martes, 22 de abril de 2008

EL ESPÍRITU DE UBEDA: LA PLAZA

Nos hemos quedado en silencio, Myron y yo, acompasando nuestras respiraciones con el tácito tictac que marcan las oscuras manos de ese reloj. Hemos embriagado nuestra consciencia con la historia que ha marcado ese reloj.

Desde aquí se puede respirar la virginidad de sierra Mágina y, si fueran tiempos de leyendas, hubiéramos podido oír los espeluznantes gritos de los juancaballos. Aquí, en el silencio de la noche, hemos cerrado los ojos y hemos bailado al ritmo de la marea del cercano mar de olivos porque, aún siendo el centro del trajín urbano que estresa a esta vieja ciudad, esta plaza sigue siendo el puerto donde Úbeda espera el atardecer que la vista de pueblo y se lleve sus ruidos.

Hemos hablado de sus días, de su devenir y deambular, desde que se hace luz al sonido de unos pasos y se va engalanando con saludos de ubetenses, buenos días de comercio y horas de reposo y batallitas en el retiro de sus bancos. Si Úbeda tiene sangre, esta plaza es el corazón que la hace caminar. Hemos hablado de sus soportales: posadas donde cobijarse en los días de lluvia y en los días de mucho calor; y se nos ha mostrado su espíritu: ubetenses con antifaces corriendo y saltando entre los arcos mientras tarareaban alguna coplilla de aquel carnaval proscrito ante los ojos de una dictadura; ojos somnolientos apoyados a una columna proyectando la película de una estatua fusilada a la que han vestido de tierra, luego de verde, luego de verde y piedra y ahora de cataclismo urbanístico; he visto el espíritu de mi infancia comprando pétreos regalices o estampas de fútbol o apostando diez pesetas a la aleatoria sorpresa de un circo de golosinas e insulsos juguetillos, en una tienda ambulante llamada “carrillo” donde tenía que meter la cabeza para ver qué género era el que podía comprar: esos portalillos de domingo por la mañana, nido de niños vestidos de domingo en el paraíso del caramelo, ahora ya no hay carrillos pero sigue habiendo infancia con otro aprendizaje pero con el mismo domingo de plaza. Myron, con esa omnipotente virtud de hacer realidad los sueños, ha conversado con el general y este le ha contado sus patrañas; recuérdame los disparos que florean en mi cuerpo, le ha ordenado a Myron con su voz castrense, y absorto he presenciado la ferocidad de unos disparos enardecidos por la guerra. Han hablado del destierro y la tristeza que le supuso venir a vivir a una plaza que ya no es la suya, pero se ha reído también contando los balonazos que los niños siguen propinándole, se ha emocionado al recordar al ubetense saltando a su alrededor cuando el Madrid ha ganado algo, y ha llorado porque dice que no puede exorcizar los ecos de los tambores y las trompetas y el aroma a incienso y flores que encierra en su interior. Nos ha hablado de Toledo, de él mismo, de Andalucía, de vieja, de gitana y raza gitana en sus mañanas vistiendo a la plaza de bronce y sueño. ¡Ay, general! Te has callado dejando las aceras llenas de gente en la semana santa de Úbeda y has abierto el balcón donde José creaba para regar nuestros oídos con una saeta, porque la plaza es saeta al viento en la mañana de Viernes Santo cuando se despereza para vestirse de evangelio de muerte y de general.

Hemos seguido mamando del silencio de esta plaza, Myron y yo, y éste nos ha regalado el golpear de un futbolín en el torreón de la Trinidad y una radio encendida por la pasión de un viejo que se hizo plaza de niños esperándole y plaza de niños llorándole en un abril funesto. Cuántas emociones han portado tus bancos, cuántos besos, cuántos idilios de flores en mano y tímidas miradas; quién no ha pisado tus piedras y ha escrito tu historia. Es la rosa de los vientos de mi Úbeda, le he dicho al duendecillo, porque el norte cae en ella por la Trinidad, porque el Este le da luz a sus adoquines por la Corredera, porque se hace Sur mirando a la Cava y el Oeste la adormece a la sombra de un hospital de cultura.

Acompasando nuestras respiraciones con el tictac del tiempo sobre el torreón hemos pasado las horas, Myron y yo, en silencio, acunando a la noche, despertando al día, observando el deambular de un pueblo que pasea o se acelera, oyendo conversaciones que cuentan la historia de un pueblo, nos hemos quedado de piedra como lo hacen los viejos que se sientan en sus bancos al abrigo del sol, nos hemos hecho tapa y cerveza al mediodía y café tras la comida, y bostezo de tarde que reaviva su suelo, y niños con bicicletas y padres comiendo pipas, caricias de enamorados y silencio que se va adueñando del espíritu de una plaza que es la que manda cuando llueve y cuando no en Úbeda. Nos hemos hecho espíritu de esta plaza vieja, porque la plaza no es materia, ni piedra ni árbol, ni estatua ni fuente, ni soportal ni torreón; la plaza es su gente, y el recuerdo y la historia que van dejando.

No hay comentarios: