lunes, 15 de abril de 2024

Paseos sin rostro

 


De repente uno descubre que vive en una ciudad tan extraña y mira hacia atrás buscando el momento preciso cuando todo empezó a cambiar. Algún cambio ha tenido que sucederse para que la ciudad sea capaz de disfrazar con un ropaje incorpóreo que despoja de personalidad al transeúnte que se adentra en las entrañas históricas de una ciudad que poco a poco se ha ido descalzando las zapatillas de pueblo.

Es verdad que repicaban las mismas campanas que pintan los tejados con los distintos tonos del día, y el sonido es inconfundible pues son los mismos olivos los que devuelven el eco amortiguado por su plateadas copas, y el vagabundeo de mis pasos recorría los mismos adoquines que se han ido limando a lo largo de los siglos; pero en una tarde de un sábado cualquiera, un ubetense en Úbeda, digamos que fui yo, pudo constatar que hoy es posible pasar totalmente desapercibido entre las arterias de la ciudad vieja y dorada. Como un turista más, como un extranjero perdido mirando su ubicación en el mapa de google, entre mesas de tabernas atestadas de humanos sedientos tras una jornada de visitas y tournée interminables. La ciudad ahora es capaz de arrebatarte el rostro, incluso hasta el punto de verte reflejado en los ojos de amigos y conocidos, de coetáneos y compadres, de ubetenses que han compartido infancia, adolescencia y madurez, y que esos ojos no te reconozcan, desorientados entre la turba foránea que atesta las calles y plazas del casco antiguo, entre la vorágine de los grupos de extranjeros con auriculares en los oídos, entre la turbulencia de miles de teléfonos móviles obturando una y otra vez para captar un momento único en una ciudad hermosa que mañana solo será un recuerdo.

Pasear por Úbeda y creer que no eres de ella. Ahora es posible. Algo ha cambiado, algo cambió. Todos nos alegramos aquel día, aquel lejano día de julio del año 2003. El precio estaba claro: entregar la ciudad al mundo, derribar sus murallas, y que el ubetense fuera desterrado a sentirse como tal cuando la noche acoge a la ciudad y en el silencio se oye el quejido de una Úbeda cansada de tanto ruido.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

TEXTOS CONCIERTO CONMEMORATIVO DEL 125 ANIVERSARIO DE LA PROCESIÓN GENERAL

 


LA EXPIRACIÓN. EL NACIMIENTO DE LA MAGNA PROCESIÓN GENERAL.

Plañidos y lamentos, como la brisa salada que trae el viento desde lo más insondable del horizonte inalcanzable donde se unen cielo y mar. La muerte viene precedida del salitre sobre el rostro y el incesante murmullo de las olas rompiendo sobre la playa; la muerte nos avisa de su llegada como las copas de los árboles de la pronta lluvia, como el canto de la chicharra de la inhóspita tarde estival.

1897 y en Úbeda se abría de nuevo un sepulcro para acoger al cuerpo muerto de Jesús. La muerte de Cristo se hacía visible en la vida del cofrade ubetense.

La muerte narrada en los Evangelios no estaba sobre la ciudad. En la Soledad del Viernes Santo, que llegaba desde las entrañas de los hornos de la calle Valencia, la muerte ya había partido, e incluso se olvidaba entre la algarabía que acompañaba al paso de María. Y en el monte Calvario de la Trinidad, la muerte aún no quería llegar, quedaba apostada en los clavos sobre la cruz, en las sanguinolientas llagas que Jesús mostraba al pueblo compungido, en un último aliento que siempre quedaba en vilo. Vestida de plata, la muerte abría de par en par las puertas de Santa María, y la muerte llegó con un estruendo callado, nos cogía de la mano y nos invitaba a acompañarla. Así, el cofrade ubetense, entonando cantos de silencio perpetuo, vestido de las diferentes túnicas que blanquinegreaban el Viernes Santo, cambió horarios de salida de sus procesiones, porque era el deber quien los requería y la llamada de la Muerte de Cristo los convocó a la hora prevista de aquel Viernes Santo de las postrimerías del siglo XIX, para formar parte del cortejo doliente que toda muerte necesita. Desde Santa María hasta la Trinidad, con un trágico desfile silencioso y doliente, nacía la Magna Procesión General de Úbeda que, cerrando las cancelas de la Puerta de Juan de Mata en la Trinidad, significaba la instauración del silencio que sigue a la Expiración.

