Sería muy complicado escribir una
novela cuya trama se desarrollara en el escenario de la noche ubetense. Bueno,
aclaremos, una novela silenciosa, sombría, sigilosa; una novela de intriga o
policíaca, con un comisario envuelto en pistas que lleven hacia la guarida de
algún misántropo delincuente que actúe en el anonimato de la noche; o una
novela de amores imposibles a la luz del sol, amores que solamente pueden
hacerse pasión en la clandestinidad de las tinieblas. No existirían crímenes
como los de Plenilunio, ni tejados que sirvieran de escape como los de Beatus
Ille, ni balcones ni murallas que nos escondieran mientras observásemos las
luces de los automóviles que vuelven a la ciudad desde el valle del
Guadalquivir, como ocurre en El jinete polaco.
La noche ubetense ha cambiado
radicalmente en los últimos años. Ahora, pasear por su tiempo, se hace extraño,
y a veces, a mí me paso en mi último paseo anochecido, uno olvida que lo hace
en la noche si no fuera por la quietud que aún nos recuerda que vivimos en un pueblo,
o por la oscuridad mantenida en el cielo que nos protege. El cambio de
iluminación acaecido en los últimos tiempos, con esas farolas de bombillas LED,
tan muertas, con esa luz tan fría; en cierto sentido, nos ha hecho perder esa
identidad que antaño marcaba nuestro ser ubetense. Somos patrimonio para el
mundo y hemos perdido el mundo que era nuestro patrimonio. Ahora uno camina en
la noche y tiene que ir con los ojos contraídos para ver a Úbeda; antaño era al
contrario, abrir los ojos era amable, y mucho, y en esa acción nos empapábamos
de la belleza escondida en los callejones y plazas, a la tenue luz broncínea
que nos regalaban las candelas de entonces; esas candelas que acunaban nuestro
sueños en las noches de verano cuando dormir con las ventanas abiertas era un
hábito de nuestra libertad.
Aún existe una farola en la que
quedarse suspendido en aquellos tiempos, espero que estas palabras sirvan para
dejarla anclada a la noche de los tiempos venideros. Existe en la Casa de la
Tercia, en su patio, a la sombra del torreón de las Arcas, junto al arco de la
calle Ventanas; incluso hay un banco invisible a la claridad de la noche, donde
quedarse escribiendo novelas en aquella Úbeda tan bella de la noche de otros tiempos.