martes, 23 de diciembre de 2014

Novidad


Ojos que no buscan en el cielo. Luces que ocultan la noche. Portales sin niño en la cuna, con un esqueleto por mula. Magos que cuelgan de perchas. Reyes descansando en estanterías. Calles sin cava en las calles. Fuego en las casas sin hogar. Frío en los tétricos rostros. Cánticos metálicos sin significado en sus estrofas. Zambombas sin plazas. Trenes sin camellos. Pajes embusteros. Niños sin regalos. Niños con dinero en los bolsillos. Tascas con borrachos. Espadas sin chistes. Segundos con dos años. Calles sin perros en las calles. Mentiras que cuentan los padres. Los Reyes no pueden ser ellos. Miasmas de miedo en las puertas que cierran sin Fe al viandante. Y ojos que buscan la noche, y luces que no dejan verla; y pasos que emigran al campo para creer la Navidad, en silencio. 

jueves, 25 de septiembre de 2014

Un pequeño paso


Sigo aquí; cumpliendo la promesa que surgió de mis labios en aquel instante último, cuando dejaron de besarte. Si fui capaz de acercarte la Luna en aquella noche de verano, este platónico calvario, al que me postran nuestras diferencias, es misión baladí para el martirio de tu amado. Es tan igual, el tacto de esta tierra que piso, a aquella que baña la azulada sal donde te perfumas cada mañana; que es atroz pensar en la finita distancia que separa nuestros mares. Nuestros mares, tan distintos; nuestros seres, tan iguales. Aquí sigo, esperando que tus noches se hagan oscuridad, para cumplir sin remedio la promesa de estar siempre contigo cada vez, bajo la Luna llena. No tengo nada que hacer, solo cuidar que nuestro Sol nunca deje de iluminar; solo esa es mi obsesión hasta que llegue el momento de poder besarte otra vez. Es un pequeño paso para mí, es un gran paso para nuestro amor. No te olvides de mi Luna, no te olvides de mí. Tu selenita.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Faros en la noche


Un sueño: alejarse del mundo; y más allá del silencioso susurro de la naturaleza escondida, siempre había deseado desterrar sus huesos en una enmohecida habitación de uno de esos hoteles que había visto en aquellas películas de clase b que martilleaban las paredes de su soledad en las largas tardes de verano. Había llegado a hacerlo realidad asomado a aquella ventana, observando la grisácea serpiente que se escondía entre los fulgores del crepúsculo: el silencio lo inundaba todo; incluso el zumbido del neón había dejado paso al mutismo que recordaba de sus sueños. La paz era eso, la ausencia de todo, la ignorancia. Oníricamente, todo igual: las tupidas cortinas, el papel en las paredes, la cama sobre cuatro patas y sin cabecero, la cálida luz que despedían las lámparas sobre las mesitas, el teléfono sin línea sobre una de ellas, el olor a tabaco impregnado sobre el suelo enmoquetado; el ventilador de techo, ahora reposando sobre el suelo.  Una habitación de hotel con una pistola reposando en el cajón.

Dio la última calada al cigarrillo. Dejó la ventana abierta. Cogió una toalla del baño. Esperó a que los faros de aquel lejano coche se acercaran lo suficiente.

martes, 9 de septiembre de 2014

Amanecer sobre la Cárcel


Hay tantos soles como piedras son iluminadas por el candente astro. Hay un sol por cada patio de vecinos rescatado de la turbia claridad de la noche; un sol  por cada balcón que se abre a Oriente en cada mañana ubetense; un sol pinturero que dibuja las calles para el devenir de los días; y entre los infinitos soles de Apolo, hay uno que se asoma desde 1927 a colorear de anaranjado adobe la fachada de este ya viejo inmueble que lo único que ensucia su nombre es su propio nombre.

El mutismo de las mañanas junto a esta fachada neo-mudéjar nos invita a oír el eco de los días pasados en el interior de sus muros. Es la historia la que, más clara que entre las letras de un libro, nos habla y nos seduce con la visión, el tacto y el perfume de los inmuebles donde los días se empeñan en habitarse. Este edificio, me habla de mis abuelos, los verdaderos intérpretes de la historia de este edificio y, por ende, de la historia del conflicto civil español y de la posguerra y la dictadura franquista. Ellos contaban la historia tal y como fue, sin un rescoldo de resentimiento o ira hacia los días pasados; hablando en un presente de un pasado que fue y que solo fue eso: un pasado; un pasado del que solo debemos aprender a aprender, dejando a un lado extremismos surgidos en un remoto tiempo, a los que algunos, con sus palabras, sus gestos y sus edictos pretenden resucitar de las cenizas donde debieran reposar por siempre.

Estas piedras son las cenizas de Úbeda, y como vestigio que es, como palabra inerte que nos habla y nos enseña, no pueden ni deben ser derribadas. Este edificio es valentía del hombre que se postra ante ella para salvaguardar su historia; esta cárcel se erige en nuestra palabra de ubetenses, ubetenses valientes una vez más, para gritar a los cuatro vientos que este pueblo es inteligente, sabio y testarudo, que nuestro mayor tesoro es nuestra historia, que de ella aprendemos: de nuestros errores fundamentalmente: de la noche del 31 de julio, del miedo a la libertad que impide ser libre, de la negación del ayer en un hoy que nos impide ser mejores en el mañana. Estas son las cenizas de Úbeda, las que deben descansar en el baúl de las memorias; y sería un ineluctable error dejar que las removieran y las esparcieran en los campos yermos del olvido y la devastación inmobiliaria.


