jueves, 30 de diciembre de 2010

¿Mi carnaval? Bien, gracias.


Lo juro, llegué a pensar que fuera del carnaval, después de estar tanto tiempo y de haber hipotecado tantas cosas por él, no había vida. Pues no, señores: aquí estoy, como se suele decir, “vivito y coleando” (o algo así). Y, vivo y coleando, seguramente, porque no me siento alejado de este mundo al que tanto he amado y al que tanto le debo, donde he encontrado tantos amigos, donde me enamoré y enamoré a mi compañera; porque en mi casa, cada día encuentro algún hueco por donde se haya metido algún duendecillo del país de febrero, porque tengo algunas cosas en mis estanterías que constantemente accionan mis neuronas carnavalescas y porque cuando uno ha sido febrero no podrá dejar de serlo hasta que se marche de este mundo.

Se disolvió aquella comparsa cuando cumplió diez años, qué pena, qué rabia, y nunca pensé en aquellos días que iba a quedarme fuera de este barco del cual formaba parte en su tripulación. No quise chirigotas, pues no me siento chirigotero, y dejé en la estacada (lo siento amigo, comprende la pringue que embadurna mis venas) al carnavalero, donde los haya, Sergio Alises, que me propuso colaborar con él en la “callejera” chirigota del Jero. Única oferta “oficial” que recibí desde aquel momento hasta la actualidad (ya es un poco tarde, ¿verdad?), aunque hubo “no oficiales” a las cuales no les he dado mucha credibilidad, pues por ser “no oficiales” oficialmente no tenían mucha veracidad en sus formas. Siendo sincero, y aquí siempre lo he sido, siempre esperé una llamada del amigo Maikel, pues sabía que volvía al carnaval pero Paco Polo no estaba a su lado, llamada que nunca se produjo, e ilusión, pues la sentía al pensar en escribirle, que dejó de campear en mi cabeza cuando le dije, en viva voz (aunque no se si recordará pues el momento, las copas de más y la música alta, fue en la boda del Boni Padilla, no eran las idóneas, o quizá si, no sé) que me había quedado esperando esa llamada, a lo que él respondió con una socarrona sonrisa que eso era material y moralmente imposible. Sí señor, claro y conciso (Maikel, te sigo queriendo). Por todo esto es cierto que he llegado a darle toda la validez del mundo a aquellos comentarios que hablaban de que si yo salía cantando era simple y llanamente porque era el “autor” de una comparsa, porque cantar, lo que se dice cantar, cantaba poco y mal (más o menos como Juan Carlos Aragón, jejeje). En fin, señores, que quieren que les diga: pues nada porque hablar de ello y decir lo que siento, respecto a ese tema, la verdad, me da mucha pereza.

Pero, dejando de lado mi naufragio de los últimos meses, vuelvo a lo que realmente he venido a decir. Hoy he buceado por esa amalgama de blogs, páginas webs y demás foros (estos un poco muertos), y he visto que el carnaval, fuera de la semana de carnaval, sigue existiendo; y al verlo he resucitado del estado latente donde he invernado desde aquel fatídico día de marzo, me he sentido vivo y, asombrado, he vuelto a mirar el calendario para contar los días que faltan para la visita del ruido de Don Carnal. Me ha restablecido ver la sonrisa y la cara de felicidad (él sí es verdad que ama esta fiesta) de mi amigo Viedma, el fanatismo y la pasión de los hermanos Cano (yo quise ser como ellos, pero no supe hacerlo bien, además de no estar en el lugar y con la gente adecuada), he sentido que Calvente hace tiempo olvidó aquellas lágrimas cuando se esfumó su comparsa, que los chirigoteros que antes fueron amigos comparsistas van superando expectativas, además de vérseles felices y unidos e ilusionados con esta nueva etapa, con este nuevo proyecto, que Maikel apunta las maneras que sólo él puede mostrar en este carnaval que le debe tanto… que he vuelto a sentir un submundo creyéndome fuera de él y he caído en la cuenta, sin pensarlo dos veces, que me hubiera gustado estar ahí: he amado, luchado, bregado, gritado, rasgado las vestiduras, por esta fiesta que por más olvido que quiera suministrarle sé que tengo la batalla perdida.

