miércoles, 26 de diciembre de 2012

Olvido


Quería volver a casa, a su vida; pero erraba loca buscando la sombra con la que el sol manchaba el asfalto, y ya no recordaba el camino.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Aterrizaje

Se acercaba el final del viaje. Los últimos segundos de su aterrizaje languidecían: tres, dos, uno.

Regresó a la Tierra. Dejó atrás sus zapatos.


jueves, 13 de diciembre de 2012

XVII Exaltación de la Semana Santa




A Gabriel, porque queriéndolo
Soy leal a los anhelos de mis padres
Y al amor desprendido de Tony.



ME HE QUEDADO EN TU PUEBLO

Me he quedado en tu pueblo, paseando por plazuelas y callejones, embriagándome con el polvo que dejaste levitando con tus últimos revuelos, escarbando en los arroyos de mis calles en busca de los posos de incienso escondidos bajo tus pasos. Me he quedado en mi ciudad, en este elogio a la tierra donde vivo, soñando con tu siempre pronta llegada. Así, esperarte, se hace menos doloroso. Me sumerjo en la bohemia de recordarte para sentirme más ubetense, amante de mis tradiciones; me sumerjo en la negligente faena de evocarte para sentirme más humano, esclavo de mi credo y mi Fe. Me he quedado caminando, cobijándome de las últimas lluvias que nos alejaron y del cruel sol de este invierno tan largo, bajo balcones olvidados, cerrados a cal y a canto, hasta tu eterna llegada.

¿Qué sería de tu pueblo sin tu prestancia? ¿Qué sería de ti sin sus vestidos?

Juré quedarme por siempre aquí, para no quebrarme con llantos al ver alejarse las viejas murallas bañadas de sol en los prolegómenos de la noche, para no sentir la amarga alegría de llegar a ti y marcharme con un zurrón lleno de pocas horas y demasiadas nostalgias. Aquí sólo tiene sentido mi vida. Aquí, donde un Claro Bajo de San Isidoro tenue y taciturno bajo la luz de unas candelas se torna en tesoro ardiente, al calor de la tarde, con sólo tararear unas amargas notas de desconsuelo, o el día se hace noche con sólo pensar en la angustia y el llanto que trajo consigo la muerte; aquí, donde un barrio alfarero y humilde desborda arte y rebeldía en la salvaguarda del mayor tesoro de una tradición hecha a imagen y semejanza de los hombres: volátil; aquí, donde, a cada oscuridad frente a Santa María, el cielo amenaza con romperse en fulgores de mañanas de Viernes y tempraneros vuelos de vencejos; aquí puedo sentarme a esperar el paso del primer penitente porque el primer penitente es el que está sentando esperando, y si no soy penitente, simplemente dejaré de ser. Juré quedarme anclado a estas piedras con el primer llanto que ceso el dolor de mi madre, y juraré quedarme entre estas piedras con el último suspiro del vaivén de mis días; he jurado pasear por siempre por la señera calle Nueva porque necesito colorearla de cardenales y negros a la tarde, he jurado arrebujarme en la Corredera cuando sienta hambre de Domingo de Ramos, he jurado marcharme a Montiel cuando mis silencios ansíen ser rotos por sosegados timbales, he jurado pedir perdón en la puerta de los Carpinteros cuando mis pecados deban ser redimidos, y dejarme caer a San Nicolás cuando mis pies necesiten un descanso, y si quiero poesía escribirla en Salesianos.

Me duelen tanto mis recuerdos que vivir con ellos lejos del lugar donde surgieron sería acercarme demasiado al filo de la navaja.

Por eso volví a quedarme dormido, con una botella llena de recuerdos, en algún banco del Molino de Lázaro, ante la puerta que hicieron grande para hacerte joven desde aquel barrio encanecido. Ya he perdido la cuenta de las noches imaginándome en la turba, entre achuchones y pisotones, gobernando mi mirada entre cientos de cabezas para no perderme ni un solo costero, ni la más nimia llamada de un patero ensimismado en amarte con sus artes. Y le he pedido, al Dios que te gobierna, miles de años de noches como esta, en las que seguir soñando con sueños que sólo he soñado.

Y borracho de recuerdos se me hizo tarde el invierno.

SE ME HIZO TARDE EL INVIERNO

Estimado y amigo Hermano Mayor de, la que es mía, Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor en Su Sentencia y María Santísima de las Penas.
Respetados amigos, miembros de su Junta de Gobierno.
Hermanos, amigos, conocidos y desconocidos. Respetados todos.