Para qué darle al sol otros balcones si, de los infinitos que hay, millones siguen cerrados. Quiero seguir paseando por este acerado y, cuando haya dado treinta pasos más, caer en la cuenta de que he dejado atrás la fachada neo-mudéjar de lo que fue la antigua Cárcel del Partido; que entre los resquicios de sus puertas y sus ventanas se escapan notas musicales de mis hijos en el intento de ser alumnos de las Musas; que en sus muros descansan decenas de estanterías, con cientos de libros y millones de leyendas, existencias y poesías; que cae la noche y de nuevo se cierra un candado que lleva demasiado tiempo exánime, enmohecido por el olvido y la dejadez de los dueños de la llave. Quiero la llave que abre esta puerta, para entregársela a su legítimo dueño: el pueblo de Úbeda; inteligente, sabio y testarudo pueblo; fiel adalid en la lucha por la cultura y la historia en su ciudad. Quiero mi Cárcel del Partido; el legado de mis abuelos y el regalo para mis hijos. Quiero no olvidar, quiero seguir aprendiendo. Quiero que el sol siga despertando sobre su fachada.

viernes, 9 de mayo de 2014

Presentación cartel de Semana Santa de Úbeda 2014


Silencio. Esa palabra sonora, tan bella y espontánea que es el silencio. Todo lo que éramos y seremos antes y después de ser lo que fuimos, somos y llegaremos a ser.

Hay lugares que se preñan del silencio. Espacios prohibidos a la torpe percepción humana, más pendiente esta de lo ganado y lo perdido, ajena a los sueños que se dejan sin luchar; espacios sin aire malsano que los llene, sin viento tormentoso que los mueva, sin tibia y rala luz que los ensombrezca. Hay lugares que surgen del silencio, de la incapacidad de ser vividos; de esa cabezonería del ser humano de caminar de espaldas a las puestas de sol.

Hay un silencio que nace en la madrugada, cuando, con el último temblor, se cierran las puertas de la Trinidad; cuando ya parece que fue ayer que acabaron las vísperas; un silencio en la noche, escondido tras la Adoración, ataviado de calizas flores, regueros de historia y un cielo estrellado que a saber si anda escondido y jugando con nuestra paciencia y nuestra escuálida salud. Hay un silencio en la madrugada que sería más silencio si las palomas pudieran, con su zurear, tararearnos las letanías que resuenan en el interior de Santa María, a esas horas de la madrugada; y es que el silencio se hace más brioso cuando tenemos constancia de su existencia.

Me aterra ese silencio: la concibo a Ella, a mi Virgen de Gracia, en la penumbra de un claustro, sin la hermosa algarabía de sus niños y el mimo y las miradas de sus adultos; sin la sagrada protección de unos muros manchados con la barbarie y la insolencia humanas, tan extraños a lo que fueron y que, aún, siguen siendo para el ubetense comprometido con su historia y sus nostalgias; la veo así, tan Ella misma: tan desconocida como siempre. La vena profana e idólatra palpita descompasadamente, cómo quisiera arroparla, iluminarla, hablarle para romper ese silencio tan bello, por añorado; y tan cruel, por desconocido. ¿Qué talante le muestra a la oscuridad? ¿Estará señoreada por la seria y altiva belleza que nos muestra en su capilla? ¿Estará sonriendo como hace algunas horas, igual que lo hacía en sus traslados de antaño y en sus callejeos a la Aurora? ¿O simplemente estará durmiendo? ¿Durmiendo? Ella nunca duerme; vela nuestros sueños.

En la oscura antesala de su amanecer, Ella no duerme. Vela la túnica planchada que yace sobre el respaldo de un ajado sillón, o cuelga de una descarnada percha agarrada a una puerta o al tirador del armario; vela por el costal que la lleve, limpio como nunca, privado de las indecencias de los ensayos y pleno de la virginidad de un nuevo lunes de primavera; vela por el descanso de sus hombres, de sus amores, de sus costaleros, de esos reclamos de la madera que en breve serán insomnio para luego volver al letargo, al sueño; vela por sus niños, por su juventud, qué maravilla, por esa miasma de luz que la mantiene en un constante estado de lozanía, de eterna frescura, vela por los futuros cofrades, por el ejemplo que nos dan día a día, por su inocencia nativa; vela por esas notas, aún en el mutismo de las tinieblas; vela el baúl donde encontraremos nuestra medalla. Pero es Ella quién nos vela, o somos nosotros los que volvemos a velarnos para custodiarla a Ella.

Pero dormimos. Y al despertarnos llegamos a ser conscientes de que todo se está consumando: se nos ha vedado el amanecer. Aún las cancelas cerradas, y nuestros sueños velándola; se nos ha escapado otro nuevo amanecer en silencio. Miramos al cielo buscando la paloma que ha sido la primera en despertar, la que se ha posado entre la cera para, en un zureo, describirle como colorea el día tras su palio de belleza; y el color del fondo, tras la figura del pichón, nos augura irritables horas o serenas esperas. Inauguramos un nuevo día, en un mundo hostil y extraño empeñado en acabar con la bondad y la belleza humanas, sabiendo que una vez más no estuvimos presentes ante la magnanimidad del despertar de un nuevo sol en el claustro de nuestras añoranzas. Pisaremos una y otra vez la losa más caliente del claustro y nunca sabremos cuál ha sido, ni las tonalidades con las que el febo la dotó recién estrenado el día; ni el murmullo del rocío evaporándose en el silencio, mezclándose con los primeros rayos solares, con el principio de un nuevo día agraciado con la gracia de ver la Gracia en la calle. Y se diluye la mañana, con los cantos de pájaros volantones entre los árboles de las plazas; y se confunde con la tarde cuando el silencio se escapa a través de esa cancela de la Adoración, que se abre al primer enamorado que acude a colmarla de flores.

