jueves, 2 de noviembre de 2023

La solidez de la memoria


Don Robustiano me sorprendió en el mismo momento que giré la esquina y me adentré trotando en el túnel de cipreses que lleva al cementerio. Él estaba a sus cosas, con las manos en la espalda y mirando hacia el suelo; pero me gusta llamarle la atención y sonsacarle un potente buenos días desde cualquier distancia y lugar. Venía del camposanto. Era uno más de los cientos de ubetenses que ayer llenaron de vida, paradójicamente, las calles y rincones de San Ginés, donde descansan eternamente nuestros antepasados, el último lugar al que llegaremos tras nuestra vida. Es un rito desandar los pasos imaginarios del último viaje para reencontrarnos con nuestro último aliento, porque quién no piensa cuándo llegará su momento y serán otros los que vengan a colocar flores sobre su tumba. Es inevitable pensar en la muerte y ayer ese pensamiento se hizo más presente al conectarnos de manera tan directa con ella.

La muerte moldea nuestras vidas y no porque alguna vez nos deba llevar de la mano, sino porque constantemente nos está robando algo de nuestro alrededor que conformaba nuestra persona. Y siempre nos relegará a estar echando de menos a alguien que se nos fue. Ayer, hoy, la muerte se viste de gala para recordarnos que hay que vivir profunda e intensamente, y lo hace pinchando nuestra memoria con el recuerdo de los seres queridos que ya marcharon. Y el recuerdo, a pesar de que intentemos disfrazarlo con tradiciones importadas de otros lares, más televisivas y cinematográficas, el recuerdo, digo, es más sólido que la muerte misma. Y recordar es un alimento que se toma en silencio, al abrigo del hogar con un buen plato de gachas sobre la mesa y las castañas tostándose en la lumbre. Recordar tiene figura de Don Robustiano, un andar firme y lento con las manos en la espalda, mirando atentamente el suelo de nuestras entrañas, entre cipreses centenarios y el piar de los vencejos que anidan en San Ginés.

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