Algo si tengo claro, de algo me han servido todos estos meses, y es la conciencia de vivir como nunca, y espero que con la misma fiereza con la que lo hice en un grupo, el carnaval: con mi mujer, con mi hijo, con todos los amigos que, a Dios gracias, tengo en la fiesta, con todos los “enemigos”, a Dios gracias, que he ganado, por mi “no se qué”, y con los que intentaré trabar amistad (Miguelín Soria!!!!! Creo en ello, creemos en ello, hay que intentar hacer que se crea en ello!!!!!).

Me gusta que todo siga igual. Que se siga luchando por una fiesta a la que tanto amo. Haciendo que los que estamos en mi lugar nos sintamos vivos. Fíjense cómo de vivos que amenazo resurgir con un romancero.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Portrait of a summer rain evening

Había dejado el libro abierto sobre el escritorio, boca abajo, previniendo que los momentos derramados sobre esas dos páginas pudieran escapar.


Rorro dormitaba sobre la cama, agotando las últimas horas de la tarde, esperando la luna que diariamente le regalaba un paseo novelesco entre las acacias y los juegos de los niños que se aglutinaban en el parque a primera hora de la noche; mientras veía al contraluz la figura de Laura, postrada en la ventana por la que se colaban las primeras gotas de lluvia de un verano demasiado largo y caluroso. El viento acariciaba los blancos tejidos de las cortinas y el camisón de seda que se ceñían a la piel de su dueña.


Laura tenía los ojos cerrados, con el rostro inclinado hacia el cielo, sonriendo a cada gota que impregnaba sus gestos; abría con violencia las puertas de sus entrañas y en sus mejillas se mezclaban con la lluvia unas lágrimas que contenían en su interior toda la belleza que se oteaba desde aquella ventana: el gris de un cielo ataviado con un arcoiris lejano y medio escondido tras la cortina de agua, el verde opaco de las copas de los árboles de la avenida mecido por los vaivenes de las ráfagas de un viento desvelado por los gritos de septiembre; el rumor de pasos con prisas, de individualidades sorprendidas por una tormenta sin aviso, cobijadas bajo carteras, bolsos o la inútil bóveda de las mismas manos. El fulgor de los tejados cuando los últimos suspiros de la tormenta dejaron paso al póstumo destello del desperezado sol de un caliginoso día que ya languidecía.


Aquella Laura de la ventana desapareció con la tormenta, huyó del contraluz y se adentró en la penumbra de una habitación que iba perdiendo sus formas, sus colores y sus ángulos. Rorro ya no descansaba sobre la cama, se afanaba en el mordisqueo de una pelota junto al escritorio donde Laura se sentó retomando la lectura del final de aquella historia que había quedado olvidada sobre la tibia madera de cedro. Al pronto, con la última caricia acabó su lectura.


Rorro impacientaba, ya se había hecho tarde.


Laura abrió las puertas del coqueto armario donde guardaba sus vestidos. En el espejo del interior se reflejó la blanca luz con la que una pulcra luna iluminaba la habitación.


Ataviada para la ocasión cogió a un Rorro ya desesperado, cogió las gafas de sol que estaban en el aparador junto a la puerta, la abrió, pulsó el interruptor y se fue.


