jueves, 6 de abril de 2017

Se nos olvida...


Ni entre los rincones del papel, ni en el blanco virgen de nuestras calles, callejuelas y callejones. ¿Dónde se ha escondido la plácida prosa, la etérea poesía y el teatro sublime? Otro misterio que nos han alumbrado las últimas décadas de Parasceve, ha sido la huida hacia la nada de los sentimientos y evocaciones espirituales que, tiempo atrás, nos labraba en el alma la llegada de la Semana Santa. Úbeda ha sido incapaz de volver a pintar sobre sus balcones con la acuarela de los hermanos Vico, en otras tardes de soledad y llanto; se ha tragado la zozobra que impregnaba el corazón del ubetense en el impasse atemporal que navegaba entre la cruz de la expiración y los brazos inmensos de una madre; se ha quedado sin el silencio donde el eco de los versos de Juan de Yepes nos herían y nos conminaban a cantar nuestras oraciones. Yacemos incautos sobre las aceras de nuestras calles, ajenos a las volutas barrocas que el humo juega a crear en el aire, al mimo con el que el turiferario recoge el incienso de la naveta, al clamar de los vencejos en las plazoletas de espera. No se siente el racheo de un pie desnudo vestido de promesa y oración, ni el frío, ni el calor, ni el dolor, ni el amor; ni entregamos el alma a desentrañar la mirada, siempre perdida, que nos transita mientras observa a través del capuz. No nos sobrecoge la exaltación aquella de 2008, la de Manolo Madrid, porque ni sabemos que existen las palabras bellas, ni las palabras amargas; ni las leemos, ni las escribimos, ni las encargamos. Ya no lloran las “marías”, ni empujan el guión la penitronchas; y a las flores les arrancamos los pétalos como a un niño se le quita la infancia. Ya no se hace “semana santa”: en los órganos directivos se juega a las cofradías, en la radio no se evocan imágenes, en la televisión se nos escapan olores, y en el papel, en el papel, lo más importante, se nos olvidó entregarnos, en cuerpo y alma, a la necesaria obligación del cofrade, que no es otra que la de cantar a su Semana Santa, de pregonarla; en verso, en prosa, en ritmo, en pausa; llorarla, cantarla y añorarla antes de que se nos haya escapado. Y pregonarla, pregonarla; per secula seculorum. Que nos llama la muerte y somos capaces de ahogarnos con los versos que nos cargan. Que nos llena la vida y guardamos los versos que la muerte malgasta. Que es muy fácil decir te quiero, que es muy fácil, mi alma.


A todo esto, felices vísperas. Pregonera, te alcanza.

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