 EL SEPULCRO. EL CUADRO.

Cuando la Magna Procesión languidece, bajo la sombra de la Cruz de Hierro, un cortejo de penitentes de blanca gola de encaje pinta de sombras la calle Montiel. Una cruz barroca convierte a su paso las calles en tristeza. Sones tétricos de timbal y de tambor hacen temblar ventanales y van abriendo las camas en las alcobas tras el destierro. La cofradía del Santo Entierro de Cristo y Santo Sepulcro se desparrama entre ecos en la plaza Primero de Mayo. Si Úbeda tuviera que morir en algún momento de la Historia, lo haría sin lugar a dudas con esa plaza preñada de luces mortecinas, rostros de terciopelo negro y Cristo Yacente entre el fuego eterno.

Una belleza desmayada que se sustenta en los renglones de la historia de nuestra Procesión General. Porque Cristo Yacente en su Santo Sepulcro va de Montiel a Santa María cuando ya es Sábado de Gloria y con él bajan nuestros antepasados, los de aquel año 1897, que se aglutinaron bajo la Trinidad para acompañar un sepulcro de Plata Meneses hasta Santa María. Cofrades de todas las raleas, sin importar colores y escudos, formaron, en la tarde del Sábado de Gloria, un nuevo cortejo fúnebre que al desembocar en el Paseo del Mercado trazó sobre el lienzo de la ciudad una de las estampas más bellas que haya podido parir Úbeda: el cuadro.

Quizá no sea el espacio ni el instante, ni el entorno ni el momento de lanzar peticiones al respetable; pero cientoveinticinco años después siempre tendremos la oportunidad de regresar al pasado, cerrar los ojos para emigrar a aquel ubetense lejano que acompañando el cuerpo de Jesús muerto, lo rodeaba en círculos concéntricos en aquella plaza de antaño, mientras sonaban marchas fúnebres dirigidas por Don Victoriano, vistiendo la plaza de luto arremolinada junto al Sepulcro.

 STABAT MATER. LA ETERNA DESPEDIDA.

Adiós es una palabra que se escribe sin tinta, se dice sin aire y se aprende sin maestro. El adiós es la rúbrica a un pasado que no volverá a sucederse. Pero en Úbeda tenemos un adiós indeleble que se empeña en esconderse en el recuerdo, y sale a nuestro paso constantemente para decirnos que en Úbeda la Semana Santa es eterna.

La Magna Procesión General de Úbeda es un adiós tan rotundo a los días grandes de nuestra ciudad, es un final tan magistral a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, que dotado de tanta hermosura y excelencia se queda levitando en la conciencia de la ciudad para no marcharse jamás. La General es despedida sin ida, porque se queda presa en un Real de colores, sobre la plaza Vieja satisfecha; en el Claro Bajo de San Isidoro en un Desconsuelo distinto; en la lonja de la Trinidad en un Calvario anochecido; en la escalinata de San Pablo entre tambores latinos; en la vuelta a Santa María pintando en morado los cirios; queda sentada en una vieja silla de enea, bajo el suave cobijo de una manta de lana vieja y el sustento de un puñado de pipas.

Es un adiós que nace allá por San Millán, al caer de la tarde del Viernes, cuando, mientras en la ciudad se van llenando las calles de apoteosis, júbilos y frenesíes; un barrio entero se emplaza a los pies de la cuesta de la Merced mientras empieza a sonar una letanía de notas anónimas que se apoderan de la ciudad, al compás del parsimonioso paso de María en su Soledad. Es la paradoja de la Magna Procesión General que empieza a poner de gala a la ciudad con las tristes notas de un adiós anónimo que se quedará anclado un año entero a los pies de la Cruz de Hierro, mecido en la pleamar de nuestras almas por la gravedad de un imperecedero Stabat Mater.

 LA GENERAL. LA ESPERADA REUNIÓN.

Los barrios se van abriendo a la tarde. En la duermevela de la tarde del Viernes Santo, inadvertidos, una continua procesión de penitentes solitarios y anónimos va entregando tambores, trompetas y los necesarios hermanos de luz a las casas de nuestras hermandades que vuelven a abrir sus puertas para organizar un nuevo guion, el guion del cortejo fúnebre que naciera en aquel año 1897 y que a lo largo de los siglos ha ido mutando en una verdadera explosión de religiosidad, cristianismo y costumbrismo.