Somos producto de nuestros silencios. Sus cálidas manos nos moldean en el torno de nuestros días. En ellos aprendemos la lección que el ruido, el movimiento, los colores, los sabores, los olores, el mundo; quieren dejarnos impresa en la plastilina de nuestro yo. Y tal como nosotros somos, así hacemos a Úbeda, la asombrosa tierra donde Dios quiso colocarnos entre todas las tierras del globo. Úbeda, en la tarde del Lunes Santo, no puede sino quedarse en silencio, aspirando los segundos de la vida entre el vaivén de nuestros recuerdos, nuestras profundas improntas de antaño. Úbeda reflexiona sobre sí misma en la pausa de sus estrecheces y rincones. Y esa tarde, no es una tarde cualquiera; es la de las horas previas a la explosión de júbilo y emotividad que, la salida de Ella desde la médula de Santa María, hará surgir en la cúspide de la loma; y aunque el silencio del recuerdo sea el mismo que el de una tarde de verano enamorada, los nervios y el desasosiego de nuestras almas le dan carácter malévolo, tambaleándose el alma con la triste emoción de su pronta partida. Úbeda, nosotros, comenzamos a convertirnos en una salida en potencia: ni hemos salido de casa, ni hemos doblado el costal, ni se ha calentado el metal de la noble corneta; y llevamos media tarde ante la puerta de San Pedro, en una ficticia Estación de Penitencia, implorando con nuestros ruegos y rezos, que pasen pronto las horas y que no corran nunca, que se queden levitando en el paladar del deseo. En San Pedro estamos, que más casa nuestra ha sido y es, que la fría Colegiata a donde la postraron. San Pedro, su espacio, esa húmeda capilla. Pena que el dinero todo lo pueda, todo lo compre, y no hayamos podido ni tan siquiera, en sueños, convertir a tan recatada iglesia en la eterna morada de Nuestra Señora. La oscuridad perenne del interior del templo inunda el silencio que proyectan nuestros recuerdos; ya vamos saliendo de casa y cada paso dado se convierte en una suave oración. Cada metro andado es un metro soñado. Cientos de almas cierran sus hogares, emigrando hacia el refugio de su manto. Cada metro andado, cada metro soñado. Y nuestros recuerdos, con sus silencios, se adentran en el barrio de San Lorenzo, a través de la rancia calle del Condestable Dávalos; se apostan en los balcones para verla pasar, cada una y mil noches que su aroma ha rociado la lúgubre estancia callejera; se arrellanan nuestros recuerdos en el alféizar de las ventanas de tan angosta calle, cual trastornados poetas o Vicos “lunesanteros”, para lanzar, a su imaginario paso, torrentes de versos y quieros, de silenciadas saetas o efusivas caricias del alma al mecido terciopelo. Y no tienen otra salida nuestros silencios para encaminarse hacia ese claustro donde nos espera su palio, que el balcón de la cuesta de San Lorenzo; quién no ha paseado por la calle Cotrina, en cualquier época del año, a cualquier hora del día, y ha visto eclipsarse el sol con una turbadora luna que se asoma desde la sierra de Mágina; quién no ha visto colorearse la calle de azul y blanco mientras un murmullo invisible iba apoderándose de nuestros sentidos; quién no ha visto, bajo la espadaña, el descanso de un palio que se asoma al abismo, el descanso de la madera, del costal y la faja; quién no ha escuchado el lamento de las murallas, o a la Madrugá doliéndose, o Pasa la Virgen de Gracia entre el racheo y el crujir de dientes de esos héroes anónimos del silencio. El silencio de Úbeda, nuestros silencios, vuelven a la plaza renacentista. Ya se nos olvidó el amanecer, la tarde y su espera, y entre las rendijas del templo vuelve a apoderarse del claustro el silencio.

Entre el tumulto de sus cofrades, la marabunta de infantes ataviados con la túnica azul, su azul soñado; entre los abrazos y la agitación contenida de sus hombres; entre el choque de faroles que van pasando de mano en mano, entre cristales que se hacen añicos antes de ser alumbrados; entre el humo de los últimos cigarros clandestinos, entre sus humos y sus siseos; entre el bochorno de decenas de cámaras fotográficas que disparan cientos de veces, entre sus flashes y sus largas exposiciones, entre los cientos de dispositivos móviles que actúan como aquellas, qué espanto; entre el repiqueteo de unas baquetas desganadas sobre el parche, la limpieza de instrumentos, la excitable espera de unos músicos con cientos de minutos y notas en sus destempladas noches de ensayo; entre el suave roce de unas corbatas que se recolocan una y otra vez, presas entre el hastío y la alegría; entre todos los rumores acopiados entre esas cuatro paredes y el cielo a lo largo de una larga jornada de desvelos, prisas y llantos; entre todos ellos se erige en Reina del silencio, Ella, la Virgen de Gracia, salvaguardada por un quieto palio dispuesto a ser desvencijado por la pericia de un valiente racheo sobre la afrenta de unos históricos adoquines y unas vueltas de esquina que requieren revirás de espanto. Allí reposa Ella, en silencio, regalándoselo al alma que se postra ante su serena figura reclamando un milagro, o dando gracias por el regalo de verla otro año en su trono de pureza. Allí reposa Ella, en un silencio donde es capaz de oírse el crepitar de la cera ardiendo, la lenta muerte de unas flores que la engalanan, el crujir de la madera ante el inminente calor del costalero. Todos los silencios del mundo contenidos en esta divina estampa que muy pocos somos los agraciados de vivir y que hoy, se nos muestra sobre la impresión en un despojo de la naturaleza.

Silencio. Esa palabra sonora tan bella y espontánea que es el silencio. Todo lo que éramos y seremos antes y después de ser lo que fuimos, somos y llegaremos a ser.

Pero el designio del silencio no es existir per sé, nos necesita. Con tres golpes sobre la Adoración, se abren nuestras voluntades para recibirlo de nuevo. Se abren la cancela y el alma, y con el primer acorde de la orquestina, el silencio, va recogiendo sus maletas. Cientos de faroles abandonan el descanso sobre las frías losas preñadas de historia, ordenes que van y vienen, Pedro que se aturulla para imponer el preciso orden con el que la hermandad señorea las calles, la última mirada tras el capuz de cada nazareno que traspasa la puerta, todas brillantes, todas húmedas, todas en el anonimato. Abrazos, palmas, rezos, risas, promesas, miedos, valentía para vencerlos: los costaleros se hacen trabajadera espantando el silencio que habitaba bajo sus plantas. Primeros golpes del llamador, primera levantá. Y como un tremendo vórtice, el palio y su contenido, Ella, se apodera de todos los silencios del mundo. Es el silencio andando, las barras de palio son de silencio, el racheo es de silencio, las ordenes de Rafa son de silencio, las piedras ensanchan su mudez, el cielo se queda sin estrellas porque el reflejo de la candelería anula a cualquier astro. Es el silencio andando. Menos paso, izquierda adelante, derecha atrás. Menos paso quiero. Oído, los dos costeros a tierra por igual. Por igual. Más la izquierda, más la izquierda. Vale. Bueno, al cielo con Ella. Y en una explosión sin límites, ya somos otra vez esclavos de nuestros recuerdos. De nuestros silencios. Adiós, silencio.

