En la suma de pequeñas
variaciones está el cambio. Variaciones que se hacen en la conciencia del
hombre que las sufre y que no son en la potencia del que las impulsa.
Variaciones mínimas, inocuas en un principio y nocivas en la conjunción de
varios elementos. Así se cambia el mundo. ¿Hablar de evolución o de
involución?, ¿de impulsos o reflejos?; hablemos de cambio: el que surge en la
comparación de estados, actividades, imágenes, sonidos; signos mundanos, al
fin, que se repiten sobre el papel de la historia y mudan su apariencia porque
no es una única mano la que escribe y no es un único intelecto el que los lee y
aprehende.
El cambio no es
catastrófico mientras que no magnifique la diferencia surgida entre los dos
estados comparados y, lo más importante, mientras que no sea capaz de hacer
rasgar las vestiduras de los fariseos y saduceos veladores de la ley. El cambio
no es hasta que sea imposible la vuelta al origen.
En la Semana Santa
ubetense, la admisión del cambio es producto de vagos, llorones y derrotistas
que se conforman, puesto que así lo permiten, con aceptar las normas que
permiten las variaciones en las formas; en la Semana Santa ubetense, el cambio
es fruto de la aceptación de unas formas que se reconocen en la normas
impuestas por la regionalización andaluza. Cuando se ha dado la espalda a una
tradición sin fecha que la apellide, cuando el mar de los valores está picado
por los vientos del sur peninsular y el tiempo queda en manos del hombre y sus
miserias; es hora de asumir que se ha sumado muchas más variaciones de las
necesarias y que el cambio es inminente.
¿Hacia qué puerto
empujará esta transformación que hoy vivimos? Lo estamos observando año tras
año. Hemos cambiado demasiados elementos identificativos de nuestra semana
mayor en un periodo de tiempo tan minúsculo, que retrotraer nuestra memoria a
instantes de hace apenas una década, nos resulta una tarea tan ardua como
nostálgica. Variaciones tan significativas como el paso de las ruedas a
costaleros o portadores de muchos de los tronos más emblemáticos de nuestra
castellanizada semana santa están resultando fatales para la identidad
ubetense. ¿Qué se pretende con estas mutaciones? ¿Cuál es el objetivo? Y lo que
es más importante, ¿quién las impulsa?
Si el objetivo es
atraer fieles, queda demostrado el fracaso en la salida, antaño francamente
popular, de Nuestro Padre Jesús Nazareno; donde ahora, con solo algunos minutos
de antelación a su salida, puedes situarte en algún lugar de la plaza Vázquez
de Molina, donde hace diez años era impensable situarse, para ver la salida de
la cofradía, si no era madrugando en exceso y tirando de destreza y fortaleza
física. Si el objetivo es adornar la ciudad, no nos damos cuenta de que, ante
la excesiva duración de las procesiones actuales, nos encontramos con
demasiadas calles vacías en la mayoría de los itinerarios actuales. A qué huele
la calle Juan Pasquau al paso de las Angustias sino a soledad, vacío y
frialdad; o el Real al paso de Caída y Expiración. ¿Encuentra Jesús consuelo
tras su paso por la plaza de Andalucía? ¿Es necesaria esa penitencia?
Ante un futuro que se
promulga agnóstico y ateo, sería conveniente ir expresando la magnanimidad de
nuestras procesiones en una contracción instantánea de nuestras cofradías. Se
deben adensar actos y parafernalias que, ante un excesivo celo por las formas y
por la estética, han devenido en meras representaciones teatrales en las que se
ha descuidado el discurso y la veracidad de la interpretación. Llenar nuestros
templos, llenarnos de Dios y así llenar con Él nuestras calles, callejuelas y
callejones. Se nos olvida pararnos a orar antes de echar a andar, de conocer a
Dios antes de hablar de Él; hemos maniatado a Dios a las cofradías y lo hemos
mutado a la imagen y semejanza de un hombre falto de valores y precavido ante
el compromiso cristiano. Lo siento mucho y me duele demasiado decirlo: el
carácter recaudatorio de nuestras cofradías en los últimos tiempos ha devaluado
la identidad que el pasado nos legó.
Todo cambia, en un
contexto donde la unión y la solidaridad entre hermandades prácticamente ha
desaparecido, las relaciones entre hermandades se limitan a los meros
formalismos y saludas, que acaban en el mismo instante en que la independencia
de la cofradía se nota ofendida por otro ente de su misma ralea. Miserias de
hombres que se han colado en los puestos de decisión de las juntas directivas,
y que han confundido la función de servicio a la que deben entregarse con el
servilismo ciego hacia su persona y porque la voz del futuro le recuerde en sus
canciones.
¿Tanto ha cambiado nuestra
Semana Santa? ¿Tantas variaciones se han sucedido sin darnos cuenta de la
importancia que había en su suma? Supongo que me pasará como a muchos de los
que os habéis atrevido a leerme: me cuesta reconocerme en esta actualidad, no
encuentro al niño que conoció y amó cada instante de cualquier otra semana
santa de cualquier otro pasado, no hallo al cristiano que reverberaba oración,
devoción y compromiso en sus actos. Quizá sea que me he mimetizado con esta
semana santa anodina y mal vestida; de días grises y gélidas noches. Quizá sea
que haya sido también partícipe de este cambio y me haya costado reconocerlo.
Aún hay tiempo para dar
un pasito p´atrás, recuperar la buena prosa en las calles y hacer temblar al
hombre con la poesía de Dios.
(Publicado en la revista "El Sudario" 2017)
(Publicado en la revista "El Sudario" 2017)