miércoles, 27 de octubre de 2021

La prosa del pregonero


La prosa del pregonero es una mano amable que acompaña a pasear por alguno de los recovecos y rincones de la ciudad en los prolegómenos de un ocaso inminente o mientras los vencejos anuncian en las plazas el esplendor con el que nacen los días, su prosa es una mano que te aboca al instante justo donde los días se rompen en dos, enseñándote, en cualquier caso, que los vaivenes, traqueteos y rutinas que traen los nuevos días y las nuevas noches, siempre tienen un final en calma que se repite cada vez que el sol deforma su perfecta figura con las montañas que nos rodean. Su prosa está llena de la belleza contenida en esos momentos donde los ojos se quedan ciegos, nuestras bocas enmudecen y el corazón se queda en suspenso, ante la incapacidad de soportar tanta belleza.

Su prosa surgirá en ese instante justo en los que la vida de los cofrades se parte en dos, para entregarnos con su excelsa facundia y su entonación precisa, lo que los días grandes de esta ciudad de Semana Santa nos prodigarán a partir del Domingo de Ramos hasta el día en el que un nuevo pregonero haga olvidar al antecesor.

La prosa de Manolo Madrid, Don Manuel Madrid Delgado, volverá a navegar entre las más amables aguas que son iluminadas por su faro. Manolo nos entregará esa Semana Santa que se sustenta en el pasado de los que nos precedieron, y que se tambalea en ese futuro incierto que estamos forjando sin hierro ni argamasa. Porque Manolo es de esos espíritus capaces de abstraer lo verdadero, lo profundo, lo importante, lo esencial, lo humano, lo divino de nuestra Semana Santa, cuando aparece ante las cancelas de nuestros templos, cuando surge entre los portones de nuestro tiempo.

Será un gran día para Úbeda la antesala del Domingo de Ramos. Sea donde sea, será un hermoso día porque veremos renacer la Semana Santa en los labios de un ubetense bueno, preclaro de su ciudad, admirado por este que les habla.

Gracias, Luis Carlos, por traérnoslo. Gracias, Manolo, por volver.


martes, 15 de junio de 2021

Otro golem ubetense

 


Nos valemos de ejemplos para significar conceptos que a veces son difíciles de asir y sacar del papel donde se nos muestran.

La bondad es uno de ellos. Ser bueno es seguir el modelo del bien que otros, antes que nosotros, dejaron registrado con sus obras y palabras. Los cristianos tenemos el paradigma en la vida de Jesús, en las historias de los Santos; pero son a veces tan perfectos, sin mancha, tan pulcros, que nos empequeñecemos ante ellos y desistimos de emularlos. Por eso, cuando en nuestra vida diaria aparece el bien en la sencillez de un hombre coetáneo, al que vemos andar entre nuestras calles y compartir los espacios que habitamos, rezar a lo mismo que nosotros rezamos, con una devoción gigantesca hacia su Chiquitilla, que viste el hábito de su cofradía sabiendo que será la mortaja en su tumba; cuando somos testigos de un hombre que se dio sin miramientos a los demás, que hizo de la caridad hilo conductor de sus energías, que detrás de un mostrador donde se vendía humo, soplaba con su eterna sonrisa a los problemas de aquellos que llegaban a su estanco pidiendo algo más que tabaco; cuando la vida nos pone en bandeja un modelo de bondad tan sencillo de seguir e imitar, solo debemos dar gracias por la oportunidad que nos brinda.

Esteban Valenzuela Martínez ha sido eso, un espejo donde mirarnos para ver reflejadas las taras y vicios que manchan nuestra imperfección. Esteban ha sido una de esas casualidades que el destino hace brillar para darnos una salida cuando nos aplaste la oscuridad. Esteban era un hombre bueno, con la inmensidad inmersa en los vocablos “hombre” y “bueno”. Otro más, como el Viejo, Antonio Cruz o Manolo Molina, otro puntal de la vida religiosa y cofrade de la ciudad como lo fue el bueno de Julián Moreno. Esteban es otro golem ubetense que nos empequeñece, nos apoca, nos desvalora; pero que se nos dio para emularlo si alguna vez queremos aprehender el sencillo concepto de la bondad. Gracias, Esteban. Disfruta de la Gloria junto a tu Chiquitilla, con la eterna sonrisa de tus amaneceres morados.

martes, 4 de mayo de 2021

Despertares

 


Hoy soplaba el aire desde el este, como si el sol lo estuviera empujando mientras asomaba sus pestañas por las cumbres de Sierra Cazorla. La bandera de Úbeda ondeaba hacia el oeste con cadencia andaluza y en el cielo, rotas por una fuerza vaporosa, unas nubes esponjosas se arremolinaban como si estuvieran esquilando a la mañana.

Son pequeñas recompensas que obtenemos aquellos que descubrimos el paso de la noche al día cada despertar.

Hoy las calles desiertas de la ciudad estaban perfumadas de otra manera. Olían a sal y arena, y entre el tímido canto de los vencejos iba y venía el rumor de la olas rompiendo en la fresca orilla que ha vuelto a ser marcada con las huellas de aquellos que la echaban de menos. Hoy había menos persianas bajadas, menos camas vacías y más ubetenses en sus hogares. Se oía aún el eco de los besos que llevaban tanto tiempo sin darse; de las chimeneas brotaba el calor de los abrazos tanto tiempo deseados, el calor del verdadero hogar.

Despertaba hoy un lunes distinto después de tanto tiempo, un lunes cuasi perfecto, con las fronteras del tiempo a medio abrir.

Porque aunque las costumbres vayan cogiendo su silla y la normalidad vaya haciéndose un hueco en nuestros amaneceres, en Úbeda solo se abrirán absolutamente las fronteras del espacio y del tiempo cuando la noche se convierta en día en los ojos de los ubetenses apostados frente a la Puerta de la Consolada en la mañana de un Viernes Santo que ya se acerca. Úbeda tiene que venir levitando entre caminos de olivos, tras el tránsito nocturno de camino hacia el Gavellar. A Úbeda le falta despertarse aterida por el relente húmedo del arroyo y arrancarse el rocío subiendo hacia la aldea con una Virgen pequeña y hermosa sobre los hombros. Porque Úbeda aún no es. Solo será cuando vuelva a regresarse desde dentro de un claustro preñado de Jesús; solo será cuando vuelva a regresarse desde la primavera apostada en el pequeño manto que mayo le teje a María. Así ha sido siempre y ese siempre aún nos falta.