Estimadas autoridades. Señor Presidente de la Unión de Cofradías de la Ilustre ciudad de Úbeda. Señor Arcipreste de la ciudad de Úbeda, Padre. Don Santiago Muñoz de la Torre, Hermano Mayor de la Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora de Gracia, mi amigo. Jesús Mendoza, enhorabuena. Señoras y señores, estimados todos.

Las inclemencias meteorológicas, desafortunadamente acaecidas en la pasada noche del Lunes Santo, motivaron que las bases del concurso fotográfico fueran parcialmente modificadas, debido a que el palio de Nuestra Señora y sus hermanos cofrades, no pudieron realizar su desfile procesional para celebrar la Estación de Penitencia a los pies de San Pedro. Por ello se permitió la presentación de obras fotográficas realizadas en años anteriores al aciago 2013. Y qué maravilla, que dulce alineación de los astros, fue la presentación de esta fotografía por parte de Jesús Mendoza. Jesús, ubetense de nacimiento, al cual le auguro un productivo y afamado trabajo en las artes que domina; nos trajo una fotografía realizada en el año 2012, en el interior del claustro de Santa María, momentos previos a la salida de la hermandad a la calle. Es difícil, yo he descrito todas y cada una de las situaciones que pudieron darse en el momento justo del disparo, saber qué acontecía alrededor; mas lo importante, lo modesto en detalles, está impreso sobre el papel.

Un cartel distinto, aunque no único en las formas. Algún que otro icono en los años ochenta y setenta, se parece al que hoy ejemplariza nuestra Semana Mayor. Es un cartel, valga mi sistemática descripción, silencioso. Un cartel que busca la búsqueda de esa escena; un cartel que llama a la oración, al recogimiento y a la reflexión. Es una estampa que sale a la calle, que viaja por el mundo para mostrarnos lo de dentro, el interior, esa parte del mundo cofrade que nadie ve y que nadie intuye; nadie de fuera, claro está; y de la que todos, cofrades todos, deberíamos hablar sistemáticamente a aquellos que dudan más que nosotros y que ponen en tela de juicio nuestros actos y nuestras creencias. Es un cartel que abre las puertas del templo aún más de lo que debieran estarlas. Es un cartel que sale de dentro, que nos muestra el camino de otra Semana Santa con distintos acordes y colores, en la que María, la Corredentora, nos presta su palio para cobijarnos de la apatía y el laxismo.

El destino quiso que fuera así; Dios así lo quiso. Y relegó la elección de otra típica escena costumbrista a otros años, a otras Hermandades, a otras Semanas Santas. Todos pensamos, yo así lo hice, en un cartel donde la Virgen de Gracia bajara por San Lorenzo; o tuviera el telón de fondo de la Capilla del Salvador; o se vieran los pies de los costaleros, o un desenfoque escandaloso de un farol con el palio al fondo. Pues no, y ya está bien. Ya está bien de equivocarse y de caer en el error de persignarse en la calle, no ante Jesús o su Santa Madre, sino ante el monumento de turno, o la acumulación de gentes y sus fervores. Ya está bien de que se soplen cornetas y se aporreen tambores, o se porte a Jesús o María sin conocer sus historias, su misión redentora, su desprendido amor hacia el hombre y la pasión que soportaron en ello. Por ello, un cartel así, sin detalles preciosistas que no llevan a nada, es más cartel de Semana Santa, porque es la semilla de la que florece todo el vergel donde descansaremos los próximos días que ya nos anuncian. Es el arte por el arte, donde solo el arte muestra arte.

Es un cartel, que como todos los editados en los últimos años, viajará en los próximos días a la Feria Internacional de Turismo, para promocionar con énfasis las excelsas raigambres de nuestros días grandes, por antonomasia. Empero, un servidor, se place en anunciar que este cartel lleva ya tiempo en la calle y ha sido editado con mucha antelación al momento que vivimos, y presentado en la feria internacional de la tristeza y el abandono, celebrada en la calle a altas horas de la noche y a temperaturas impropias de ser vividas entre cartones de esperanza. Es un cartel que los cofrades de Úbeda han defendido a capa y espada, porque el nombre de Úbeda iba en la buena defensa de sus valores morales. Es el mismo cartel de siempre, el de las cofradías y cofrades de Úbeda, que tanto bien han hecho, hacen y harán a la ilustre ciudad que nos cobija. Vaya desde este atril mi reconocimiento y mi afecto. Una vez más me siento orgulloso de sentirme cofrade.

El esfuerzo, la generosa dedicación del tiempo libre y de otro que no lo es tanto y que tantos quebraderos de cabeza nos cuesta al darlo. Los minutos, las horas, los días, los años; sin esperar que nadie nos pague nada, y si alguien así lo espera anda confundido de vivienda. La imparable caída del tiempo, más amable si gastamos nuestras fuerzas en la construcción de algo que pervivirá por los siglos de los siglos mientras el hombre así lo considere. Toda una vida lleva este humilde orador; y diez años a la vera de mi Señora del Lunes Santo, todos ellos entregados con desmedida fiereza y generosa actitud; y en ellos he tenido la dicha de vivir aquellos gloriosos días en los que la Hermandad cumplía sus bodas de plata. Una hermandad aún joven que ha dejado profunda huella en los días de la ciudad, que ha creado momentos esperados por su pueblo, la Luna y media Sierra de Mágina que se asoma por los caminos de Granada; que ha forjado su leyenda sin mecenas, sin padrinos, con la sola herramienta del querer de sus hermanos; que ha tenido grandes dirigentes y otros que quisieron hacer carrera en el aula equivocada. Uno solo puede sentirse orgulloso de ser graciero, y de haber descubierto tantos amigos buenos en la convivencia amable que da el trabajo y cuando se exalta lo que se hace. Hay que seguir en la brecha, en el trabajo, en la oración, en la educación de los valores cristianos, en la Caridad, en la Formación, en el Culto; hay que seguir coloreando las calles de Úbeda con el azul y el blanco que nos vestirá en la eternidad. Aún queda camino por recorrer. Jesús nos mostrará el camino.