Es la vieja plaza, la de Andalucía, la de Toledo, incluso la del General Orduña, el vientre que parirá la mayor exaltación de magnanimidad y señorío que pueda vivirse en esta ciudad. En una plaza callada tras el último paso de la cofradía de las Angustias cuando la tarde amanecía, se vienen desde sus arterias las músicas que anuncian la llegada de las distintas tribus. El Rastro regresa al Jueves Santo trayendo desde Mágina los sones de Los voluntarios, desde Trinidad parece que el Domingo de Ramos se vuelve a modelar en los instrumentos de su banda, desde Corredera, desde Mesones, desde Don Juan, desde el cielo mismo si fuera posible, cientos de hombres con la música de las noches de Cuaresma, y la banda de los Romanos que venga desde donde quiera que todos los caminos comienzan en Roma. Y allí debatimos con nuestro yo si dejarnos erizar la piel, o dejar partir nuestros recuerdos en forma de lágrima, o sonreír cuando dos bandas se unen para tocar alalimón una misma poesía de notas musicales, o sentirse orgulloso del respeto que se tiene al paso de una banda del Viernes Santo o al paso de un trono camino de Santa María. Todo: la profusión de colores, la riqueza de olores, la exuberancia de sabores que la escena nos deja en el paladar; todo en la vieja Plaza, la de Andalucía, la de Toledo, incluso la del General Orduña, en la plaza de La General.

 TOQUE DE LAMENTOS. EL ECO DEL VIERNES SANTO.

Acaba de escucharse la Sentencia de Cristo allá por el Real y mueren los sonidos. Más allá de las cinco de la mañana, nace el Viernes Santo vestido de morado, en la miel macilenta de las tulipas de un guion eterno y en el rezo perseverante de los lamentos de trompeta. Una letanía interminable dueña de todos los instantes que se sucederán a lo largo del último día de Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Son lamentos los que abren y cierran las cancelas y enrejados de nuestros templos, son lamentos los que abrirán el día entre el murmullo de los vencejos en la madrugada apostada sobre la Consolada, son lamentos que engrandecen la más bella plaza del mundo cuando Cristo comienza a caer, son lamentos que acallan la turba acomodada a los pies del Calvario para ver morir al Hijo de Dios, son lamentos en el Claro Bajo de San Isidoro llamando a la lluvia y buscando al llanto, son lamentos los únicos que no destiemplan el tiempo cuando el Stabat Mater se calla en el horno de San Millán.

Lamentos, corros de lamentos, hombres anónimos que rezan con lamentos, que entregan los lamentos para que se nos claven en el alma mientras asistimos febriles al paso de Jesús en su agonía. Lamentos que se adhieren a las paredes, que se mezclan con el retumbar de los timbales en la Magna Procesión General y nos van despertando del sueño vivido durante los días grandes de la ciudad.

Lamentos que se quedan en nosotros, como un eco eterno que regresa cuando quedamos a solas con Jesús, con ese Jesús de madera que todos tenemos en la mirada y al que rezamos en silencio con un tenue y suplicante lamento.

 COFRADÍAS UBETENSES. APOTEOSIS DEL CRISTIANO.

Y el todo son trocitos de retales que el tiempo y la costumbre van uniendo. Ya cada cofradía sin saberlo desanda los caminos del pasado y van pisando huellas por las calles que otros antes que ellos anduvieron. Santa María abierta va pariendo los Cristos de madera que encerraba, María bajo palio va acogiendo del hombre sus lamentos y plegarias. El Salvador lejano se engalana con los rayos de luz que ya postreros iluminan su divina portada, cuando el sol deja la piedra oscura y fría los cofrades van encendiendo sus candelas, a Dios se le calienta el rostro tibio, y la noche es azul y eterno el tiempo. Capirotes tapan rostros, costaleros levantan faldas, y siempre el Borriquillo es el que abre y siempre la Soledad sin soledad cierra el encuentro.

Se esparcen las pinturas entre las calles y el tiempo con su pincel las va ordenando, pintando en la noche un escorzo de lo que han sido los días extraordinarios ubetenses. Desde el Domingo de Ramos hasta la muerte de Cristo, seis días de desvelos, azoramientos y beldades, seis días de un Evangelio plástico exquisito, contenidos en un instante eterno sobre una ciudad absoluta. La catequesis de la General, la catequesis de nuestras Hermandades; la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo según Úbeda.

