Nadie nos quitará ese Seis a las seis o los cigarros en el patio de Santa Teresa mientras llegan los nazarenos, porque en nuestro corazón pesan las noches de bohemia e ingravidez de los ensayos, o las tardes e incluso las mañanas. Quién nos puede tachar de mercenarios, de inmigrantes o denigrantes, de mascotas sevillanas o saltimbanquis con faja y costal, quién se puede atrever a decirnos esto: alguien que no ha vivido con un costal sobre el entendimiento, con una faja haciendo desvariar al corazón y el roce con nuestra Úbeda que nos devuelve el aliento que el vacío nos regala. Señores, ser costalero es otro mundo como el mundo es otro cuando somos los dueños del mundo.
Los que entiendan esto serán los únicos que han traspasado las puertas de esa Santa María que tanto me duele, en las vísperas de la noche del Lunes Santo, encadenados a un futuro de paseos tontos e inútiles en los que vagar de la mano de nuestra vida y nuestras preocupaciones, nuestros amores o nuestras dudas, nuestras riñas y nuestros amores, enardecidos por alguna mirada rabiosa o dubitativa o por un cigarro ofrecido a destiempo; que decir de ese patio, paraíso pasajero, anclado en un barrio habitado por una madrugada sin cielo, donde las estrellas bajan a la tierra para darnos luz que disipe el miedo, y oír unas Plumas por Sevilla como nadie las ha oído jamás, despertando nuestras inquietudes, nuestros celos, nuestros sueños; despertando esas tardes de bohemia e ingravidez de los ensayos en los que el cansancio acrecienta nuestros temores sobre un futuro que deseamos que sea pronto.
Los que entiendan esto serán los únicos que han recorrido el claustro de esa Santa María que tanto nos duele, con la guía de ese capataz que es nuestros ojos; recorriéndolo con el engaño de la primera levantá, esa que se hace sin la seguridad de la bohemia y la ingravidez de los ensayos, con la alarma en nuestra columna, pesando cada gramo que pensamos que llevamos de más hasta que se revira y se hace una media altura y viajas a otro mundo, a otra galaxia, a otros sentimientos; que decir del racheo sobre el frío mármol de una parroquia barriera que a cada metro que nos acerca a la puerta se va haciendo más rítmico, más apurado, más sin la bohemia y la ingravidez de los ensayos, más distinto y más ansiado, porque sabes que cuando vuelvas a esas cadencias de los ensayos habrás traspasado las puertas de una larga espera que solo la lluvia puede volver a renacer.
Los que entiendan esto acariciarán sus zapatillas con la tersa piel de la plaza Vázquez de Molina, recreándose a un tiempo para “aaaaalargar” cuando la marcha lo tercie, o Alfonso lo mande o un servidor se inspire, y se revirará una y mil veces, algunas con tiento y otras con prisas; y con el tiempo nos haremos Cava y callejones traicioneros donde hincaremos los dientes para no dar el descabello al compañero que es tu bastón, tu guía o tu puntal; y caeremos despacito hacia una Puerta Graná que se viste de silencio y que carece de la bohemia y la ingravidez de los ensayos, y sudaremos, los que entendamos esto, el Arroyo de Santa María, donde ya no hay marcha que nos acompañe mejor que nuestra propia respiración: revirá con un Nazareno y un Gitano y a las puertas del cielo; que decir de la algarabía de un barrio que nos acompaña en unas calles hechas a nuestra imagen y semejanza hasta que salimos del barrio que horas más tarde nos verá resucitar tras el largo paso por la senda de Minas y Don Juan, por el augurio de una plaza que será Semana Santa en Viernes Santo y unas horas más tarde, por el miedo que nos trae el Real ante lo que se nos avecina, por las eternas medias alturas; pero ya se hará Rastro y seremos, no una procesión, sino una tribu que vuelve a su poblado, dándole coba al silencio de esas horas y andando con sentimiento como solo a esas horas se puede hacer: no con sabiduría… con sentimiento; y el barrio, ay el barrio, que no sabe de puntos y de comas, que se corre de seguido, sin aspavientos pero con ese sentimiento del que he hablado antes; y ya no es el cielo el que nos espera sino esa apatía que el desfallecimiento hace florecer, que se envolverá de gozo enmudecido cuando oigas de nuevo el metálico de tus pasos que te llevan al frío mármol del que ahora no quisiste tan pronto salir.
Los que entiendan esto, ambos, los del frío mármol o los del empedrado de un claustro, serán participes de algo que nunca se podrá explicar y que va más allá de absurdas tribulaciones ante el irrisorio comentario de que con nosotros la Semana Santa de Úbeda ya no es lo que era.
Quién quiera saber lo que es tocar el cielo tiene que tocar el suelo tan de cerca como los que entiendan esto.
No sabré hacer penitencia el día que no vista de faja y costal porque he sido uno de los han entendido esto.