Queda pues, tras la humilde prosa de este tímido orador, presentado el signo que significará nuestros anhelados días de la Semana de Pasión. Quizá sea pronto para decirlo, pero para mí es tarde ya anunciar que se van las vísperas: este no es el comienzo, sino un alto en el camino donde tomaremos el merecido descanso y donde reflexionaremos sobre el peso de los días que hemos de soportar en venideras jornadas. Se hace joven nuestra Semana Santa, y nosotros envejecemos esperándola en el zaguán de nuestra infancia. Ha llegado la hora de desandar el camino que nos trajo hasta aquí, de ir sacando los silencios que hemos ido guardando en el zurrón mientras sufríamos nuestro exilio en el desierto, y oír la ingente prosa que nos narran los recuerdos contenidos en ellos. Comencemos, por ejemplo, con ese último nazareno de túnica y capa blancas, con capuz colorado, que cierra la puerta de su hogar tras de sí, dando comienzo, en un esbozo, a estas vísperas que hoy comienzan.

Hubo un instante en el que dejé de ser joven y, al volver la vista hacia adentro, descubrí que había aprendido todas las cosas importantes que se aprenden en tu vida. Desde entonces aquí me tienes, escribiéndote cartas día a día, hora a hora, suspiro a suspiro; clamando al cielo tu vuelta sin darme cuenta que eras tú, que era tu voz desde el zaguán de la nostalgia la que me dictaba cada palabra, cada acento, cada rabieta contenida ante el tic-tac de tu falta. Me sumí en la ignorancia, para no tenerte cerca, para buscarte siempre. El tuyo y el mío es un amor intermitente; no podríamos vivir por siempre entre las mieles de un plenilunio eterno: nos cansaríamos el uno del otro, estaríamos a todas horas discutiendo, lanzándonos diferencias a la cara: las cosas de un amor que se hace viejo. Es preferible vivir así: el uno al lado del otro, amándonos en la distancia de estos días de invierno, acercándonos cada día a esa puerta que nos separa y que ambos estamos deseando abrir. Enloquezco en tu primavera, pero más lo hago en invierno. En invierno aún es hora de acariciar esa palma que aún se empeña en no molerse, aún el calor de los alfares es apacible y sereno para disfrutar de su Pasión, todavía las calles siguen inmaculadas para escribir sobre ellas oscuros versos del alma, para pintar cada aurora con nuestras lágrimas; cenáculos se concelebran en los hogares brindando por el florecer de tus días; aún el olivo está vivo para prender nuestras dudas y parar orar a escondidas; nos fustiga con sus aromas el siempre humilde y santo incienso; me acuerdo de las muertes que con bienes me colmaron en vida; aún resuena un viejo miserere que se empeña en no ser sustituido por el nuevo; caen los días y las noches y el tiempo va expirando hasta traernos la angustia de intuir que tendremos que volver a vernos, romper nuestras soledades con un frío y tibio beso con amargos sabores de entierro. Déjame en este invierno, volverme loco en Santa Teresa, sentado en un frío banco imaginando que el Señor con sus Penas otra vez, y otra vez, y otra vez por esa puerta otra vez, y otra vez, y otra vez están saliendo; déjame hablar a solas con la Gracia, con sus silencios; en el sillón de mi casa, tras sus muros o frente a Ella. Déjame decir Gracia, Gracia, Gracia; así mil y una veces, a lo largo de toda una vida y en la eternidad del descanso; déjame levitando en manos de mis amigos, en nuestros consuelos contigo, en nuestros abrazos. Déjame con mis inviernos, que en ellos caliento mi sangre con el costal y la faja, con mis hermanos costaleros. Déjame, amada déjame; que tras querernos en primavera, siempre te marchas; siempre es invierno.

Señoras y señores, felices vísperas.


Muchas gracias.

                                                                                                      Úbeda, del 14 al 16 de enero de 2014

martes, 29 de abril de 2014

Prólogo Gracia Nuestra 2014


Acerca lo que estás leyendo a tus sentidos. Puedes oler el aroma a calor de impresora, a papel manchado de cultura, al mundo asomado a la blancura de unas páginas inertes y sin vida; es así lo tangible, el signo maleable: capaz de transportarnos al camino de las esencias vitales que aderezan nuestra vil y simple existencia. Coge el papel, acaricia las yemas de tus dedos con el brillo inmaculado de su superficie; cierra los ojos e intuye cada carácter estampado sobre la lisa cama donde la cultura suele arrellanarse; acércate este libreto a la oreja y siente el silencio de cada vocablo contenido, de cada pensamiento vedado al bandolerismo del aire. Es así, acerca lo que estás leyendo a tus sentidos, cofrade, y siente el trabajo que este simple folleto posee entre sus páginas. En los tiempos que corren, los que nos ha tocado vivir, sería mucho más sencillo, e incluso ventajoso, dejar el papel para otros menesteres, y publicar lo que tienes entre las manos de forma telemática o virtual. Hoy en día es difícil ser ajeno a las redes sociales, y la cofradía cuenta con un blog virtual sistemáticamente actualizado, que llega en tiempo y forma a picar la portezuela de nuestros muros. Hoy en día sería mucho más rentable, para la Cofradía, que el árbol no se cortara, que la madera no se serrara, que el serrín no se transportara ni se tratara para colorearlo con el blanco inmaculado, ni ese blanco se manchara con esto que estás leyendo; pero todo tiene su sentido, y el hombre necesita a veces de estos desordenes para seguir dando significación a sus ilusiones, su trabajo y su día a día.