No voy a decir lo usual en estos momentos: “Gracias, pero no lo merezco”, “No se por qué habéis pensado en mí”, “Que si sí, que si no”. Este atril, este corazón en la palma de la mano, estas letras impresas en el papel, son el producto de mi deber como cofrade. De nada vale excusarse con la duda de poder o saber hacerlo bien o mejor. En la tesitura en la que Manolo me puso allá por el mes de junio sólo se acepta el no de la boca de un ateo o en la de un no cofrade, o en la de un kofrade, con k de Kant. Ante una situación así, tú, cofrade, sólo puedes responder afirmativamente, porque este ejercicio que hoy me entretiene está legislado con letras de fuego en los estatutos de nuestro devenir.

De los mil actos sucedidos a lo largo de la Cuaresma, he intentado no perderme ninguna de todas las Exaltaciones acaecidas en los últimos diecisiete años. Porque escuchar una exaltación, en los tiempos que nos ha tocado vivir, es la forma idónea de esconderse en el olvidado mundo de la sinceridad del corazón. Como esta exaltación debiera haber una cada día por cada ser humano que ostente el título de cofrade. Nos hemos dejado llevar por la comodidad tecnológica, por el “pasotismo ilustrado” y por, desafortunadamente, confundir un mundo de sentimientos, pasiones y memorias con otro de leyes, egoísmos, mentiras y… política. Y lo dice un servidor, con mil dagas en las entrañas, una por cada vez que intentó politizar o filosofar en la Semana Santa. Ahora aprendemos protocolo para aplicarlo a quien menos lo merece, reservamos los primeros bancos de nuestros templos dejando los fríos rincones del silencio a los verdaderos invitados, invitamos a compartir una comida de hermandad sin acordarnos del hermano anónimo que religiosamente paga su cuota aunque le cueste pasar un mes más duro que el anterior.

Una exaltación por cada cofrade, por cada día. Exhumar la silenciosa túnica de un viejo baúl es una labor digna de exaltación, o comprar un nuevo capirucho de cartón, o escuchar esta o esta otra marcha mientras viajas hacia lejos de aquí, o tocar un tupper Ware con la cuchara mientras tu hijo toca la trompeta con el tenedor, o arrodillarse frente a esa imagen que tanto espíritu ha conmovido, o mil situaciones más que se hacen sin pensar. Medimos la importancia de lo intrascendente tragándonos la báscula cuando realmente hace falta sacarla.

No nos de miedo gritar, volver a nuestra infancia, a nuestras calles de antaño. Ya va siendo hora de sacar el tambor de Colón e inventarnos una Semana Santa cuando acaba de concluir la última. Juguemos a la Semana Santa en verano, en otoño, en invierno, estando dormidos o soñando despiertos; y ¿las cofradías?, las cofradías que se echen a la calle, que se vuelquen con los niños, que llenen las calles de bares, que sigan siendo Mayo, romeras, feriantes, que anuncien Nacimientos, que formen cofrades, que practiquen la caridad, que rindan culto a sus imágenes, que no cierren las puertas a nadie; que se olviden de política, por favor, que para no decir nada se callen. Hay que gritar, en cada afrenta, porque nuestra vida de cofrades y cristianos nos va en ello. Hay que gritar la Fé y el Amor que socavan nuestros adentros.

Y por hablar así, porque tanto y tanto que abogo por no filosofar la Semana Santa es justamente lo que estoy haciendo, por hablar así, he perdido las buenas costumbres del pasado. En Granada, hace unos años, cuando aún no me había emponzoñado con todo el tiempo mal dedicado a mis cofradías, me dormía todas las noches en el sofá del salón, mientras en los sucios cristales de la ventana se proyectaba la imagen del televisor encendido, reflejando joyas del cine como Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada, Jesús de Nazaret. Todas las noches (mi madre puede dar cuenta de ello) me acunaban las palabras del Galileo, y a cada momento de la pasión me despertaba recitando palabra a palabra los diálogos que acompañaban a las imágenes. Volvía a dormirme y, si lo último visto había sido la oración, soñaba con blancos y verdes; que era la flagelación, con negros y cardenales; con la carga de la cruz, entonces soñaba con el Miserere. Eso es exaltar: extrapolarlo todo a la Semana Santa, porque todos hemos sido forjados con el fuego de esta Pasión. La Semana Santa de Úbeda, la ubetense, tiene el poder de relacionar cada cosa, cada momento, cada lugar de nuestra vida con ella misma, con la Semana Santa. Somos así en parte, todos los que estamos aquí o los que leerán estas humildes palabras, gracias a la Semana Santa. ¡Exaltémosla!