Cuando iba a cruzar la esquina, adentrándose en la calle que daba al parque, miró hacia su ventana: la única de su casa que a esas horas estaba traspasada por la luz incandescente de una lámpara inservible. En la calle aún perduraba el olor a tierra mojada.


jueves, 21 de octubre de 2010

Qué sí... qué ya voy... esperadme


No voy a descubrir ahora las américas si digo que me gusta la Semana Santa más que una operación a la Esteban, no; que la primera música con la que acuné a Gabriel entre mis brazos fue una marcha de palio, y que dormimos nuestras primeras siestas mientras en el televisor se visualizaba alguno de los cientos de videos semanasanteros que se reparten por los cajones de mi hogar. Los mismos vídeos en los que ando perdido cuando no hay un libro entre mis manos o cuando Gabriel no me requiere para sus juegos, ni ando como loco detrás de él para que no abra lo que no tiene que abrir, ni coja lo que no debe coger; en fin, cosas de un padre que espera pacientemente que su hijo aprenda lo que es un cuchillo, un enchufe o un jarrón de porcelana.

A ver, que me desvío. Me gusta la Semana Santa, no podría vivir si no existiera, es más, creo que si no hubiese existido la Semana Santa, mis padres no me hubieran creado, habrían creado a otro, seguro. Entre vídeos, cedés, reuniones de junta directiva, limpiezas de patrimonio, charlas varias, fotos cientas con motivos cofrades se pasa mi vida, y si a eso unimos el amor que me une a la ciudad de Sevilla desde que pasé mi primer año de universitario allí, comprenderéis que la mezcla es explosiva: Semana Santa y Sevilla. Pues si, explosiva al cubo. No hace falta que describa la subtemática que dentro de la temática semanasantera impera en mis videos, músicas y fotografías. Sí, Sevilla, la Semana Santa sevillana… el Gitano, Triana, San Gonzalo…

Pero había algo que no habían saboreado mis sentidos desde que tengo uso de razón putisanta, y era vivir en vivo, valga la redundancia, el paso de una cofradía sevillana por alguna calle, también sevillana. Miento un poco, sí, porque hace años estuve en una plazoleta de Sevilla, un Lunes Santo, viendo salir al Beso de Judas; pero eso no cuenta pues el sitio fue idóneo y no tiene nada que ver con lo que aquí me trae a comentar, que es lo siguiente. Y es que el pasado mes de Junio me desplacé a la capital hispalense para, entre otras cosas, disfrutar de una de esas múltiples procesiones extraordinarias que acontecen a las orillas del Betis (increíble que a la Virgen de Gracia le costara tanto celebrar su extraordinaria): la de la Estrella. Y entre otras cosas me presenté frente a su capilla, a eso de las seis de la tarde junto a Santi y Kike, y no nos fuimos de allí, entre otras cosas, hasta las nueve más o menos. ¡Tres horas viéndola salir! ¡Lo que suele durar en la calle la cofradía ubetense bien dirigida por el amigo Marcos!

Pero eso no fue todo lo malo, pues luego caímos en el error de esperar su paso por la calle Pureza (quinientos metros de recorrido llevaría la Estrella por allí). No recuerdo bien las horas, pero un par o un trio de ellas más nos tocó esperar, guardando sitio en la acera, con una cerveza caliente en un vaso de plástico, con el estómago pegado a la columna, y aguantando el paso de un cortejo deshecho, pobre y decadente conforme a lo que un servidor esperaba de la ostentosidad sevillana. Un “carajo pa Sevilla”. Del tirón me fui al bingo, con Santi y Luis Carlos, y me prometí (nos prometimos) no volver a Sevilla nunca más para ver alguna de sus procesiones extraordinarias.