Este papel es necesario, como lo es el día a día de hermandad. ¿Dónde te has quedado tú? ¿Eres de los que prefieren el desnaturalizado calor de la pantalla de un PC, una Tablet o un Smartphone para saber de su Hermandad; de esos que se han quedado en el claustro de Santa María tras la lluvia del pasado Lunes Santo; no has franqueado la puerta y te has llevado a tu casa todo un manantial de silencios, soledades y recuerdos, de apatías sin consuelo, con los que rellenas todos y cada uno de los días que separan un lunes de otro lunes, un sueño de otro sueño? ¿Sigues viviendo esta Hermandad en la distancia, en tu triste sofá frente al televisor, viendo una y otra vez la salida de la Virgen de Gracia por la puerta de la Adoración? Si eres de estos, quizá no le des la real importancia de lo que tienes entre las manos; que veas un gasto y un trabajo innecesario todo lo que sigue a esta página; que te cueste pasar de una cara a otra sin un clic “ratoniano” o sin dejar impresas, sobre una pantalla, tus huellas dactilares. Pero esto es necesario, este papel es necesario. Porque necesario es salir del claustro de Santa María tras la lluvia, o tras el cansancio de un día sin lluvia; es necesario crear un Martes Santo en la Cofradía de la Virgen de Gracia, es necesario seguir el ritmo de las cantinelas que se han cantado a lo largo de todos nuestros años de existencia, y de seguir creando ritmos que hagan de nuestro baile algo original a los ojos del espectador. Es necesaria esta revista, como necesarios los trabajos semanales, la feria, las cruces de mayo, los niños jugando, los niños aprendiendo, los niños sonriendo; los niños cofrades. Es necesaria esta revista, su trabajo, su confección y su lectura; con ella sale a relucir una vida interna plena y viva, bajo el manto y la mirada de la Llena de Gracia. Es necesario oler el incienso cada mañana, cada tarde, cada noche; encender la cera cada día para que el cirio tenga tal cazoleta que ni el ábrego ni el solano puedan apagar las luminarias del Lunes Santo; es necesario tener preparado el costal sobre la cama, no guardarlo en el cajón de los “trescientossesentaycincodías”, por si es necesario hacer una chicotá entre amigos y pasearnos entre los callejones y las esquinas de la amistad verdadera y el amor cofrade; es necesario soplar los instrumentos minuto a minuto, no vaya a ser que nos sean ajenos en la Noche Estrellada.

Esta revista es necesaria, como así lo son todos los que la hacen posible. La humilde pluma del hermano que escribe, es necesaria; los pasos dados para conseguir financiación, son necesarios; el maltrato ocular al que es sometido nuestro querido editor, es necesario; tú, querido lector, querido cofrade, eres necesario: el más necesario de todos. No hay silencio si no es oído, así como no hay palabra si no es leída, ni comprendida. Y esta revista es tu Cofradía. No hay cofradía sin el que la hace, tú; sin el que necesita hacerse en ella, tú: tú, cofrade. Lee con mimo los requiebros y lamentos de estas palabras y las venideras; pasa cada página como si fuera la última, mira cada anuncio, son necesarios, son otro tipo de cofrades pero importantes en este proyecto; y cuando cierres el boletín piensa que ya hay personas trabajando en la confección de otro ejemplar, el del año próximo, que llegará de nuevo a tus manos; como cada Lunes Santo llega a tu vida, porque es quiero divino y quiero humano. ¿Te vas a quedar esperando o vas a decidir escribir? El Lunes Santo llega, pero es necesario escribirlo y aderezarlo con lindas rimas y trabajados textos.


Esta revista es necesaria y todos los que la hacen posible. Esta cofradía es necesaria y todos los que la hacen posible. No te quedes con las ganas de escribir; por activa y por pasiva sabes que las puertas de tu Hermandad están abiertas y que tú, sí tú, eres el más necesario de todos.

(Prólogo revista cofrade Gracia Nuestra, año 2014)

martes, 22 de abril de 2014

Cacotopía


Un limpio e inmaculado cielo azul sobre el que se dibujaban los lamentos blancos del Viernes Santo fueron la puerta de entrada de estas palabras con pasado al rincón denostado y necesario de esta revista; El Sudario. Corría el año 2003, o eso me dice la memoria, cuando con una Utopía me postré a la vera de los “revolucionarios” de la Semana Santa. Gente joven, con dudas, con ilusiones, con proyectos, con sueños; que al límite de la Cuaresma alzaban la voz en una publicación novedosa que, por aquel tiempo, se erigía en la voz de los sin voz, en púlpito para chacales. Una Semana Santa, la de 2003, tan distinta a la que hoy está por visitarnos; una Semana Santa tan igual con la que volvemos a tomar el té. Salva, desde aquella primera lectura, y tras llegar a conocerme, se empeñó en apellidarme, y aún lo sigue haciendo, utópico. Utópico tú que, en tu locura, sigues con tu cuento en este mundo tan sesudo y filósofo.

Todo ha cambiado. Hoy las letras surgen de Úbeda, las de antaño lo hicieron de Granada; hoy se va haciendo invierno en mi cabeza, ayer solo había calor dentro de ella. Toda ha cambiado. Los de ayer pedían paso a gritos, y los de hoy son la imagen visible en el seno de todas y cada una de nuestras cofradías. Todo ha cambiado. Los de ayer gritaban y se servían de estas páginas para clamar sus reivindicaciones, y hoy se guardan las vocales en los bolsillos por miedo a salpicarse, por no manchar una medalla sobre la corbata, o no manchar la corbata con la medalla. Toda ha cambiado o, al menos, eso pensamos de los acontecimientos que suelen sucederse a lo largo de los años; y tras quince años, lógico que todo haya cambiado.