A mis hermanos costaleros, los que han sido, de Nuestra Señora de Gracia y Nuestro Señor en Su Sentencia. No me cansaré de intentar explicar lo que es esto.
Los que entiendan esto serán los únicos que han traspasado las puertas de esa Santa María que tanto me duele, en las vísperas de la noche del Lunes Santo, encadenados a un futuro de paseos tontos e inútiles en los que vagar de la mano de nuestra vida y nuestras preocupaciones, nuestros amores o nuestras dudas, nuestras riñas y nuestros amores, enardecidos por alguna mirada rabiosa o dubitativa o por un cigarro ofrecido a destiempo; que decir de ese patio, paraíso pasajero, anclado en un barrio habitado por una madrugada sin cielo, donde las estrellas bajan a la tierra para darnos luz que disipe el miedo, y oír unas Plumas por Sevilla como nadie las ha oído jamás, despertando nuestras inquietudes, nuestros celos, nuestros sueños; despertando esas tardes de bohemia e ingravidez de los ensayos en los que el cansancio acrecienta nuestros temores sobre un futuro que deseamos que sea pronto.
Los que entiendan esto serán los únicos que han recorrido el claustro de esa Santa María que tanto nos duele, con la guía de ese capataz que es nuestros ojos; recorriéndolo con el engaño de la primera levantá, esa que se hace sin la seguridad de la bohemia y la ingravidez de los ensayos, con la alarma en nuestra columna, pesando cada gramo que pensamos que llevamos de más hasta que se revira y se hace una media altura y viajas a otro mundo, a otra galaxia, a otros sentimientos; que decir del racheo sobre el frío mármol de una parroquia barriera que a cada metro que nos acerca a la puerta se va haciendo más rítmico, más apurado, más sin la bohemia y la ingravidez de los ensayos, más distinto y más ansiado, porque sabes que cuando vuelvas a esas cadencias de los ensayos habrás traspasado las puertas de una larga espera que solo la lluvia puede volver a renacer.
Los que entiendan esto acariciarán sus zapatillas con la tersa piel de la plaza Vázquez de Molina, recreándose a un tiempo para “aaaaalargar” cuando la marcha lo tercie, o Alfonso lo mande o un servidor se inspire, y se revirará una y mil veces, algunas con tiento y otras con prisas; y con el tiempo nos haremos Cava y callejones traicioneros donde hincaremos los dientes para no dar el descabello al compañero que es tu bastón, tu guía o tu puntal; y caeremos despacito hacia una Puerta Graná que se viste de silencio y que carece de la bohemia y la ingravidez de los ensayos, y sudaremos, los que entendamos esto, el Arroyo de Santa María, donde ya no hay marcha que nos acompañe mejor que nuestra propia respiración: revirá con un Nazareno y un Gitano y a las puertas del cielo; que decir de la algarabía de un barrio que nos acompaña en unas calles hechas a nuestra imagen y semejanza hasta que salimos del barrio que horas más tarde nos verá resucitar tras el largo paso por la senda de Minas y Don Juan, por el augurio de una plaza que será Semana Santa en Viernes Santo y unas horas más tarde, por el miedo que nos trae el Real ante lo que se nos avecina, por las eternas medias alturas; pero ya se hará Rastro y seremos, no una procesión, sino una tribu que vuelve a su poblado, dándole coba al silencio de esas horas y andando con sentimiento como solo a esas horas se puede hacer: no con sabiduría… con sentimiento; y el barrio, ay el barrio, que no sabe de puntos y de comas, que se corre de seguido, sin aspavientos pero con ese sentimiento del que he hablado antes; y ya no es el cielo el que nos espera sino esa apatía que el desfallecimiento hace florecer, que se envolverá de gozo enmudecido cuando oigas de nuevo el metálico de tus pasos que te llevan al frío mármol del que ahora no quisiste tan pronto salir.
Los que entiendan esto, ambos, los del frío mármol o los del empedrado de un claustro, serán participes de algo que nunca se podrá explicar y que va más allá de absurdas tribulaciones ante el irrisorio comentario de que con nosotros la Semana Santa de Úbeda ya no es lo que era.
Quién quiera saber lo que es tocar el cielo tiene que tocar el suelo tan de cerca como los que entiendan esto.
No sabré hacer penitencia el día que no vista de faja y costal porque he sido uno de los han entendido esto.
A mis hermanos costaleros, los que han sido, de Nuestra Señora de Gracia y Nuestro Señor en Su Sentencia. No me cansaré de intentar explicar lo que es esto.
2 comentarios:
Medina, me has puesto los pelos como escarpias.
Supongo que el comprender de qué hablas, ha hecho que me adentre en tus palabras.
Para saber lo que se siente hay que vivirlo.
Un abrazo
no tengo palabras medina, las palabras que te salen del corazon no tienen nungun desperdicio gracias
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