Conozco mucha gente loca por escaparse a esas tierras cuando el incienso se mezcla en las calles, y entiendo su pasión y su “hobby”; pero yo prefiero quedarme con el señorío de mi Úbeda en Semana Santa, con las calles que conozco, con el orden y la seriedad de las hermandades ubetenses en todos los aspectos en que se manifiestan, con las tapas de los bares, aunque no sea la cerveza más heladita que la de allí (tampoco hace tanto calor como allí, por lo que la temperatura global se equipara); me escapo de bullas y esperas, y no cambio un ochío relleno de morcilla por un montadito de “pringá”. En fin, seguiré gozando con algo que me entusiasma, con un paso bien andado, con una revirá imposible por lo pausada, con una sincronización prácticamente perfecta entre una banda y una cuadrilla de costaleros; aunque aquella mala experiencia me dicte lo contrario seguiré disfrutando de todo este mundillo que nos atrapa; lo disfrutaré junto a Gabriel, desde la pantalla del televisor de mi hogar. A mi no me pilláis en ninguna escapada más, y si voy, mientras ustedes disfrutan de una bulla, yo me marcharé con Santi a echarnos unos cartones (de bingo, no penséis mal).

miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuando se cierren las puertas del templo...


...éste quedará vacio.

A través de las junturas de sus puertas seguirán colándose los mismos murmullos, las mismas notas, los mismos inciensos de cada Viernes Santo de las últimas madrugadas; pero en el interior ya nada será igual, porque la fragancia de nuevas flores anegará el espacio de su breve partida y la gloriosa música perpetrada por la bambalina y la barra de palio, acompasada por el racheo exaltado de unos generosos corazones, invadirá cada minuto de silencio imaginado hasta la inexorable vuelta.

Cuando se cierren las puertas del templo, Úbeda se impregnará de Ella.

La tarde, escondida en Mágina, llorará atada al castigo del tiempo, viendo como sus pasos no pueden desandar el crepúsculo mientras en la luna se refleja la mirada dulce, dolorosa y suplicante de Ella. Habrá escuchado el portazo del portón del Molino de Lázaro y el espiritual silencio que se hizo tras su voz, y no podrá dar luz a Su rostro, porque esa lindura se creó para regocijo de tinieblas adheridas a callejones, para jugar con las sombras dibujadas en la historia de paredes con nombre, para ser noche junto a sus hijos, sus pasos y su luna. Porque Ella misma es Luz, y no necesita más lucero que una oración escondida en los labios temblones de una anciana, la suave caricia de una fría mano necesitada de Su tacto, los ríos desbordados que brotan tras el capuz.

No habrá más amor que el de la mano que la llame para coronarla unos centímetros más cerca del cielo, ni miradas más frágiles que esas que serán su guía entre curiosos ímpetus y balcones plenos de pétalos de rosas. Entre amarguras, madrugás y mimos de Mater Mea. Ese amor desprendido de los barqueros de sus penas, que la llevarán de los nuevo a lo viejo, del bullicio al recogimiento, del asfalto al adoquín, de la medianoche al alba, que cruzarán con Ella la frontera del placer, que se agarrarán a sus remos para que el oleaje de la noche no los confunda con sus cantos de sueño, que sentirán rozar el mundo sin rozarlo, que sentirán tocar el cielo sin acercarse, que llorarán cuando el crujir del palio les haga saber que se acercan al final. ¡Ay, su crujido: su cansancio, su alegría, su pena!

Y entre motas de fuego caminará en su trono, derramando amor, caridad, devoción, perdones y pasiones. Levantará ánimos y hará sosegar a las malas conciencias; a su paso brotarán abrazos de mil colores y oraciones de cien corazones, de aquellos que nunca se abrazaron y estos que nunca experimentaron la calma de una oración.

Y cuando su barrio la acoja de nuevo, mostrándole el calor de un hogar sencillo, pensaré como pienso ahora mismo; sentiré lo que no puedo callarme: valió la pena. ¡Sí, hermanos, valió la pena! Mientras brote el amor a su paso, mientras se susurre una oración, mientras unos ojos lloren de alegría, de pena, por arrepentimiento, dando gracias; mientras se haga el silencio en campos tumultuosos. ¡Sí, hermanos, habrá valido la pena!

