Ni entre los rincones
del papel, ni en el blanco virgen de nuestras calles, callejuelas y callejones.
¿Dónde se ha escondido la plácida prosa, la etérea poesía y el teatro sublime?
Otro misterio que nos han alumbrado las últimas décadas de Parasceve, ha sido
la huida hacia la nada de los sentimientos y evocaciones espirituales que,
tiempo atrás, nos labraba en el alma la llegada de la Semana Santa. Úbeda ha
sido incapaz de volver a pintar sobre sus balcones con la acuarela de los
hermanos Vico, en otras tardes de soledad y llanto; se ha tragado la zozobra
que impregnaba el corazón del ubetense en el impasse atemporal que navegaba
entre la cruz de la expiración y los brazos inmensos de una madre; se ha
quedado sin el silencio donde el eco de los versos de Juan de Yepes nos herían
y nos conminaban a cantar nuestras oraciones. Yacemos incautos sobre las aceras
de nuestras calles, ajenos a las volutas barrocas que el humo juega a crear en
el aire, al mimo con el que el turiferario recoge el incienso de la naveta, al
clamar de los vencejos en las plazoletas de espera. No se siente el racheo de
un pie desnudo vestido de promesa y oración, ni el frío, ni el calor, ni el
dolor, ni el amor; ni entregamos el alma a desentrañar la mirada, siempre
perdida, que nos transita mientras observa a través del capuz. No nos sobrecoge
la exaltación aquella de 2008, la de Manolo Madrid, porque ni sabemos que existen
las palabras bellas, ni las palabras amargas; ni las leemos, ni las escribimos,
ni las encargamos. Ya no lloran las “marías”, ni empujan el guión la
penitronchas; y a las flores les arrancamos los pétalos como a un niño se le
quita la infancia. Ya no se hace “semana santa”: en los órganos directivos se
juega a las cofradías, en la radio no se evocan imágenes, en la televisión se
nos escapan olores, y en el papel, en el papel, lo más importante, se nos
olvidó entregarnos, en cuerpo y alma, a la necesaria obligación del cofrade,
que no es otra que la de cantar a su Semana Santa, de pregonarla; en verso, en
prosa, en ritmo, en pausa; llorarla, cantarla y añorarla antes de que se nos
haya escapado. Y pregonarla, pregonarla; per
secula seculorum. Que nos llama la muerte y somos capaces de ahogarnos con
los versos que nos cargan. Que nos llena la vida y guardamos los versos que la
muerte malgasta. Que es muy fácil decir te
quiero, que es muy fácil, mi alma.
A todo esto, felices
vísperas. Pregonera, te alcanza.
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