¿Pero qué es todo? Todo es lo mismo de siempre, y nada es todo lo que ha cambiado. Ni la Sentencia ha sucumbido y sigue haciendo estación de penitencia portando a su Cristo paciente sobre la cerviz de sus costaleros. Solo la inercia del tiempo y sus modas han maquillado la cara de nuestra Semana Santa en su anual paseo por las calles de Úbeda. Eso, o los aciagos años en los que la lluvia ha estado visitándonos con el primer plenilunio primaveral, en los que la larga y tensa espera ha propiciado que las cabezas pensantes de nuestras cofradías hayan rumiado mil y cien ideas con las que sorprender año tras año. Costaleros, Lágrimas, Prendimiento, portadores, Penas, Jesús a hombros, portadores, descendimiento, itinerario largo, itinerario corto, A, B, acólitos, trompetillas, costal, faja, estación de penitencia, tradicionalistas, revolución; términos todos que han cobrado sentido en los últimos quince años, que han sembrado de nuevos frutos el vergel generoso de nuestros días grandes.  Benditos frutos, benditos cambios si todos han surgido del consenso, la ardua reflexión, el Amor y la Fe. En mi Utopía hablaba de estas cosas: del necesario cambio si las voluntades lo piden, si el Amor lo pide, si la Fe lo requiere; no se le podía negar el alimento al pueblo si este germina con el sudor de su frente y la devoción por la oración. Si mil personas quieren portar a Jesús, quién tiene más poder que ellos para negar el milagro. Pero la duda me asalta, pero quede solo como una duda: ¿dónde están las mil personas que han exhortado el cambio? ¿La utopía se cumple por el poder de muchos o por el sueño de unos pocos? Y si es la última opción, ¿el sueño tiene dueño o si se torna en pesadilla será propiedad de aquellos mil locos anónimos? Pero quede solo como una duda, pero quede solo.

Pero todo sigue siendo lo mismo. La General. En aquella lejana Utopía borraba como un párvulo eso que algunos denominan el orgullo de Úbeda y, por ende, de los ubetenses. Me inventé una Semana Santa de procesiones tan largas como sus cofrades quisieran, con itinerarios escondidos en cada una de las fantasías de sus cofrades, de extraños encuentros entre cofradías, de días largos de incienso y de esperas sin tiempo ni lugar; una Semana Santa que no necesitaba de nuestro orgullo, de la mágica noche del Viernes Santo. Me equivoqué, o mejor dicho, acerté plenamente en el título del artículo. Seguimos a vueltas con nuestra General, porque esta tiene y debe de mantenerse por y para la gloria de los ubetenses que la quieren: esos núcleos reducidos de cofrades que ganan su vida perdiendo el tiempo en torno a sus cofradías. Abogué por una Semana Santa que sus cofrades fabricaran; cosa igual que lo que sucede en la realidad. En Utopía no había General porque los cofrades no necesitaban de esta; en la realidad aún pervive la General porque la gran minoría de estos necesitan aplacar sus nostalgias con los últimos vestigios de romanticismo semanasantero, o porque no les queda otra opción que agarrarse a los machos y participar en el orgullo de Úbeda mediante su junta directiva y algunos pocos colaboradores. Vivimos tiempos en los que tiene igual o mayor poder, dentro de las hermandades, un costal o una “trompetilla” que un nombramiento por parte del Obispado y un bastón de mando; ignoro si para mal o para bien; y en este tema de la General, estos nuevos dirigentes han cogido voz y voto. Voz y voto como cofrades que son, como esos todos cofrades con voz y voto que no deben enmudecer cuando, desde fuera del seno de las cofradías, se quiere instaurar una carrera oficial enmascarando otros fines bajo el manto de la Caridad.

Pero no cambia el todo y la base de cualquier utopía. Las utopías no surgen de la nada, sino que en su nacimiento se nutren de acontecimientos tangibles que son la realidad que se desea relevar. Y en Utopía, de forma latente, aún seguían repicando los campanarios al paso de Jesús; se abrían las mismas puertas que llevan haciéndolo más tiempo que el que pueda relatar. Utopía no habría podido ser sin el silencio del amanecer del Viernes Santo, más allá de que el fondo sonoro sea un silencio retenido o un racheo destemplado; no sería sin la densa neblina en la que se mezclan el negro y el cardenal del desconsuelo; no se sustentaría sin la búsqueda del primer penitente en la tarde del domingo, o sin el revuelo contenido a punto de explotar allá donde la ciudad se hace más pequeña. No cambia el todo y la base. No cambia Jesús y su Santa Madre, no cambian nuestros recuerdos de la infancia, ni nuestros recuerdos más noveles. No cambia el sentido último de nuestra Semana Santa, aún a sabiendas de que el cambio la ha transformado con nuevos sonidos, visibles e invisibles.

Para bien o para mal somos lo que queremos, y en la primera persona del plural estamos todos: tú y yo, él, vosotros y ellos; todos somos nosotros a pesar de que las partes difieran en sus preferencias. Esta es la Semana Santa que hemos elegido; para algunos una verdadera utopía, para otros un sueño hecho realidad. El tiempo nos dará o nos quitará la razón. A nosotros nos queda disfrutar de ella, luchar por ella y conformar esta cacotopía uniforme en la que podemos seguir soñando con nuestras múltiples utopías.


Ya se encarga Él de poner orden en todo. ¿No?

(Artículo publicado en la revista cofrade El Sudario, del año 2014)

lunes, 21 de abril de 2014

Racheos


Vine al mundo con un costal bajo el brazo, y tuve la osadía de estrenarlo cuando aún el acné se esforzaba por despedirse de la tez de mi rostro. Un costal bajo el brazo, un amor inmenso a mi semana santa, y una juventud llena de fuerza descontrolada me llevaron a encandilarme sin remedio, en otros lares, de cristos mecidos sobre los hombros de sus hombres, de señoras bajo un palio aterciopelado y bamboleante. Y tuve la desfachatez, en algún foro de los de antaño, de describir las maravillas que una virgen paseando por campanas y valorar a la baja la bella estampa de nuestro nazareno, de nuestros morados, de nuestro amanecer recortando la figura del Salvador. Y tuve la desfachatez de ser joven y equivocarme, y ahora hablarte, sin pasión, de un racheo.