¡Ay, cuándo se cierren las puertas del templo, y éste quede vacío!

martes, 27 de julio de 2010

Cómo enseñarte




Pensar en Dios me ayuda; y desde que mis días despiertan contigo, con esta profunda y terrible angustia que me crea pensar que algún día no volveré a acariciarte, a abrazarte, a mirarte…; más se acrecienta esta divina caridad. Pensar en Dios, creer en su presencia, sentirme una mota de su polvo y como el polvo sentirme inmortal, mirarme al espejo y pensar en mi realidad, saber que tengo un pasado y que el futuro de mi vida comienza de nuevo al terminar esta palabra, palabra que se hace pasado: pensar en Dios me ayuda.

Ahora me retozo más en Él, porque a mi lado discurre el frágil camino de tus aprendizajes y debo atiborrarme de su presencia en cada minuto que me regala mi divina existencia para explicarte, cuando comiences a avivar tus experiencias con el fuego del entendimiento, dónde puedes encontrarle, para que empieces a disfrutarlo, saboreando la hermosura de su rostro: entre los pensamientos e historias impresas en el pergamino terrenal y eterno dónde tantas cosas se escriben y tan pocas de ellas enseñan; o en las infinitas miradas anónimas que nos enseñan ese mundo que nunca podremos respirar porque el tiempo acotado en una vida es un absurdo que nos condena a una libertad sin alas; frente al trazo incorpóreo dónde la humanidad saca a bailar a la rigidez de un alma apresada entre los muros, a veces insalvables, de la comunicación; o, como llevo haciéndolo desde que eres, entre la historia de este pueblo tan mío y tan tuyo, tan nuestro, paseando entre las calles dónde vivieron tus antepasados, enseñándote cada rincón en el que aún descansan las esencias de nuestra leyenda, llevándote entre regueros de ubetenses en los que hallarás el amor y entenderás el odio, encontrarás la verdad y la mentira, el bien y el mal, en fin, a Dios.

Por ello, por si las fuerzas me fallasen, si en este tramo del camino flaqueara mi fé porque el Dios del hombre que quiero enseñarte se vuelve ajeno a este amor que nos une, quiero hablarte de otro Dios que, aunque al fin y al cabo es el mismo, se muestra de un modo más indeleble: marcha allí dónde la tierra acaba, desnuda tu piel para que seas todo sentido, cierra los ojos y dirige tus pasos hacia donde Neptuno y Ceres se susurran cosas al oído, oye las palabras que te trae el viento, abre los ojos cuando tu piel se moje por primera vez: lo que tus ojos vean en ese instante, en esa azulada fotografía está Dios, en esa inmensidad inalcanzable a nuestro raciocinio.

Mientras, mira los ojos de tu madre.






domingo, 18 de abril de 2010

Sin tí.


Ahogado en la soledad
de la vida huérfana de mundo,
muda;
alegre a veces, sempiternamente cruel
sin el alivio de tus ojos
pardos; endrinos en mi alma.
Al sonar el día:
despertar insultante en un habitáculo,
hastiado de sueños sin compañía:
rumiando el espacio de tu ausencia.
Vagabundo en una mina,
resucito cuando duermo,
iluminándome con la inconsciencia:
con la ignorancia de tu falta.

Tu vida me da la vida. Tu ausencia me da la muerte.

Como Lázaro,
en su truncado descanso:
así vivo la vida,
así, sin tí.

Una sombra de luz

martes, 6 de abril de 2010

Historia sin historias ni fundamento


Sabes lo romo que fui con la historia. Siempre me quedé con las historias, embistiendo con duros paréntesis las fechas y los lugares, para quedarme inmerso, por siempre, en las historias de la historia.

Por ello, cuando estoy contigo, a las puertas del paraíso, no puedo teorizarte, ni sacarte cabos, ni reinventarte, ni destruirte, ni evolucionarte, ni siquiera involucionarte. Cuando estoy contigo sólo puedo estar contigo de la única manera que sé hacerlo: cogiendo de la mano mi pasado mientras te contemplo con este corazón de niño embalsamado en incienso y caramelo de pirulí.