Se me olvidaba. Manolo. Amigos de la Sentencia. Gracias por permitirme volver a exaltar la Semana Santa. Andaba entre nada perdido y se me hizo tarde el invierno.

RETAZOS DE LO NUESTRO

No sé cómo lo haces pero siempre apareces el día que yo espero y a la hora convenida. Siempre llegas en Domingo, cuando el febo comienza a declinar y las piedras renacentistas de nuestra historia se visten de oro y albero iluminando las calles antes de que los tímidos candiles inicien la dura tarea de enseñarle a las estrellas el señorío de esta tierra. Siempre llegas en Domingo, con el badil en la izquierda y la bruza en la derecha, para ir barriendo los días de espera y las vísperas que han encogido la ciudad hasta empequeñecerla. Y lo llenas todo. Parece que llegas y no llegas, los minutos parecen estar preñados de empalagosos segundos que no dejan de quedarse. Nos cuesta salir, embutirnos en el disfraz de hombre. Pero es lícito dudar y echarnos a la calle porque quién no cumple años contigo, quién no se descubre ante el espejo cada Domingo de Ramos y se ve más viejo. Tú siempre la misma, y nosotros muriendo por ti y pereciendo contigo. Pero siempre se atestan los mismos viejos soportales frente a tu puerta, en la más legal de las manifestaciones: el semanasantero vive permanentemente en crisis y qué es la Semana Santa sino la explosión ante la afrenta de quedarnos huérfanos de ti demasiado tiempo. Pero siempre llegas, siempre abres la puerta a nuestras ilusiones, a nuestros recuerdos y a nuestros futuros. Y montado sobre un pollino apareces, regalándonos todo el Amor posible, señalándome con tu mano el camino de vuelta a la felicidad.

Quiero volver a ser niño, bajar la Trinidad de la mano de mi padre, asustado ante el barullo y la algarabía que se van quedando instalados en este pueblo. Quiero volver a ser niño de la mano de mi padre, en la calle Nueva, sobre la acera, y soltarme para ir en busca de los primeros sonidos a los que no consigo ponerle nombre. Irme y volver asustado porque un hombre muy serio y vestido con un lacio traje gris se ha enfadado conmigo por no pisar la acera que con el dedo me señalaba. Quiero volver a ser niño y volver y volver y volver siempre a ti, con la ilusión de un niño, con los ojos abiertos, con el corazón en la mano. No quiero saber de guiones, ni de cortejos, ni de atributos y enseres, ni de estrenos, sólo de penitentes que asustan si se quedan mirando y a los que robar una caricia a su capa es el mayor tesoro permitido a un infante. Sólo de Jesús sobre un borriquillo.

*******

Mira si te visten guapa que hasta Granada viene a asomarse a la balaustrada de Mágina para colmarse con el tronío y la lozanía de una Gracia entre varales y saetas. Mira si tienes anchuras; pues no, te empeñas en encaramarte a callejones con esquinas más viejos que tu propio nombre, a deslizarte quedamente por adoquines que, de rancios, ya han olvidado la capacidad de recordar. Y es que los pactos están para cumplirlos, y el tuyo con mi Madre quedó cerrado en una noche de luna, entre olivos y trigales, y en la lejanía nada más que relucían Santa María y San Lorenzo. Y yo, jugando contigo al escondite me celé una noche bajo el manto azul que La envuelve, y tú, sabia y traviesa, sigues vagamente despistada, para no encontrarme.

Aquí sigo, bajo su manto, rodeado de hermanos y amigos, tropezando en las mismas piedras que desde siempre se han interpuesto en mi camino: en el trabajo arduo y generoso del cofrade de a pie, del tonto, del santurrón, el del adosado en el cielo. Limpiando plata, montando ferias, enfadando a mi mujer, robando tiempo a los juegos de mi hijo. Pero este fue mi sueño y la vida que me tocó vivir.

Y si sueño, sueño con Él. Con un Jesús Cautivo vestido de blanco, adorado en Santa María. Da igual el tiempo que tarde en llegar ese tren. Aquí, en esta estación, espero el aviso de su llegada. A mi lado, también espera Ella. 

*******

Si fuiste, si eres, fue porque Palma Burgos abrió el Sagrario mientras le recitaban al oído los versos del Cantar de los Cantares. Si fuiste, si eres, es porque el Verbo se hizo madera. Martes Santo. Sin tambores, sin campanas. ¿Para qué las necesitas? Si el mismo Dios nos avisa del divino paso de un Jesús sumiso al postular de nuestros pecados. Martes Santo, en Úbeda se reza, y bares, hogares y tascas debieran estar condenados.

