Sigo
aquí; cumpliendo la promesa que surgió de mis labios en aquel instante último,
cuando dejaron de besarte. Si fui capaz de acercarte la Luna en aquella noche
de verano, este platónico calvario, al que me postran nuestras diferencias, es
misión baladí para el martirio de tu amado. Es tan igual, el tacto de esta
tierra que piso, a aquella que baña la azulada sal donde te perfumas cada
mañana; que es atroz pensar en la finita distancia que separa nuestros mares.
Nuestros mares, tan distintos; nuestros seres, tan iguales. Aquí sigo,
esperando que tus noches se hagan oscuridad, para cumplir sin remedio la
promesa de estar siempre contigo cada vez, bajo la Luna llena. No tengo nada
que hacer, solo cuidar que nuestro Sol nunca deje de iluminar; solo esa es mi obsesión
hasta que llegue el momento de poder besarte otra vez. Es un pequeño paso para
mí, es un gran paso para nuestro amor. No te olvides de mi Luna, no te olvides
de mí. Tu selenita.
jueves, 25 de septiembre de 2014
viernes, 19 de septiembre de 2014
Faros en la noche
Un
sueño: alejarse del mundo; y más allá del silencioso susurro de la naturaleza
escondida, siempre había deseado desterrar sus huesos en una enmohecida
habitación de uno de esos hoteles que había visto en aquellas películas de
clase b que martilleaban las paredes de su soledad en las largas tardes de
verano. Había llegado a hacerlo realidad asomado a aquella ventana, observando
la grisácea serpiente que se escondía entre los fulgores del crepúsculo: el
silencio lo inundaba todo; incluso el zumbido del neón había dejado paso al
mutismo que recordaba de sus sueños. La paz era eso, la ausencia de todo, la
ignorancia. Oníricamente, todo igual: las tupidas cortinas, el papel en las
paredes, la cama sobre cuatro patas y sin cabecero, la cálida luz que despedían
las lámparas sobre las mesitas, el teléfono sin línea sobre una de ellas, el
olor a tabaco impregnado sobre el suelo enmoquetado; el ventilador de techo,
ahora reposando sobre el suelo. Una
habitación de hotel con una pistola reposando en el cajón.
Dio la
última calada al cigarrillo. Dejó la ventana abierta. Cogió una toalla del
baño. Esperó a que los faros de aquel lejano coche se acercaran lo suficiente.
martes, 9 de septiembre de 2014
Amanecer sobre la Cárcel
Hay tantos soles como piedras son iluminadas por el
candente astro. Hay un sol por cada patio de vecinos rescatado de la turbia
claridad de la noche; un sol por cada
balcón que se abre a Oriente en cada mañana ubetense; un sol pinturero que
dibuja las calles para el devenir de los días; y entre los infinitos soles de
Apolo, hay uno que se asoma desde 1927 a colorear de anaranjado adobe la
fachada de este ya viejo inmueble que lo único que ensucia su nombre es su
propio nombre.
El mutismo de las mañanas junto a esta fachada neo-mudéjar
nos invita a oír el eco de los días pasados en el interior de sus muros. Es la
historia la que, más clara que entre las letras de un libro, nos habla y nos
seduce con la visión, el tacto y el perfume de los inmuebles donde los días se
empeñan en habitarse. Este edificio, me habla de mis abuelos, los verdaderos
intérpretes de la historia de este edificio y, por ende, de la historia del
conflicto civil español y de la posguerra y la dictadura franquista. Ellos
contaban la historia tal y como fue, sin un rescoldo de resentimiento o ira
hacia los días pasados; hablando en un presente de un pasado que fue y que solo
fue eso: un pasado; un pasado del que solo debemos aprender a aprender, dejando
a un lado extremismos surgidos en un remoto tiempo, a los que algunos, con sus
palabras, sus gestos y sus edictos pretenden resucitar de las cenizas donde
debieran reposar por siempre.
Estas piedras son las cenizas de Úbeda, y como
vestigio que es, como palabra inerte que nos habla y nos enseña, no pueden ni
deben ser derribadas. Este edificio es valentía del hombre que se postra ante
ella para salvaguardar su historia; esta cárcel se erige en nuestra palabra de
ubetenses, ubetenses valientes una vez más, para gritar a los cuatro vientos
que este pueblo es inteligente, sabio y testarudo, que nuestro mayor tesoro es
nuestra historia, que de ella aprendemos: de nuestros errores fundamentalmente:
de la noche del 31 de julio, del miedo a la libertad que impide ser libre, de
la negación del ayer en un hoy que nos impide ser mejores en el mañana. Estas
son las cenizas de Úbeda, las que deben descansar en el baúl de las memorias; y
sería un ineluctable error dejar que las removieran y las esparcieran en los
campos yermos del olvido y la devastación inmobiliaria.
Para qué darle al sol otros balcones si, de los
infinitos que hay, millones siguen cerrados. Quiero seguir paseando por este
acerado y, cuando haya dado treinta pasos más, caer en la cuenta de que he
dejado atrás la fachada neo-mudéjar de lo que fue la antigua Cárcel del
Partido; que entre los resquicios de sus puertas y sus ventanas se escapan
notas musicales de mis hijos en el intento de ser alumnos de las Musas; que en
sus muros descansan decenas de estanterías, con cientos de libros y millones de
leyendas, existencias y poesías; que cae la noche y de nuevo se cierra un
candado que lleva demasiado tiempo exánime, enmohecido por el olvido y la
dejadez de los dueños de la llave. Quiero la llave que abre esta puerta, para
entregársela a su legítimo dueño: el pueblo de Úbeda; inteligente, sabio y
testarudo pueblo; fiel adalid en la lucha por la cultura y la historia en su
ciudad. Quiero mi Cárcel del Partido; el legado de mis abuelos y el regalo para
mis hijos. Quiero no olvidar, quiero seguir aprendiendo. Quiero que el sol siga
despertando sobre su fachada.
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