jueves, 21 de mayo de 2015

Alea jacta est


Se acaba esta oposición en el que los inscritos al proceso se han batido el cobre en la ardua tarea de conseguir la más alta nota que el pópulo pueda otorgarle. Alta recompensa para tan poco trabajo: veinte días, con sus respectivas vacaciones, llenos de insomnio en el que como malos estudiantes han intentado aprehender todos los contenidos de la materia para convencer al tribunal de sus magnificencias y eficacias. Todos con los mismos apuntes, unos copiados de otros, que no son más que el resultado de las clases magistrales que Úbeda da, quiere y requiere. Lo dicho, poco trabajo para tan magna recompensa. Trabajo sin base, encaminado a enmascarar las grandes carencias que tras cuatro años, unos y otros, han demostrado en el hemiciclo de su aula.

No voy a engañarme con cantos de sirena. En todas las proclamas electorales se nos intenta vender Úbeda como la princesa que todo príncipe desea amar, cuidar y mimar; una historia de amor verdadero, imperecedero, dispuesta a sobrevivir a pesar de la multitud de desastres y hecatombes que puedan surgir durante los cuatro años venideros. Y yo, a Úbeda, veo que le han dado la espalda cuando, siguiendo las directrices de sus partidos políticos, han hecho caso omiso a la salvaguarda de la Vieja Cárcel; cuando no aparecen junto a los padres de alumnos del conservatorio ubetense; cuando las impetuosas ganas de trabajar por el pueblo en el inicio de la legislatura, son aplacadas con una mísera liberación; cuando se anteponen ideas casposas y pretéritas, al sentido común inherente en toda buena y leal política; cuando el diálogo desaparece y se convierte en un circo lo que debería ser un lugar lleno de inteligencia, sabiduría y consenso. Otra legislatura más, Úbeda me cuenta que se han argüido decenas de excusas para darle la espalda desde el lugar donde el ubetense debe querer, amar, cuidar, celar y encumbrar a esta ciudad con más ahínco: desde su consistorio. ¿Tan fácil es decir, sinceramente, amo a Úbeda? ¿Tan difícil es actuar por y para Úbeda? ¿Tan difícil es ser un ubetense cuando se ocupa un sillón en el Palacio de las Cadenas? ¿Tan difícil es quedarse mudo durante quince días para realizar la mejor campaña electoral que se pueda cumplir?

Se acaba esta oposición, queridos oyentes. Alea jacta est. Cansado de tanta propaganda, quedo apostado en mi jergón, a la luz de una lamparita. Me da por releer a Saramago en su Ensayo sobre la lucidez. En él se describe otro evento electoral, en el que las urnas se preñan de votos en blanco porque los ciudadanos deciden, sin causa preclara, ejercer el sagrado derecho del voto de esta manera. Los ciudadanos de la novela, sin motivo; y nosotros, con decenas de motivos, ya sea a nivel nacional, regional o municipal, nunca seremos capaces de actuar como los de la ficción; nunca se nos abrirán los ojos más, y se nos abrirán los oídos menos. ¡Qué utopía la de Saramago! 

lunes, 4 de mayo de 2015

Días contados


Hay días preñados por la intensidad. Días que no exigen de un sol para anunciar la mañana, y la misma luna es el lucero hacedor de la vida bella y el campo agreste. Hay días que no necesitan del mundo para hacerse; se cuentan en el reguero del alma y en el mar calmo de la consciencia, perdida entre el ruido social y el estrés de otros días. Hay días, reflejos de aquel de 1381, que comienzan en una asombrosa ciudad asomada al paraje del Gavellar y deben acabar, porque así lo han querido aquellos que lo han forjado en el devenir de la historia, en la misma ciudad del mismo nombre. Hay días que no necesitan de grandes infraestructuras para ser obrados, porque el hombre que los hace sólo viaja con una mochila a la espalda y un bastón en la mano; días entre el rumor de olivos, el canto de los vencejos y el murmullo de una misa parida en la aurora. Hay días, diáfanos o velados, que convierten el “caralsol” de una loma en un camino sin piedras y escollos, sin pendientes, ni polvo ni barro. Días donde el ubetense cosmopolita se mimetiza con el aldeano creyente y añorante. Hay días y estos son los de Romería; los de nuestra Romería. Días que han venido cansándose desde el encuentro del romero con la madrugada, hasta su llegada al cementerio; días que cansan al alma, al cuerpo y al pueblo. Días con un principio de ilusión y ensimismamiento; días con un final responsable y orgulloso: días de la llegada tras un largo e intenso día de ida y vuelta.

Es engañoso querer alargar un día en tres, ni el agua se hace vino, ni hay creyente para tan postiza catedral. Se ablandan los cimientos de la Fe y, con ellos, la violencia de las pasiones y las férreas vivencias tinturadas en el marco de una noche con día y un día sin noche. Si pretendemos hacer de nuestra Chiquitilla una Morenita o una Blanca Paloma, caemos en el error de mirar adelante borrando todo lo que somos; además de consentir que en el impass de esta larga espera sin motivo, aparezcan todo tipo de mercaderes y patricios de nuestros días, que nada tienen que ver con el sentir de una romería ubetense, verdadera, escueta, intensa, plebeya, nuestra: una romería de oración; y que, además, Ella, nuestra Patrona, quede relegada al rincón donde la postren, mientras ni una humilde oración se escape de entre las lonas del circo que en su honor se ha montado. Ni oraciones, ni denarios.

Quien ha vivido intensamente el día de nuestra Romería, sabe y está concienzudamente convencido de que sobra un solo minuto añadido; porque nuestra Romería es así: un intenso y largo viaje a través de la historia, en la que el ubetense, desde aquel Juan Martínez, sólo se ha preocupado de traer a la Virgen de Guadalupe a Úbeda, con el alma colmada, los pies cansados y el sueño en sus espaldas. Seamos fieles a la historia, que nuestros muertos, a la caída de la tarde del primer día de mayo, nos vigilan pacientes tras los muros de San Ginés a que sigamos cumpliendo con la tradición.

Son días contados. Hagamos que cuenten.