*******
¿Y quién es el mío: el de la sobriedad o el del tronío? ¿El que viene castellanizado o el que viene entre ruido? El mío es el del Miércoles Santo, castellano y andaluz al mismo tiempo, hecho a imagen y semejanza de sus hombres, hombres que transforman los tiempos. ¿Qué evolucionan, qué involucionan? Para gustos Prendimiento, para gustos Santa Cena. Pero para siempre Él, ya sea en la nobleza de una o en la grandeza de la otra. Dios no evoluciona, porque el corazón no puede hacerlo.

*******
Tristemente puedo encomendar la memoria a los años de la infancia para describir o exaltar los dejos de tu Jueves Santo. Ya no me asomo a la azotea, a los huertos de las faldas de la Loma porque no me despiertan los tambores y las cornetas, blancos y verdes, de la mañana que despereza. No paseo por los Miradores para capturar la grandiosidad de los campos andaluces de olivos y comparar la plata de esos verdes con la plata que cobija el sueño de tres pescadores. Y es que ya ando en otras cosas. Ando en un Dios moreno que ya estará casi sentenciado. No es que hayas cambiado, que tus rasos negros resplandeciendo al calor de la tarde se hayan matizado, no, es que ando en otras cosas, en el costal y la faja en un rincón del hogar bruñendo las zapatillas de mi pasión, y ya ni me importa si son los mismos los verdugos de los látigos. No creas que has dejado de gustarme, que las tardes en el Paseo del Mercado viéndote entre romanos y mantillas siguen teniendo el intenso sabor de mis tardes del pasado, pero ya ando en otras cosas, en las mismas desde hace doce años. Ya nada del Jueves es como siempre. Ahora el Jueves es descanso y buen alimento, necesarios para sobrevivir a estas madrugadas que se han instaurado en el largo puente que une la noche con el día, el Jueves con el Viernes. Y no te pongas celosa si tan guapa te has puesto, si te has vestido con tus mejores galas y miro sin mirarte: tengo el corazón perdido en el Barrio de San Pedro.

*******

Quién no se conmueve con ese amanecer morado, con una plaza sin nombre que lucha por despertar del baúl de la memoria. Si hasta los vencejos se soliviantan cuando se abre por primera vez la puerta de la Consolada. Quién no ha tenido padres, quién no ha tenido abuelos que contaran las magnificencias del silencio hecho silencio. Decenas de generaciones, las vivas y las muertas, se aglutinan presurosas para ver nacer al Señor de Úbeda, al Nazareno; y quién no se conmueve con la primera saeta, con el color del cielo, con el Miserere. Y quién no se conmueve cuando la música se envuelve en Tristeza y un Caído, un Dios humano y paciente toca con sus manos la tierra para levantarse con la fuerza del Amor a los hombres, a quién no le conmueve tal Amargura. A quién no le conmueve un Cristo sediento y moribundo, mirando al cielo para no apegarse a las calles que lo miran, a las gentes que le claman; quién no se conmueve con la Madre y la muerte en sus brazos, con la amargura que sólo imaginarla sorprende al ser humano; quién no se conmueve en un barrio alfarero, en un barrio de obreros, en un barrio celoso de su Bendita Madre que sube la cuesta para entregársela a Úbeda, que la persigue y la vigila, que la lleva al cielo; quién no se conmueve con la madrugada velando a Cristo en el sepulcro mientras el silencio se va quedamente apoderando de una ciudad cansada y rota por el trajín de estos días.

*******

A mis padres les debo la vida, y a mis padres, aunque ellos no lo crean, les debo este amor insano hacia mi pueblo, sus costumbres y su Semana Santa. Porque me forjé semanasantero de la mano de mi padre, cada Domingo de Resurrección vivido a su lado: salíamos unidos, yo cogido a ese torrente de sabiduría y aprendizaje que es la mano de un padre, vestidos con el hábito de la cofradía de mi infancia. A mis padres les debo ser consciente del valor expuesto en una túnica sobre la cama. No he sentido nunca la tristeza que el ubetense hace suya cada vez que el último raso rojo pisa el suelo de Úbeda para esconderse en el armario de las vísperas. Se quedó una sonrisa instalada a perpetuidad en el rostro del niño que oculto en mis entrañas.

