lunes, 15 de abril de 2024

Paseos sin rostro

 


De repente uno descubre que vive en una ciudad tan extraña y mira hacia atrás buscando el momento preciso cuando todo empezó a cambiar. Algún cambio ha tenido que sucederse para que la ciudad sea capaz de disfrazar con un ropaje incorpóreo que despoja de personalidad al transeúnte que se adentra en las entrañas históricas de una ciudad que poco a poco se ha ido descalzando las zapatillas de pueblo.

Es verdad que repicaban las mismas campanas que pintan los tejados con los distintos tonos del día, y el sonido es inconfundible pues son los mismos olivos los que devuelven el eco amortiguado por su plateadas copas, y el vagabundeo de mis pasos recorría los mismos adoquines que se han ido limando a lo largo de los siglos; pero en una tarde de un sábado cualquiera, un ubetense en Úbeda, digamos que fui yo, pudo constatar que hoy es posible pasar totalmente desapercibido entre las arterias de la ciudad vieja y dorada. Como un turista más, como un extranjero perdido mirando su ubicación en el mapa de google, entre mesas de tabernas atestadas de humanos sedientos tras una jornada de visitas y tournée interminables. La ciudad ahora es capaz de arrebatarte el rostro, incluso hasta el punto de verte reflejado en los ojos de amigos y conocidos, de coetáneos y compadres, de ubetenses que han compartido infancia, adolescencia y madurez, y que esos ojos no te reconozcan, desorientados entre la turba foránea que atesta las calles y plazas del casco antiguo, entre la vorágine de los grupos de extranjeros con auriculares en los oídos, entre la turbulencia de miles de teléfonos móviles obturando una y otra vez para captar un momento único en una ciudad hermosa que mañana solo será un recuerdo.

Pasear por Úbeda y creer que no eres de ella. Ahora es posible. Algo ha cambiado, algo cambió. Todos nos alegramos aquel día, aquel lejano día de julio del año 2003. El precio estaba claro: entregar la ciudad al mundo, derribar sus murallas, y que el ubetense fuera desterrado a sentirse como tal cuando la noche acoge a la ciudad y en el silencio se oye el quejido de una Úbeda cansada de tanto ruido.