Así, cuando estoy contigo, sigo siendo el lazarillo que soltaba la mano de su padre para correr en busca de los primeros colores del Domingo de Ramos y volver entre el calor del asma con un “ya vienen” en los labios, sigo sin ponerle nombre a las calles mientras te observo con estos ojos de adulto mojados en lágrimas que no dejan aflorar aquellos de niño que se quedaron anclados en el fondo del abismo de mi corazón; sigo siendo el adolescente que recibía al Viernes caminando hacia Santa María con el único abrigo que da la piel, el agitado esperar en un parque, ahora en los bares, mientras te escondías entre muros y cancelas a los que no tenía acceso, aquel que subía a los tejados de la infancia para atisbarte entre un tupido bosque de árboles humanizados.

Cuando estoy contigo no podré nunca teorizarte, buscarle los tres pies al gato sabiendo que no tiene ninguno. Que a tu vera podría remontarme al tiempo y hablar de las innumerables trabas que algunas cofradías tuvieron para llevarse a cabo, y del libertinaje al que se rinde culto actualmente, en algunas ocasiones y según con quien o con quienes; podría hablar de la lupa con la que antes se miraba y que parece haberse partido en mil añicos, y antes de comprar una nueva es preferible vendarse los ojos y pedir limosna a las puertas del cielo.

Cuando estoy contigo me da miedo hablar de evolución, porque ha sido tanta la que has sufrido en tan poco tiempo que estos pies de barro que te han forjado vayan a quebrar y echen por tierra toda la grandeza que sostienen. Podría hablar de las cuadrillas de costaleros, de esas que están afianzadas como las de la Virgen de Gracia y Nuestro Señor en Su Sentencia, viendo en tanta estabilidad un zozobrar invisible que amenaza con el naufragio cuando los años cumplan su función y “los viejos” se marchen para siempre y “los nuevos” no comprendan que el costal es otra forma de orar, y que orar es otra forma de divertirse. Podría hablar de cuadrillas de costaleros no tan afianzadas pero es tanto el miedo que impera en las afianzadas que es mucho más sensato callar y seguir mirándote a los ojos.

Cuando estoy contigo no puedo teorizar sobre la esencia que se esconde en tus abriles; no puedo calcular nuevos horarios, nuevos recorridos que sólo tienen como fundamento el enmascarar fotografías más pulcras y admirables, encuentros sacados de la manga que poco o nada aportan a tu ya inmarcesible belleza o ponerse al servicio de la vaguedad, la pachorra o comodidad de un cofrade que pierde los pocos valores que aún pueden perdurar en su conciencia. Mangoneando de esta forma esa historia tan lineal y tan eterna de tu vida con historietas de viñeta que ojalá y el tiempo las guarde en los anaqueles del mayor olvido.

No puedo sacarte cabos y andar buscando imperfecciones en la grandeza de tus días. No podré hablar de los hombres que te exaltan, te pregonan, o te exhortan pues baladí nunca fue describir lo excelso. No podré hablar de lo poco que te da aquellos a los que tanto aportas, pues políticos y gobernantes no tienen escaño ni nombre en este pleno anual; y además porque no hay Sudarios que resistan el peso de tanta tinta derramada despotricando a Clementes y sus socavones.

No podré involucionarte pues de ello ya se ha encargado la barbarie consentida de Santa María.

Es verdad, qué de bueno podré sacar de todas estas cosas que no te digo. Un amigo me lo dijo en fechas de carnaval, y llevaba toda la razón: “De qué manera se puede escribir en el Sudario después de todo lo que ya se ha dicho”. Solamente de esta. Hablando contigo y contándote las cosas que sigo siendo desde que te conocí, de lo que soy por ti, añadiendo retazos que al fin y al cabo, y con la madurez de los años, van quedándose apartadas del escalafón de mis prioridades.