*******

Querido Hermano Mayor de la Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora de Gracia. Querido y, sin parangón, amigo Santiago Muñoz. Santi. Sin haberlas oído he sabido que, mientras ocupabas este atril, me estabas sacando los colores, me ruborizabas, como siempre haces en las tan deseadas tertulias de tarde, cuando te rescato de la acuarela donde estás pintado, para respirar el aire puro de la calle Mesones y el aroma intenso de un reconstituyente café. Malvadas palabras, caballero, que siempre intento no oír pero que, canalla, no se como haces para meterlas en mis oídos. No voy a decir que no las merezco, pues respeto tu opinión, además de parecerse demasiado a la que yo tengo sobre ti.

He compartido contigo demasiados buenos momentos, y a los malos, entre los dos, sabemos cambiarle el epíteto tasando a la baja el esfuerzo sin recompensa o las malas consecuencias de alguna que otra descuidada acción o decisión. Fui uno de tus fichajes para navegar en el barco de la hermandad del azul y el blanco, fuiste mi fichaje para vigilar mi estación de tren y rendirle culto al mundano dios de los mayas; y entre pitos y cruces hemos llegado a ser esa clase de personas que de vez en cuando hablan con el silencio y las miradas.

Gracias de corazón, hermano. Espero tu “correcto” abrazo al bajarme de estas tablas. Eres el mejor costalero que nuestra Virgen de Gracia haya podido tener.

UN ESTILO DE VIDA

Y llegué a ser costalero.

Una sombra bajo la Luz, escondida en el anonimato que dan unas zapatillas, suavemente racheando. Soy mi espíritu exhalado a través de unas faldillas, soy mis adentros precipitados al vacío de un pedregoso acantilado de sentimientos, soy la carga de Él que ansía y cree compartir Su carga, soy de Ella y sin remedio, soy la llamada de ese artista al que le apodan patero, soy un vámonos y otro vámonos y otro y otro, soy la rabia sin freno agarrada a la madera, soy un rechinar de dientes que se traga su soberbia, soy la faja, soy el costal, soy el izquierdo, soy el costero, soy la mitad cuando la media mitad le falta a mi compañero, soy la soñolienta revirá en un callejón saetero, soy la injuria para el purista pero así lo siento. Así me parió mi madre, así me parió, costalero. Tal que así lo describió él mismo:

es la eterna batalla de un querer y no puedo, es la respiración ahogada de primavera e incienso, es la sangre paseando del corazón hasta el cuello, entre el amor a un hermano y el amor a un madero; es la cúspide terrena que lo eleva hasta el cielo; es cerveza, es cigarro, es un abrazo sincero; es la eterna primavera de un palo callado y muerto; es asfalto, adoquines, “revirás” y “vamos al cielo”; es zapatilla, es un paso, es una caricia al suelo; es imán de las miradas que de vez en cuando bajan del cielo; es ensayo, es silencio, es sudor en verbo hecho; es la firmeza de un corriente y el suave arte de un patero; es la sangre imaginada, es imaginar el infierno cuando estás ganando al tiempo; es la madre, es el padre, el hermano en el que pienso; es la voz del capataz, su palabra que es mi aliento; es la lágrima en un ojo, es la gracia, prendimiento, los dolores de una madre, es el hombre de mi pueblo; es un rechinar de dientes, el dolor de mis deseos; es historia de las calles, callejuelas y pasajuelos; es la pausa, es el nervio, es la furia y es el miedo; es querer como Tú me quieres y quererte como te quiero; es el costal, la faja y el hombre que llevan dentro.”

Llevo clavada en mi retina aquel aula de instituto, donde se mezclaban los pálidos perfumes de las adolescentes y los efluvios masculinos tras una clase de Educación Física. Sobre la mesa de un pupitre se arremolinaban varios de mis compañeros de clase. En el escritorio de Manolo, un chico regordete y empollón, todos observaban las líneas y los ángulos inmersos sobre un papel, mientras él iba tomando nota de los nombres de todos mis compañeros. Allí fue donde comenzó todo: en el instante que la tinta de un bic desparramó sobre un testamento sin futuro todas las letras sumergidas en mi nombre.

Manolo por sus edades, Pedro estaría con las suyas, y Fran supongo que ya estaría lanzando pitorradas al viento en algún inhóspito descampado o en el camino multiusos del cementerio. Y quién iba a creer, por entonces que, años más tarde, sonarían unas palmadas en mi espalda para citarme en un anochecer de enero. Pues sí, el sueño se hizo realidad, y, en un limpio paredón del que ya no quedan vestigios, dejé mi pecho descubierto para dejarme llevar a esta muerte que me visitará cuando las fuerzas de mi cuerpo no puedan equilibrar la balanza de la terca voluntad inherente del costalero.

