lunes, 16 de mayo de 2011

PENSANDO EN EL COSTALERO Y SUS CIRCUNSTANCIAS: UNA SOLUCIÓN


Aún recuerdo la primera vez. Porque el dolor y el sufrimiento cuando aparece y echa raíces, aunque sea por un breve espacio de tiempo, se queda en el alma por más que los días y los meses y los años y la vida sigan empeñados en hacernos olvidar. Aún recuerdo la primera vez, en un Viernes Santo de hace doce años, cuando mi cuerpo deambulaba entre el límite del niño y el hombre y las mieles del costal, la faja y la trabajadera se me ofrecieron en plato de ilusión: por más que intentara ser lo que hoy soy, por más que estudiara todos los conceptos que hoy tengo aprehendidos, sólo me quedaba ser lo que coloquialmente se conoce como “carne de cañón”.

A lo largo de doce cortos años, porque hablando de Semana Santa los años siempre se quedan cortos, nunca he llegado a entender como un paso, un trono, un palio puede verse desde fuera sin llegar a percibir lo que sus costaleros van sintiendo. No se percibe el dolor, ni el rezo, ni el silencio, ni la oscuridad, ni el calor, ni las lágrimas, ni las sonrisas, ni las mandíbulas apretadas, ni la mano apretando el palo, ni la mano agarrando al compañero, ni se ven las rodillas dobladas o los cuerpos arqueados. Veo videos de la primera salida de la Sentencia, sobre todo de la vuelta al barrio y concibo que los ojos inexpertos que puedan verlo no sean conscientes de lo realmente acontecido debajo del Señor.

Aquel primer año, lleno de ilusiones y valentías; aquel segundo año, lleno de ilusiones y valentías y miedos; sufrí tanto que el dolor y el sufrimiento no me dejan arrinconar ninguno de los minutos vividos. Pero es reconfortante tener esas resonancias y compararlas con los momentos vividos el año pasado.

Invitaría a todos aquellos que en un principio fueron los pies de Nuestra Señora de Gracia, y que tantas leyendas cuentan de verdaderos suplicios, que probaran ser por otro Lunes los pies de María y sufrieran la evolución llevada a cabo en los últimos años, aún portando más peso, aún alargando y endureciendo el recorrido, el costalero de este palio no acaba la procesión con ganas de resucitar tras una muerte virtual. Invitaría a aquellos que abandonaron, siempre por causas ajenas a las físicas, el paso de Nuestro Señor en Su Sentencia en los primeros años, cuando sobrevivir al Viernes Santo era tarea de otro mundo, y sintieran que ser costalero no es perder un trozo de vida, que se puede llegar al barrio dando leña y revirar en las últimas esquinas como en los primeros momentos de la estación de penitencia. Y todo esto, gracias a todos, es debido a la entera dedicación de algunos cuantos y de otros tantos que han hecho del costal un modo de vida, una razón para soñar y un medio de subsistencia moral.

He hablado de estas dos cofradías porque son las que repican en mi puerta cada cuaresma. Pero también puedo hablar de otras, como del palio de los Dolores de la Expiración, que a pesar de los pesares resurge cada año única y exclusivamente por el amor y el cariño de unos cuantos locos dispuestos a todo y por el compromiso de eterno reciclaje que su capataz, Rafa Garzón, lleva por bandera, por sus ganas de escuchar, por sus ganas de aprender, por erigirse en el mayor ignorante para convertirse en el mejor de los sabios, y eso es digno de alabanza.

Úbeda, hoy en día, ostenta el título de novel hablando de este tema tan trillado en hilos, post y barras de bares. Y aún siendo pipiola ya nos erigimos en versados periodistas de la materia para dotarla de una muerte aún no anunciada: año tras año seguimos dudando de un mundo que ha crecido exponencialmente en la última década. Estamos discutiendo de cuadrillas que aún no han cumplido la veintena de años y a las que damos por extinguidas, por débiles. Cierto es que alguna que otra se tambalea en la hora de su salida, en los días de cuaresma, pero es necesario creer que en cualquier camino hay baches que salvar.

Y en todo esto, en la consolidación de un colectivo tan amado por unos y tan “odiado” por otros, resurge el puesto de capataz que a día de hoy es el que quizá más deba fundamentar su existencia. Primeramente, el capataz, si se quiere dar a la cuadrilla una identidad acorde al puesto que se ocupa, no debe elegirse a dedo, ni por amistades, ni por méritos en otros ámbitos cofrades; el capataz debe salir de abajo, el capataz debe comprometerse a ser tutor de cuarenta o cincuenta hombres y ser tutor no significa solamente mandar “derecha adelante, izquierda atrás”, sino a mimar (dentro de unos límites) a sus hombres o mujeres, a planificar concienzudamente un calendario de ensayos, a sopesar consecuentemente el número de kilos que mandar arriba ensayo tras ensayo, a igualar la primera vez sabiendo que será la última, y lo más importante y donde reside todo el futuro de nuestros pasos a costal: ofrecer una vida de hermandad entre sus costaleros que no se centré sólo en tiempo de cuaresma y Semana Santa, fomentando el respeto y la amistad dentro del grupo, y creyéndose cientos de veces el ser más tonto de la tierra cuando no encuentre respuesta a sus ilusiones. El capataz es el que más ilusionado debe de sentirse. Cada cual que se ponga la mano en el pecho.

Y porque el capataz no debe elegirse a dedo, voy a saltar al futuro mojándome con estas palabras: el costalero de hoy, el que lo es, se recicla constantemente, se preocupa por mejorar en posturas y ropas: el costalero costalero; y de estos costaleros costaleros deben salir los futuros cuerpos de capataces, y que no se nos caigan los anillos ni dejemos que nos rasguen las vestiduras cuando alguna hermandad proponga para ese cargo a alguien ajeno a la propia hermandad, costalero de otros pasos de una misma ciudad. Si queremos hacer crecer este submundo hay que aplastar tabúes. En otras ciudades ocurre lo que cuento. ¿Por qué no en Úbeda?

Yo, a tiro fijo, se de algunas cuadrillas que subsanarían sus enfermedades.

Si algunas cuadrillas han pasado del sufrimiento y el dolor en sus estaciones de penitencia, al trabajo amable y apacible para el espíritu y al cuerpo cansado pero no dolorido, se deberá a alguna razón. Busquemos, encontremos y si es mejor que lo nuestro, comprémoslo.

Ojalá llegue el día que viendo un paso, un palio o un trono andar, pueda jugarme la sangre apostando a que los hombres de abajo van bien, irán bien y terminarán mejor.