Y el todo que el tiempo y la costumbre ha ido uniendo se rompe en sus retales. Cada cofradía regresa hacia su templo, cada tribu con cansados andares se deshace en sus túnicas, el rostro anónimo se desvela y tan solo queda un hombre que vencido despide a Dios y su Madre en el postigo. Son mil las generales que renacen, una por cada cofrade que con la capa recogida, el capirote en el brazo, el tambor desmayado, el cirio desgastado, la corneta sin boquilla y el alma de recogida, regresa solitario hacia el hogar silbando entre las sombras de la noches el himno de la cofradía que lo ha acompañado todos los días de su vida.

 AGRUPACIÓN DE COFRADÍAS. NUESTRO COMPROMISO.

Ella está en nuestra mano. Tenemos un compromiso heredado en aquella tarde del año 1897. Pensar en los motivos que llevaron a la celebración de aquella Procesión General, no nos puede llevar a otra opción que la de acompañar al Santo Sepulcro en su procesión, y así, tan simple y espontánea como acompañar a Cristo debe ser la deuda que los cofrades de nuestro tiempo tengamos con la Procesión General.

Seamos leales a nuestra condición de ubetenses, de cofrades y de cristianos: es Cristo quien nos convoca en cada instante de nuestra vida a dar ejemplo con ella de los valores inmersos en el Evangelio, es Cristo quien nos llama a evangelizar con su paradigma de Amor; en la Procesión General tenemos el instrumento ideal para enseñar a Dios con nuestras imágenes y evangelizar con la Pasión y Muerte de Cristo. Nos convocan nuestras hermandades; ellas, más allá de nombres y cargos, necesitan de un cofrade limpio de chovinismo y protagonismo, somos hermandad y con ella debemos estar en todo lo que se nos requiera, no ser cofrades de medio pelo y participando en la Magna Procesión General tenemos otra oportunidad para demostrarlo. Y nos convoca Úbeda, la capitana de vientos y olivos, porque no puede quedar huérfana de la noche capital de su Semana Santa, porque sin ella perdería un acontecimiento anual que la matiza y la engalana y le da carácter y la apellido Ciudad de Semana Santa.

¿Tanto nos ha costado llegar hasta aquí? ¿Tanto peso llevamos en la espalda tras estos cientoveinticinco años como para seguir preguntándonos a veces si la Magna Procesión General tiene sentido en nuestros días?

Miremos hacia atrás, cojamos de la mano al cofrade de aquel año 1897 y hagamos solamente lo que él hizo. Caminar junto a Cristo cuando Él lo pidió. Caminar junto a Cristo en unión.

jueves, 2 de noviembre de 2023

La solidez de la memoria


Don Robustiano me sorprendió en el mismo momento que giré la esquina y me adentré trotando en el túnel de cipreses que lleva al cementerio. Él estaba a sus cosas, con las manos en la espalda y mirando hacia el suelo; pero me gusta llamarle la atención y sonsacarle un potente buenos días desde cualquier distancia y lugar. Venía del camposanto. Era uno más de los cientos de ubetenses que ayer llenaron de vida, paradójicamente, las calles y rincones de San Ginés, donde descansan eternamente nuestros antepasados, el último lugar al que llegaremos tras nuestra vida. Es un rito desandar los pasos imaginarios del último viaje para reencontrarnos con nuestro último aliento, porque quién no piensa cuándo llegará su momento y serán otros los que vengan a colocar flores sobre su tumba. Es inevitable pensar en la muerte y ayer ese pensamiento se hizo más presente al conectarnos de manera tan directa con ella.

La muerte moldea nuestras vidas y no porque alguna vez nos deba llevar de la mano, sino porque constantemente nos está robando algo de nuestro alrededor que conformaba nuestra persona. Y siempre nos relegará a estar echando de menos a alguien que se nos fue. Ayer, hoy, la muerte se viste de gala para recordarnos que hay que vivir profunda e intensamente, y lo hace pinchando nuestra memoria con el recuerdo de los seres queridos que ya marcharon. Y el recuerdo, a pesar de que intentemos disfrazarlo con tradiciones importadas de otros lares, más televisivas y cinematográficas, el recuerdo, digo, es más sólido que la muerte misma. Y recordar es un alimento que se toma en silencio, al abrigo del hogar con un buen plato de gachas sobre la mesa y las castañas tostándose en la lumbre. Recordar tiene figura de Don Robustiano, un andar firme y lento con las manos en la espalda, mirando atentamente el suelo de nuestras entrañas, entre cipreses centenarios y el piar de los vencejos que anidan en San Ginés.