Estampas, sin remedio, aparecerán cuando, de la mano de la parca, abandone el barco de la vida: el nacimiento de Gabriel, el amor infinito en los ojos de mis padres, la infancia perpetua en la tez de mi hermana, la pertinaz pasión que belleza, palabras y hechos de Tony despertaron, despiertan y despertarán en mí; pero otras fotografías las he ido escogiendo poco a poco, a conciencia, encajándolas en el álbum de pequeñas esencias que pondré a buen recaudo en mi maleta de viaje, cuando Dios expenda mi billete hacia la otra vida. Me llevaré la primera madrugada bajo los pies del Sentenciado, cuando, valga la redundancia, fui sentenciado. Me llevaré la primera vuelta al barrio, desandando la calle Don Juan, mientras un Cristo del Amor llamaba a los cristales de las ventanas en los hogares dormidos, habituados al tradicional descanso entre el Jueves y el Viernes Santo;  me llevaré el roce de las patas sobre el suelo (¡Huy!, he dicho patas, quise decir piernas, mis piernas… aunque las patas también rozaron) y la radical obsesión de cuarenta soldados, con apretados costales, andando como avestruces, que, como pudieron, llegaron ante la puerta de Santa Teresa para entregarLo; me llevaré el Arroyo de Santa María para ilustrarle a Mi Señora como, aquí en mi tierra, los hombres aparcan plegarias y retahílas para rezar con el racheo de unas viejas zapatillas. Me llevaré mis zapatillas, mis costales, mis fajas, mis espaldas, las jóvenes y las que van siendo viejas, mis tardes de ensayo, mis kilos y, espero, mis muchos años. Me llevaré esta chicotá tan corta enmarañada a mis querencias de cristiano, esta terrenal credencial, este salvoconducto humano con el que llamo a las puertas del cielo para que me vayan igualando.

MIS PENAS

Ayer trajeron tu palio. Pero Tú sigue donde estás, Madre Mía, que todo acude. No te apresures en ponerte nerviosa pues no son buenos consejeros los nervios, y, menos, a días del excelso momento del que serás protagonista. Ya sabe el viento como debe propagar el ruido del chasquear de tu palio: ha anunciado a los vencejos la prohibición de cantarte mientras te vayan andando y se entorpezca el pregonar de tus doce barras de palio. Y las calles que lo han acogido por vez primera ya se han hecho a tu peso y a tu medidas. Y ya sabes como son las calles, que unas llevan a otras y, al final, todas han conocido la noticia. ¿No te lo crees? Yo acabo de pasear por la Trinidad y no me parece la misma de ayer.

Ya no sé si era a cobre o era a oro, pero las luces también han cambiado. Y, siendo en este pueblo como somos, una titubeante luminaria de la plaza de Santa Clara ya se ha puesto celosa. La entristece saber que, cuando llegues, ya no será necesario darle calor y luz a tu Hijo, al Sentenciado.

No te pongas nerviosa que calles, luces y aves ya se han confabulado.

Ya hemos llegado tus costaleros a Santa Clara y tras un breve descanso del cuerpo, que no del alma, te hemos elevado otra vez al cielo de esta noche oscura del alma. Hemos revirado Narváez y San Pedro se ha asomado a sus rendijas quedando mudo, callado, sin aliento al embriagarse con tu paso. Ya te han rozado los pulcros balcones de Juan Pasquau cerrándose a tu paso, viendo como reviras para mirar de nuevo a tu barrio. Ya subes Real, Plaza de Andalucía, Trinidad y te encaramas a lo nuevo. Mira tu cera, gastada, como las fuerzas que ya nos van quedando. No te preocupes, Madre, ya estamos en tu isla: Bolero, Bolero y Bolero. Y reviras, y reviras hasta Molino de Lázaro donde te espera tu Hijo, mi Cristo sentenciado. ¿Qué música suena? Qué más da, si todo se ha consumado, si todo se ha consumado.

*******

¿De qué hablarán los silencios cuando descubran la ausencia de tus silencios? ¿A qué luz se aferrará la oscuridad si el albor de tu belleza ha partido para hacerse sol en la calle? ¿Qué puertas abrirá el viento cuando vea que no te encuentras entre las frías paredes del templo? ¿Qué tiempo marcará el reloj cuando la nada lo inunde todo y los segundos hayan dejado de existir?