Porque, querida, querido lector, al final somos lo que somos: un niño con cara de adulto que sigue tachando los días del calendario que llevan hasta el Domingo de Ramos; y ya se sabe que los niños nunca llevan la razón pero siempre dicen la verdad.

Qué más da todo lo dicho y todo lo demás.

Feliz Semana Santa.


(Publicado en El Sudario 2010)


martes, 30 de marzo de 2010

El cielo y Ella


Ayer el cielo, enamorado como sigue de Ella, se abrió un hueco entre los aciagos celajes que cubrían el firmamento y apagaban la luz de un plenilunio agitado por el viento, para asomarse, fiel a su cita, al Lunes Santo ubetense. Le resulta tan difícil quedarse sin otear las calles de esta bendita ciudad cuando la Llena de Gracia, Ella, acaricia con sus hijos el añoso empedrado de su historia, cuando Su palio va abriendo las cancelas que ciegan balcones que se van rasgando a requiebro de saeta y a siseo de oración; cómo le gusta oír cuando le dicen guapa, cómo se estremece cuando el hombre la agasaja con la única lluvia que debería mojarla; cómo podría seguir siendo cielo si el capataz no le enseñara la brisa que crea Su palio, la que se hace y se deleita llenando callejones y acariciando viejas paredes que rejuvenecen con el aura de una bambalina bien mecida.

Ayer el cielo no pudo aguantar tanta belleza y en un descuido perdió una lágrima que cayó a la tierra.

Y me cerró el camino que lleva a la gloria cuando ya paladeaba sus dejillos, me penó con el castigo de un San Lorenzo vació, me quitó el poquito paso del Arroyo de Santa María que es el culmen, el último descaro que se convierte en arte antes de que el cansancio me sentencie a un rechinar de dientes y a un arañazo en la trabajadera, cuando un costalero se hace costalero. Me negó entrar en la gloria cuando la estaba acariciando con mis hermanos.

Hoy el cielo está triste, hoy el cielo la añora.

viernes, 19 de marzo de 2010

Categorización del costalero


El de “toa” la vida: costalero añejo. Se distingue, sobremanera, de los demás por la cantidad de años que lleva en esto. Suele vestir pantalón vaquero, zapatillas reglamentarias (desde que sale de su casa) y camiseta de manga corta, o algún jersey de manga larga en días de frío. Ajeno a las modas foráneas y a tecnicismos de la baja Andalucía, guarda en su talega la faja (que suele ser blanca o negra, nada de innovadores utensilios riñoneros, más bien corta y compuesta por una fina tela que amenaza con reventar en el próximo ensayo) y el costal impoluto: impoluto no por limpio y pulcro, sino porque es el mismo que se hizo el primer día de ensayo y ya se sabe que este tipo de costalero es reticente a elaborarse dicha prenda a cada nueva jornada de trabajo.

El del chándal: ante todo prima su comodidad. Nunca vestirá el pantalón vaquero y cabe decir que la prenda deportiva en su parte superior suele ser de cremallera, para facilitar en cualquier instante igualás espontáneas. Es simpático aquel que siente una olímpica predilección por el primero que se colocó (pondremos el modelo de José María Murciano, fastuoso joyero de la calle Nueva), y que ya pasen los años y aumenten los kilos sigue vistiendo la misma prenda, porque sin ella no es costalero e incluso, a veces, piensa que puede perder parte de su esencia como persona humana.

El de la camiseta de tirantes: haga frío, haga calor, no abandona la corta prenda que le da significado. Es curioso que no haya una correspondencia clara y lógica con personas de buen talle, músculos definidos y tabletas a lo Cristiano Ronaldo; todo lo contrario, son personas que no escatiman en el buen yantar de embutidos variados y son fieles a las buenas brasas y la fría cerveza, guardando bajo su línea una abundante capa de grasa, causante esta de que este personaje no pase frío en los días de frío.