miércoles, 27 de octubre de 2021

La prosa del pregonero


La prosa del pregonero es una mano amable que acompaña a pasear por alguno de los recovecos y rincones de la ciudad en los prolegómenos de un ocaso inminente o mientras los vencejos anuncian en las plazas el esplendor con el que nacen los días, su prosa es una mano que te aboca al instante justo donde los días se rompen en dos, enseñándote, en cualquier caso, que los vaivenes, traqueteos y rutinas que traen los nuevos días y las nuevas noches, siempre tienen un final en calma que se repite cada vez que el sol deforma su perfecta figura con las montañas que nos rodean. Su prosa está llena de la belleza contenida en esos momentos donde los ojos se quedan ciegos, nuestras bocas enmudecen y el corazón se queda en suspenso, ante la incapacidad de soportar tanta belleza.

Su prosa surgirá en ese instante justo en los que la vida de los cofrades se parte en dos, para entregarnos con su excelsa facundia y su entonación precisa, lo que los días grandes de esta ciudad de Semana Santa nos prodigarán a partir del Domingo de Ramos hasta el día en el que un nuevo pregonero haga olvidar al antecesor.

La prosa de Manolo Madrid, Don Manuel Madrid Delgado, volverá a navegar entre las más amables aguas que son iluminadas por su faro. Manolo nos entregará esa Semana Santa que se sustenta en el pasado de los que nos precedieron, y que se tambalea en ese futuro incierto que estamos forjando sin hierro ni argamasa. Porque Manolo es de esos espíritus capaces de abstraer lo verdadero, lo profundo, lo importante, lo esencial, lo humano, lo divino de nuestra Semana Santa, cuando aparece ante las cancelas de nuestros templos, cuando surge entre los portones de nuestro tiempo.

Será un gran día para Úbeda la antesala del Domingo de Ramos. Sea donde sea, será un hermoso día porque veremos renacer la Semana Santa en los labios de un ubetense bueno, preclaro de su ciudad, admirado por este que les habla.

Gracias, Luis Carlos, por traérnoslo. Gracias, Manolo, por volver.


martes, 15 de junio de 2021

Otro golem ubetense

 


Nos valemos de ejemplos para significar conceptos que a veces son difíciles de asir y sacar del papel donde se nos muestran.

La bondad es uno de ellos. Ser bueno es seguir el modelo del bien que otros, antes que nosotros, dejaron registrado con sus obras y palabras. Los cristianos tenemos el paradigma en la vida de Jesús, en las historias de los Santos; pero son a veces tan perfectos, sin mancha, tan pulcros, que nos empequeñecemos ante ellos y desistimos de emularlos. Por eso, cuando en nuestra vida diaria aparece el bien en la sencillez de un hombre coetáneo, al que vemos andar entre nuestras calles y compartir los espacios que habitamos, rezar a lo mismo que nosotros rezamos, con una devoción gigantesca hacia su Chiquitilla, que viste el hábito de su cofradía sabiendo que será la mortaja en su tumba; cuando somos testigos de un hombre que se dio sin miramientos a los demás, que hizo de la caridad hilo conductor de sus energías, que detrás de un mostrador donde se vendía humo, soplaba con su eterna sonrisa a los problemas de aquellos que llegaban a su estanco pidiendo algo más que tabaco; cuando la vida nos pone en bandeja un modelo de bondad tan sencillo de seguir e imitar, solo debemos dar gracias por la oportunidad que nos brinda.

Esteban Valenzuela Martínez ha sido eso, un espejo donde mirarnos para ver reflejadas las taras y vicios que manchan nuestra imperfección. Esteban ha sido una de esas casualidades que el destino hace brillar para darnos una salida cuando nos aplaste la oscuridad. Esteban era un hombre bueno, con la inmensidad inmersa en los vocablos “hombre” y “bueno”. Otro más, como el Viejo, Antonio Cruz o Manolo Molina, otro puntal de la vida religiosa y cofrade de la ciudad como lo fue el bueno de Julián Moreno. Esteban es otro golem ubetense que nos empequeñece, nos apoca, nos desvalora; pero que se nos dio para emularlo si alguna vez queremos aprehender el sencillo concepto de la bondad. Gracias, Esteban. Disfruta de la Gloria junto a tu Chiquitilla, con la eterna sonrisa de tus amaneceres morados.

martes, 4 de mayo de 2021

Despertares

 


Hoy soplaba el aire desde el este, como si el sol lo estuviera empujando mientras asomaba sus pestañas por las cumbres de Sierra Cazorla. La bandera de Úbeda ondeaba hacia el oeste con cadencia andaluza y en el cielo, rotas por una fuerza vaporosa, unas nubes esponjosas se arremolinaban como si estuvieran esquilando a la mañana.