Dejará de ser tu casa, cuando te reviren tus costaleros y un estrépito retumbe en el templo, tu casa dejará de ser. Te habrás ido nerviosa, con la zozobra en tus manos, ignorando el lugar al que te llevan. Siempre preguntabas a tu hijo, a la vuelta de las madrugadas, cómo es ese paraíso que su silencio y su lágrima nunca te relataban. Te habrás ido nerviosa, extraña a la voz de tu Alfonso que, aunque grita y habla y susurra, ha caído preso del silencio; no le tengas en cuenta, ahora, su timidez: siempre te ha visto así en sus eternos sueños, y, sabes, los sueños, sueños son. Te habrás ido nerviosa, cuando al salir del rinconcito hayas visto la turba expectante que, con el corazón en la boca, te acaricia y te ronronean súplicas a mansalva. Te habrás ido nerviosa al experimentar la oración de ese murmullo, la plegaria de unas palmas, la confesión archivada en las lágrimas que del alma surgen a tu paso. Te habrás ido nerviosa cuando descubras Madre de las Penas, Puerta del Cielo, Y fue Sentenciado, tan acostumbrada como estabas a tus mutismos y a tus sosiegos. Pero como nuestra Madre que eres, con plena confianza en el amor infinito de tus hijos, te dejarás llevar tras la mansedumbre, la ternura y la paciencia de la carne de tu carne, de la sangre de tu sangre. Te dejarás transportar a la Semana Santa de Úbeda.

Ahora, deja a la primavera inundar con sosiego el jardín preparado para ti. Ya están floreciendo los requiebros que galantearán tu palio.

Ahora, vive los últimos días de vísperas. Tus últimas vísperas. Cuando vuelvas a casa, ya serás parte de ellas.

¡Felices vísperas!

He dicho.

                                                                  






miércoles, 18 de abril de 2012

Un tesoro encontrado


Navegando por la red me he encontrado este pequeño tesoro. Tesoro, no por la calidad del texto, sino por los recuerdos que me traen a la memoria. Por los sabores de aquella tarde del día de Andalucía cuando la banda de cornetas y tambores María Santísima de las Penas presentaba su primer trabajo discográfico y confiaban en un muchachote para que los guiara en aquel acto. Una tarde para no olvidar. Con mi gente de la Sentencia, con los amigos de mi Sentencia. ¡Qué pena no encontrar imágenes de aquel acontecimiento!

LAUDATE DOMINUM


Como la brisa mece las copas adormecidas de los árboles; como la mar acaricia la suave arena de la costa;
como el sol calienta a las rocas de la montaña en un día frío de invierno; como una madre acuna a su bebé,
a su nene, a su retoño mientras le canta una nana; como las amapolas van pintando de rojo los trigales verdes;
como el plenilunio riega de luz a las tinieblas. Así va apoderándose, Laudate Dominum, de las almas de quienes se atreven a escucharla, embriagándolas quedamente como si de un buen vino se tratase. Laudate Dominum es la nana que Jesús escucho en el pesebre, bajo aquella estrella de luz. Laudate Dominum...

MAESTRO DE FÉ

Con catorce años en su corazón la sintió, esta iba a ser su oración. Oración hecha trabajo, convertida
en desvelos, en notas que van y vienen, divinos caramelos. Esta nota le servía, esta otra la desechaba.
Entre clase y clase, la partitura cogía y de sueños la llenaba. Y un buen día, aquel ensueño que tuvo, en un marcha se transformaba. Tras muchas horas de ensayo ya se quedó montada. Su oración al cielo clamaba.
Seguro que Jesús a tu lado estaba, la FE mueve montañas y en eso Él es un maestro. Maestro de Fe...

ESAS PENAS DE TU CARA

Me acerco a Él, rodeado de silencio, en el mudo murmullo de Santa Teresa; lo veo allí, a lo lejos y me conmueve su humildad, su mansedumbre, su paciencia. El corazón llora, se acongoja, se llena de vacío, y ese vacío se va vaciando, llenándose de amor, a cada paso que doy. Mis pasos hambrientos devoran la distancia que me separa de Él, sin que mi razón pueda remediarlo. Es tan honda la tristeza de su rostro que mis ojos se niegan a acecharla, pero el corazón se ha llenado de amor y me impulsa a contemplarlo. Allí me quedo, frente a Él, absorto, ensimismado, meditabundo mientras suena en mi mente "Esas penas de tu cara". Tú lágrima contiene las notas de esta melodía. Esas penas de tu cara..