Cuando uno es joven suele darle importancia a cosas sin importancia, superfluas, que enmascaran a los ojos del mundo lo verdaderamente esencial de la vida. Yo me enamoré de un racheo, y le di tal importancia que nunca me puse a pensar realmente en qué consistía ese racheo, y cuáles eran sus bases y sus fundamentos. Me quedaba noches y noches en vela, en un largo pasillo de mi piso estudiantil de Granada, dando paseos y paseos frente a un espejo, mientras las “trompetillas” se sucedían para configurar alguna que otra marcha sevillana, de esas que quitan el sentido. Una marcha, y otra, para quedarme con este cambio, y este costero, y aquí tres pasos; y ahora con mis años, cuando se descubren las máscaras de la vida y se van desanudando sus gomas, me entra pereza mandar un cambio de paso, en los pasos donde me tienen permitido hablar, porque eso, realmente es lo únicamente superfluo.

Amo mis cofradías, y una de ellas, la de la Sentencia, hace que me una al amanecer morado con una acumulación extra de cansancio que despierta en mis sentidos una capacidad rara de acoger todo lo realmente bello de esa estampa. Y en esa estampa, no hay racheos. Esa estampa está plagada de un silencioso murmullo, roto por unos golpes en la puerta y un miserere eterno; y Jesús no es otro que Él mismo, el de Jacinto Higueras, el llamado de la Aguas, el que anda sin ruidos sobre el mar de almas que han tachado de su calendario otras siete de la mañana; que anda sin ruidos, porque allí solo se escucha como nace un nuevo día: el cantar de los vencejos y la plaza enorme respondiendo a sus cantos, el sueño de los niños sobre los hombros de sus padres y sus madres, los pasos de un hombre descalzo que talla la huella de una historia eterna. Y no hay racheos. Y no se escuchan racheos. Ni siquiera en Montiel se escuchan racheos, en esa calle tan callada y sola de nuestras vidas. Ni siquiera un racheo es el que precede a la saeta rota y orante que clama al cielo, que clama al hombre. No se escuchan racheos mientras el sol llena de ruido las calles con su sol y con su rabia; ni siquiera cuando se esconde y son las nubes las que lloran inundándolo todo. No hay racheos en Jesús, Jesús es una multitud de estampas y rincones, que trasciende a la fina piel de los sentidos: estampas del alma, de nuestro mundo, de nuestros años, de nuestra juventud, de nuestras formas de ver la vida, de nuestros gozos y nuestras sombras: Jesús es anterior al hombre, al ubetense, a Úbeda; y no necesita de racheos: la acalla.


Por eso, qué más da cómo queramos que ande, cómo desande el camino, cómo acompañe nuestras tristezas. Media vida llevo viéndolo pasear sobre ruedas, con una juventud hiriente soñándolo sobre el racheo de sus hombres y mujeres, y ahora me da igual tener que acostumbrarme otra media vida a verlo como lo quise en mi juventud. Y miedos afuera, y dudas sin respuesta; el alma no requiere de soleás, ni requiebros para apaciguarse y serenarse: el alma es un renacimiento eterno, con líneas rectas y ángulos rectos, que marcan el camino hacia la muerte; y la muerte hay que verla de frente, y en ese momento poder mirar hacia atrás y ver todo lo que se ha sido. Qué más nos da un racheo, y qué más dan unas ruedas; si cuando Jesús llena de ruidos el mundo, no debe oírse nada, solo nuestras almas. Y ellas, y nosotros, y el mundo, no entienden de racheos, ni de preguntas, ni de respuestas. 

(Articulo publicado en la revista cofrade Jesús, en su edición del año 2014)

lunes, 14 de abril de 2014

Hoy me llama.

Sobra poesía revenida y mal hilada cuando los niños son la pluma y el papel que mejor puedan componerla. Y hoy los niños se hacen Tu espera; hoy los niños pervierten la calma, abriendo y cerrando la puerta de la estancia donde aún descansa, en el vacío, la túnica azul, la que aún sigue vistiendo la ausencia y el polvo del tiempo.

Sobra poesía revenida y mal cantada si no soy ni el suspiro de un niño, ni recuerdo que he soñado, al levantar de la cama. No hay nada que escribir que tenga rima y tenga alma; eso lo escriben Tus niños, que son los que más te calman.


Hoy me quedo en mi niño. Hoy es Lunes y hoy me llama.


jueves, 10 de abril de 2014

El último en salir

Se hará de noche esta noche. Con un último suspiro me despediré del palo, de la trabajadera, hasta el lunes mayúsculo que año a año me ha ido desgastando el hambre y el alma. Diez años de aprendizaje, de aprendices y maestros, de hacerse valiente perdiendo la cobardía en lunes y viernes sembrados de dudas y respuestas. En tu parihuela me has hecho un verdadero costalero, de esos que te aman más que al racheo y la mecida; me has hecho hermano de mis hermanos, amigo de mis amigos, y enemigo de nadie. A tu parihuela llegué como un mercenario y salgo convertido en una acuarela azul y blanca, pintada sobre el papel de un barrio, de una casa y de una familia. Era de la madrugá y descubrí un lunes festivo, glorioso y eterno; con otra madrugá menos silenciosa, con otra madrugá menos dolida. Fui de tu parihuela, soy de tu parihuela y, por más que la madera no llegue a mis sentidos, seré de tu parihuela, de tu ausencia en los ensayos, del querer llevarte encima.

Aún recuerdo el primer día, y no es porque ahora suene bonito, me trataste con más cariño que a ninguno; y es que a ninguno conocía. Me brindaste un sitio, me diste voz, me diste mando, me diste a tu capataz y a tus contraguías. Así, con esa generosidad desprendida, solo pude solo hacer que solo enamorarme perdidamente de tus cosas, de tu vida, de tu día a día. Día a día que viví, que medio vivo y que seguiré viviendo, porque, de otro modo, quiero seguir gozando de tu compañía. Aún recuerdo el primer día: entraba como costalero; salgo como un alma herida de tanto aguantar el costero, de tanto gritar “más paso, menos mecía”. Pero salgo de tus ensayos, no es el último de nuestros días; nos queda un lunes mayúsculo, nos quedan mil con otras pintas.


Se hará de noche esta noche. De diez años será la definitiva: la más triste, la más callada, la más silenciosa y amarga, la de la despedida. La última espera del Lunes, aún bajo ese manto donde gané tanta vida; de donde siempre intenté ser el último en salir.