miércoles, 21 de febrero de 2018

Historia sobre muletas



Se cuentan cómo son sus hijos. Amparo se apoya en el carro de la compra mientras luce una bella sonrisa, le han preguntado por su hijo, el menor, y muestra orgullosa las fotografías que este le ha enviado desde algún lugar del Caribe, donde disfruta de su viaje de novios. Aún luce Amparo algún vestigio de su peinado de madrina. Solo le queda un hijo casadero, a Amparo; aunque vive bien, a ella le daría Dios el regalo de su vida si se fuera a la tumba con todos sus vástagos casados. Fermina se ha quedado de pie, no puede cruzar el pasillo y llegar a los asientos del final, se apoya en un andador del que cuelgan las bolsas de la compra y el prodigioso bolso donde se guardan tantas cosas. Está hablando con el conductor, aunque hay un cartel que recomienda no molestarle, ella no puede dejar de preguntarle por la salud de Joaquín. El Chato se ha sentado en uno de los asientos delanteros, estos son los únicos donde puede sentarse sin magullarse las rodillas; su espalda ocupa dos lugares. Se ha reído de una anécdota de la boda del hijo de Amparo, ahora está reproduciendo un audio de whatsapp, se escucha una saeta al Cristo de la Humildad, la canta el Tato; el Chato lleva pan desde la panadería donde trabaja, en un barrio norteño de la ciudad, hasta el hogar del pensionista. Dice que los romanos ya han comenzado a ensayar. María y sus tres hijas se han aposentado al final, su trayecto es corto, van cargadas de bolsas; una de ellas me ofrece un panecillo de aceite, lo acepto, lo saboreo; exquisito. Antoñete viaja desde la Puerta del Sol, a Messi no lo para ni dios, dice; no llego a saber cuál es el centro ocupacional al que se dirige, siempre me apeo antes.

Tres meses viendo al mundo sobre unas muletas. He descubierto un trocito de Úbeda donde se pueden llegar a escribir miles de historias. Siempre que he entrado en ellos lo hice con una sonrisa en el rostro, siempre me ha acompañado durante todo mi trayecto. Son necesarios si valoramos los innumerables minutos que se iban cada vez que las puertas se abrían, cada vez que Amparo, Fermina, el Chato, María o Antoñete se subían  o se bajaban del autobús urbano de Úbeda, si valoramos el infierno latente en doscientos metros con ligera pendiente cuando las piernas no llegan a responder. ¡No vuelvan a hacer política con ellos, señores gobernantes! ¡No jueguen con los pasos y la alegría de muchas personas de mi pueblo!

Felices vísperas.