DE TUS PALABRAS

De tus palabras surgió el ungüento divino que rocía al alma humana, de tus palabras brotó el agua que llena los mares, de tus palabras se derramó la lluvia que hace florecer al campo, de tus palabras se apoderaron los jilgueros para clamarlas al viento, de tus palabras surgió la chispa que prendió a mi corazón, de tus palabras nacen las miradas de amor, de tus palabras está saciado el mundo aunque cerremos los oídos para no escucharlas, aún sabiendo que son mudas, que habitan en nuestro corazón. De tus palabras nacen las notas de amor, los quebrantos sonoros, las corcheas divinas que vamos a escuchar. De tus palabras...

AMISTAD

¡Nos os dais cuenta!, ella estaba con aquellos tres locos niños dispuestos a crear una cofradía,
cuando otros tantos se les unieron; alrededor de aquella mesa en aquella semana grande; cuando se reunían y se reúnen, cuando trasnochan, cuando desfallecen, mientras sudan dolor bajo el paso, donde pasan frío mientras crean notas y melodías de ensueño, cada Viernes Santo, en la Hora Santa. Esta hermandad es gracias a ella. Esta melodía surgió gracias a la de sus dos compositores. Me estoy refiriendo a la Amistad...

NOCHE OSCURA DEL ALMA

Martes Santo, Úbeda ha oscurecido. Nazarenos encapuchados, coloreados de marrón carmelitano se dirigen al templo. Son las diez y el Cristo de la Noche Oscura comienza su triste andar por la renacentista ciudad, un golpear metálico sobre los adoquines pregona su cercanía. De repente, la noche se hace día, por la belleza del Crucificado que todo lo ilumina. Pasa ante mis ojos, desaparece y en mi alma, de nuevo, oscurece. Lo sigo, lo llamo, quiero estar a su lado, preguntarle ¿qué es esto que entristece mi alma?¿Qué me ocurre cada Noche Oscura del Alma?

ENTRE AZAHARES

El plenilunio primaveral se vislumbra en el horizonte, aún lejano pero ya inminente. Los tempranos jaramagos pintan de amarillo el tímido vergel que se abre paso entre la yerta tierra. Las simpáticas orugas pululan por los caminos en busca de un cobijo de donde surgirán bellas mariposas. Las sendas de la ciudad se colorean, los niños sonríen con más fuerza, los amores se alimentan de la alteración sanguínea. En las noches, ecos de tambores y cornetas, llegan a mis oídos, advirtiéndome de la pronta llegada de la Semana Santa. La que tanto ansío, la que me trae incienso mientras veo a Cristo andar Entre Azahares...

ANGUSTIAS EN SAN ISIDORO

La Madre mece al Hijo yerto sobre su regazo, rodeada de cruces negras sobre fondo blanco,
bajo la gótica fachada de San Isidoro. Ya se va abriendo paso a través del huerto de almas que la esperan, ya se encapota el cielo, ya surgen sus palabras convertidas en lágrimas, ya suenan las trompetas convirtiendo esas mudas palabras en notas. Ya lanza la Madre un grito de angustia al cielo, ya se oye un alto de corneta a modo de quejío. Ya se va abriendo el cielo porque el sol quiere verla, quiere tocarla, quiere mecerla, quiere bailarla. Ya se va el febo, ya se lo llevan las nubes. Y la madre descansa. Ya está la Angustias en San Isidoro...

POR ÚBEDA

El Renacimiento se respira cuando entonan esta marcha. Cuando la tocan, en la Madrugá,
el espíritu de El Salvador lo introducen en las cornetas; el Hospital de Santiago se esconde en los timbales; la Trinidad se engalana; Santa María llora por estar tan lejos; San Nicolás abre sus puertas para capturar las melodías que le regala el aire; San Isidoro impacienta por el lento pasar del tiempo; San Pablo escucha las poesías que San Juan de la Cruz le susurra al oído; Santa Clara espera silenciosa; San Pedro se ilumina.
Todo esto ocurre Por Úbeda...

EN ORFILA

Los nervios se apoderan del costalero en el patio de Santa Teresa, los costales no se ajustan, las fajas quedan flojas, las cabeza se asoman asombradas para ver a los compañeros de fatiga en esa madrugada tan hermosa. ¡Qué bien tocan! ¡Cómo suenan! ¡Cómo está la plaza!....¡Vamos hacia dentro!
El silencio llena el interior del paso. Tres golpes ¡a esta es!, y ya está saliendo el paso del templo. El corazón es un puño y estalla cuando suena la Marcha Real. ¡Si, son ellos! Los mismos que tocaron hace un rato En Orfila...