Son pequeñas recompensas que obtenemos aquellos que descubrimos el paso de la noche al día cada despertar.

Hoy las calles desiertas de la ciudad estaban perfumadas de otra manera. Olían a sal y arena, y entre el tímido canto de los vencejos iba y venía el rumor de la olas rompiendo en la fresca orilla que ha vuelto a ser marcada con las huellas de aquellos que la echaban de menos. Hoy había menos persianas bajadas, menos camas vacías y más ubetenses en sus hogares. Se oía aún el eco de los besos que llevaban tanto tiempo sin darse; de las chimeneas brotaba el calor de los abrazos tanto tiempo deseados, el calor del verdadero hogar.

Despertaba hoy un lunes distinto después de tanto tiempo, un lunes cuasi perfecto, con las fronteras del tiempo a medio abrir.

Porque aunque las costumbres vayan cogiendo su silla y la normalidad vaya haciéndose un hueco en nuestros amaneceres, en Úbeda solo se abrirán absolutamente las fronteras del espacio y del tiempo cuando la noche se convierta en día en los ojos de los ubetenses apostados frente a la Puerta de la Consolada en la mañana de un Viernes Santo que ya se acerca. Úbeda tiene que venir levitando entre caminos de olivos, tras el tránsito nocturno de camino hacia el Gavellar. A Úbeda le falta despertarse aterida por el relente húmedo del arroyo y arrancarse el rocío subiendo hacia la aldea con una Virgen pequeña y hermosa sobre los hombros. Porque Úbeda aún no es. Solo será cuando vuelva a regresarse desde dentro de un claustro preñado de Jesús; solo será cuando vuelva a regresarse desde la primavera apostada en el pequeño manto que mayo le teje a María. Así ha sido siempre y ese siempre aún nos falta.

 

 

jueves, 15 de octubre de 2020

Paseo en gris

 


Juan ha envejecido. Lleva más de tres años paseando diariamente por las calles de la ciudad porque no aguanta quedarse en casa. Como lo hizo durante cuarenta años, abriendo la persiana del negocio que regentaba en la calle más comercial del pueblo, ahora cierra la cancela de madera de su hogar, a las nueve de la mañana, echando a andar por el empedrado histórico del centro. Nunca supo cómo sería envejecer, no tuvo tiempo para pensar en ello. Ahora lo hace y es consciente, mientras recorre las calles comerciales, antaño tan concurridas, descubriendo a cada tiempo una nueva persiana bajada, otro negocio que cierra, un nuevo cartel de “Se alquila”, una nueva arruga en su rostro.

Juan envejece y lo hace triste. Piensa en su vida, su juventud, su pasado. Todo, absolutamente todo, orientado a vivir; porque vivir era un futuro, porque vivir era una lucha por ser mejores, porque vivió para dejar un mañana más amable y más generoso con las generaciones venideras: la de sus hijos y la de sus nietos. Juan cambió un mundo con reminiscencias de guerras y dictaduras, Juan le sonreía a los miedos, Juan no tuvo espanto a los cambios, porque Juan y su generación son aquellos hombres que fueron cambiando España sin darse cuenta, con el trabajo del día a día, con el respeto y las sonrisas; porque los grandes cambios son aquellos que no hacen ruido, no desestabilizan conciencias y se les hace un hueco en el sofá del hogar.

Juan envejece y se enfada, porque nunca pensó que el color de la vejez iba a ser el gris de nuestros días. El gris del metal que cierra las fachadas de las calles por las que pasea, el gris en las miradas de los parados en las colas del banco, el gris de las portadas de los periódicos en el kiosko de la Plaza, el gris de las voces que retumban en el Congreso, el gris de vencedores y  vencidos.

Y Juan pasea, pasea, buscando dolorido el olvido.