Se cierra un ciclo. Un ciclo
grandioso donde el carnaval ubetense ha sido un referente en la forma de
entender esta fiesta que actualmente tiene la provincia. No hemos exportado un
carnaval con una idiosincrasia diferente al gaditanismo actual, sino que Úbeda
fue pionera en la importación de este tipo de carnaval a la provincia. Más de
veinticinco años hace que empezaron a escucharse sones de pasodobles y cuplés,
que nacieron la comparsa y la chirigota, defenestrando a la murga. Se acaban
esos años donde casi una decena de agrupaciones ubetenses se daban cita sobre
las tablas del teatro Ideal en aquellas noches mágicas de finales
interminables, aforos llenos y ambigú clandestino. Este año, con suerte,
bastarán los dedos de una mano para contarlos. Lo grave viene cuando miro hacia
atrás y en el horizonte no se atisba sombra ninguna. Es curioso que, ahora que
existe una asociación exclusivamente dedicada al cuidado y desarrollo del
carnaval en nuestra ciudad, no se desentierren labores que antaño realizaron,
entre otros, el colegio Sebastián de Córdoba; o que surjan iniciativas desde
las diferentes agrupaciones para llevar el carnaval cantado a los barrios o a
los colegios. Es difícil que surjan conjuntos de niños como aquellos
Huerfanitos que, llevados de la mano de Miguel Ángel Romero, encandiló a la
ciudad hace veinte años y del cual nacieron la casi totalidad de agrupaciones
que han pisado las tablas de nuestro entrañable teatro.
Han cambiado las tornas. Ahora es
la calle la que manda, la que atrae. Estamos de enhorabuena, los carnavaleros,
viendo como el número de personas disfrazadas en la cabalgata y durante la
semana de carnaval aumenta cada año; aunque personalmente me entristece ver que
nadie lo hace con un sentido distinto al del simple divertimento. En cierto
sentido, se ha pisoteado la moralidad de esta fiesta tan revolucionaria con la
inmoralidad endémica de esta sociedad actual. Pocos cogen un lápiz para crear
denuncia, pocos exprimen la mente para mover conciencias. Incluso en Cádiz,
océano donde se refleja casi todo, se ha hecho del pasodoble un modo de canción
anodina e innocua.
En una sociedad tan laxa y falta
de valores quizá lo único que sobre sea el propio carnaval. Espero que nunca
surja la necesidad de volver a rescatarlo.