jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Mi carnaval? Bien, gracias.


Lo juro, llegué a pensar que fuera del carnaval, después de estar tanto tiempo y de haber hipotecado tantas cosas por él, no había vida. Pues no, señores: aquí estoy, como se suele decir, “vivito y coleando” (o algo así). Y, vivo y coleando, seguramente, porque no me siento alejado de este mundo al que tanto he amado y al que tanto le debo, donde he encontrado tantos amigos, donde me enamoré y enamoré a mi compañera; porque en mi casa, cada día encuentro algún hueco por donde se haya metido algún duendecillo del país de febrero, porque tengo algunas cosas en mis estanterías que constantemente accionan mis neuronas carnavalescas y porque cuando uno ha sido febrero no podrá dejar de serlo hasta que se marche de este mundo.

Se disolvió aquella comparsa cuando cumplió diez años, qué pena, qué rabia, y nunca pensé en aquellos días que iba a quedarme fuera de este barco del cual formaba parte en su tripulación. No quise chirigotas, pues no me siento chirigotero, y dejé en la estacada (lo siento amigo, comprende la pringue que embadurna mis venas) al carnavalero, donde los haya, Sergio Alises, que me propuso colaborar con él en la “callejera” chirigota del Jero. Única oferta “oficial” que recibí desde aquel momento hasta la actualidad (ya es un poco tarde, ¿verdad?), aunque hubo “no oficiales” a las cuales no les he dado mucha credibilidad, pues por ser “no oficiales” oficialmente no tenían mucha veracidad en sus formas. Siendo sincero, y aquí siempre lo he sido, siempre esperé una llamada del amigo Maikel, pues sabía que volvía al carnaval pero Paco Polo no estaba a su lado, llamada que nunca se produjo, e ilusión, pues la sentía al pensar en escribirle, que dejó de campear en mi cabeza cuando le dije, en viva voz (aunque no se si recordará pues el momento, las copas de más y la música alta, fue en la boda del Boni Padilla, no eran las idóneas, o quizá si, no sé) que me había quedado esperando esa llamada, a lo que él respondió con una socarrona sonrisa que eso era material y moralmente imposible. Sí señor, claro y conciso (Maikel, te sigo queriendo). Por todo esto es cierto que he llegado a darle toda la validez del mundo a aquellos comentarios que hablaban de que si yo salía cantando era simple y llanamente porque era el “autor” de una comparsa, porque cantar, lo que se dice cantar, cantaba poco y mal (más o menos como Juan Carlos Aragón, jejeje). En fin, señores, que quieren que les diga: pues nada porque hablar de ello y decir lo que siento, respecto a ese tema, la verdad, me da mucha pereza.

Pero, dejando de lado mi naufragio de los últimos meses, vuelvo a lo que realmente he venido a decir. Hoy he buceado por esa amalgama de blogs, páginas webs y demás foros (estos un poco muertos), y he visto que el carnaval, fuera de la semana de carnaval, sigue existiendo; y al verlo he resucitado del estado latente donde he invernado desde aquel fatídico día de marzo, me he sentido vivo y, asombrado, he vuelto a mirar el calendario para contar los días que faltan para la visita del ruido de Don Carnal. Me ha restablecido ver la sonrisa y la cara de felicidad (él sí es verdad que ama esta fiesta) de mi amigo Viedma, el fanatismo y la pasión de los hermanos Cano (yo quise ser como ellos, pero no supe hacerlo bien, además de no estar en el lugar y con la gente adecuada), he sentido que Calvente hace tiempo olvidó aquellas lágrimas cuando se esfumó su comparsa, que los chirigoteros que antes fueron amigos comparsistas van superando expectativas, además de vérseles felices y unidos e ilusionados con esta nueva etapa, con este nuevo proyecto, que Maikel apunta las maneras que sólo él puede mostrar en este carnaval que le debe tanto… que he vuelto a sentir un submundo creyéndome fuera de él y he caído en la cuenta, sin pensarlo dos veces, que me hubiera gustado estar ahí: he amado, luchado, bregado, gritado, rasgado las vestiduras, por esta fiesta que por más olvido que quiera suministrarle sé que tengo la batalla perdida.

Algo si tengo claro, de algo me han servido todos estos meses, y es la conciencia de vivir como nunca, y espero que con la misma fiereza con la que lo hice en un grupo, el carnaval: con mi mujer, con mi hijo, con todos los amigos que, a Dios gracias, tengo en la fiesta, con todos los “enemigos”, a Dios gracias, que he ganado, por mi “no se qué”, y con los que intentaré trabar amistad (Miguelín Soria!!!!! Creo en ello, creemos en ello, hay que intentar hacer que se crea en ello!!!!!).

Me gusta que todo siga igual. Que se siga luchando por una fiesta a la que tanto amo. Haciendo que los que estamos en mi lugar nos sintamos vivos. Fíjense cómo de vivos que amenazo resurgir con un romancero.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Portrait of a summer rain evening

Había dejado el libro abierto sobre el escritorio, boca abajo, previniendo que los momentos derramados sobre esas dos páginas pudieran escapar.


Rorro dormitaba sobre la cama, agotando las últimas horas de la tarde, esperando la luna que diariamente le regalaba un paseo novelesco entre las acacias y los juegos de los niños que se aglutinaban en el parque a primera hora de la noche; mientras veía al contraluz la figura de Laura, postrada en la ventana por la que se colaban las primeras gotas de lluvia de un verano demasiado largo y caluroso. El viento acariciaba los blancos tejidos de las cortinas y el camisón de seda que se ceñían a la piel de su dueña.


Laura tenía los ojos cerrados, con el rostro inclinado hacia el cielo, sonriendo a cada gota que impregnaba sus gestos; abría con violencia las puertas de sus entrañas y en sus mejillas se mezclaban con la lluvia unas lágrimas que contenían en su interior toda la belleza que se oteaba desde aquella ventana: el gris de un cielo ataviado con un arcoiris lejano y medio escondido tras la cortina de agua, el verde opaco de las copas de los árboles de la avenida mecido por los vaivenes de las ráfagas de un viento desvelado por los gritos de septiembre; el rumor de pasos con prisas, de individualidades sorprendidas por una tormenta sin aviso, cobijadas bajo carteras, bolsos o la inútil bóveda de las mismas manos. El fulgor de los tejados cuando los últimos suspiros de la tormenta dejaron paso al póstumo destello del desperezado sol de un caliginoso día que ya languidecía.


Aquella Laura de la ventana desapareció con la tormenta, huyó del contraluz y se adentró en la penumbra de una habitación que iba perdiendo sus formas, sus colores y sus ángulos. Rorro ya no descansaba sobre la cama, se afanaba en el mordisqueo de una pelota junto al escritorio donde Laura se sentó retomando la lectura del final de aquella historia que había quedado olvidada sobre la tibia madera de cedro. Al pronto, con la última caricia acabó su lectura.


Rorro impacientaba, ya se había hecho tarde.


Laura abrió las puertas del coqueto armario donde guardaba sus vestidos. En el espejo del interior se reflejó la blanca luz con la que una pulcra luna iluminaba la habitación.


Ataviada para la ocasión cogió a un Rorro ya desesperado, cogió las gafas de sol que estaban en el aparador junto a la puerta, la abrió, pulsó el interruptor y se fue.


Cuando iba a cruzar la esquina, adentrándose en la calle que daba al parque, miró hacia su ventana: la única de su casa que a esas horas estaba traspasada por la luz incandescente de una lámpara inservible. En la calle aún perduraba el olor a tierra mojada.