiantes han intentado aprehender todos los
contenidos de la materia para convencer al tribunal de sus magnificencias y
eficacias. Todos con los mismos apuntes, unos copiados de otros, que no son más
que el resultado de las clases magistrales que Úbeda da, quiere y requiere. Lo
dicho, poco trabajo para tan magna recompensa. Trabajo sin base, encaminado a
enmascarar las grandes carencias que tras cuatro años, unos y otros, han
demostrado en el hemiciclo de su aula.
No voy a engañarme con
cantos de sirena. En todas las proclamas electorales se nos intenta vender
Úbeda como la princesa que todo príncipe desea amar, cuidar y mimar; una
historia de amor verdadero, imperecedero, dispuesta a sobrevivir a pesar de la
multitud de desastres y hecatombes que puedan surgir durante los cuatro años
venideros. Y yo, a Úbeda, veo que le han dado la espalda cuando, siguiendo las
directrices de sus partidos políticos, han hecho caso omiso a la salvaguarda de
la Vieja Cárcel; cuando no aparecen junto a los padres de alumnos del
conservatorio ubetense; cuando las impetuosas ganas de trabajar por el pueblo
en el inicio de la legislatura, son aplacadas con una mísera liberación; cuando
se anteponen ideas casposas y pretéritas, al sentido común inherente en toda
buena y leal política; cuando el diálogo desaparece y se convierte en un circo
lo que debería ser un lugar lleno de inteligencia, sabiduría y consenso. Otra
legislatura más, Úbeda me cuenta que se han argüido decenas de excusas para
darle la espalda desde el lugar donde el ubetense debe querer, amar, cuidar,
celar y encumbrar a esta ciudad con más ahínco: desde su consistorio. ¿Tan fácil
es decir, sinceramente, amo a Úbeda? ¿Tan difícil es actuar por y para Úbeda?
¿Tan difícil es ser un ubetense cuando se ocupa un sillón en el Palacio de las
Cadenas? ¿Tan difícil es quedarse mudo durante quince días para realizar la
mejor campaña electoral que se pueda cumplir?
Se acaba esta oposición,
queridos oyentes. Alea jacta est. Cansado de tanta propaganda, quedo apostado
en mi jergón, a la luz de una lamparita. Me da por releer a Saramago en su
Ensayo sobre la lucidez. En él se describe otro evento electoral, en el que las
urnas se preñan de votos en blanco porque los ciudadanos deciden, sin causa
preclara, ejercer el sagrado derecho del voto de esta manera. Los ciudadanos de
la novela, sin motivo; y nosotros, con decenas de motivos, ya sea a nivel
nacional, regional o municipal, nunca seremos capaces de actuar como los de la
ficción; nunca se nos abrirán los ojos más, y se nos abrirán los oídos menos.
¡Qué utopía la de Saramago!