El de los calcetines bonitos: bonitos porque serían así vistos en el tobillo de una mujer. Este hombre tiene la perturbación de remangarse en cada ensayo los pantalones, ya sean vaqueros (preferiblemente) o de otra índole, dejando a la vista unos sobrios calcetines, para nada llamativos, de múltiples y variados colores, flores, florecillas, soles, rayitas y demás ornamentos. Algunos de estos, pensando en la imagen que de ellos pueden tener, rasuran sus extremidades inferiores; otros…. mejor ni mencionarlos.

El de la patilla: abundan en ciertas cuadrillas de costaleros. No se entenderá nunca el motivo de lucir este rasgo varonil de forma tan notable. Hay estudios que demuestran que el tamaño de esta es directamente proporcional al tamaño de la jeta del que se la deja.

El patriota: para que quede claro que esto de ser costalero es propio y exclusivo de la España cañí, hay ciertos personajes que aderezan su figura con todo tipo de exornos patrióticos, ya sean cinturones, relojes, pulseritas, calcetines e incluso costales. ¡Viva España y los costaleros españoles! El republicano, si existe en este mundo, no es propenso a lucir aún el morado, color éste que se deja en exclusividad a los costaleros de la Virgen de los Dolores de Jesús. Se oyen voces de protesta por la falta de regionalismo en nuestros costaleros, que dejan el blanco y el verde para otros menesteres.

El escaqueao: se subdivide en dos: el callado (por lo que debe callar) y el que no para de hablar (por lo que debe esconder). Son costaleros que nunca han sabido lo que es una cuna y que olvidan despojarse antes de cada ensayo de colgantes y medallas varias.

El mercenario (también apodado el caritativo): costaleros de un paso, cofrade de su cofradía, hermano de su hermandad, por la que llora, se vuelve loco y pierde el “sentio”, pero no huye ante la llamada de ayuda de amigos, enemigos, en fin, todos conocidos, para hacerse un hueco en otras cuadrillas ajenas a la propia. El ejemplo más claro y conocido es el de mi estimado amigo Alfonso Herrera Jódar, el Sito.

El narcisista: se pasa toda la semana mirándose de perfil en todo espejo que encuentre a su paso, intentando vislumbrar las heridas de guerra del ensayo anterior.

No se podrá nunca encuadrar un costalero exclusivamente dentro de un solo tipo de los mencionados, pues todo hombre de costal participa en más de una de estos ítems.

Podríamos aumentar la cantidad de especimenes pero esta entrada se haría muy extensa, quedándonos con los descritos que al fin y al cabo son los más significativos de este microcosmos de nuestra Semana Santa.

Queden todos por saludados.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Caminos de cabras


Comprensión. Este es el vocablo que la ciudadanía de Úbeda debería hacer suyo en las próximas fechas cuando, a aguas pasadas, los imperfectos, baches y, en algunos casos, socavones que se han formado en nuestras calles no sean reparados por el gobierno que nos cuida. Y digo comprensión porque hay que concebir que en el presupuesto no haya partidas destinadas a estos imprevistos llegados desde el cielo.

Respiremos, uno, dos, tres, y procuremos no dar rienda suelta a nuestra ira cuando en el trayecto que va desde casa al colegio de los niños percibamos en nuestros amortiguadores la realidad de algo parecido a un camino de cabras. Tarde o temprano subsanarán el entuerto. Mal o bien, pero lo subsanarán.

Pero qué hacer cuando sí se han prometido actuaciones y no se han realizado, qué hacer cuando mandato tras mandato, los señores que nos gobiernan, prometen y prometen para luego reírse con su olvido de unos ciudadanos que como tal sólo piden que se les respete el derecho constitucional de la dignidad. Los vecinos de San Bartolomé así nos sentimos: engañados, ofendidos y sumidos en un estado de abatimiento moral debido a la mala o nula gestión de nuestro ayuntamiento. Seguimos pidiendo (una década no es poco) que el camino que lleva a nuestros hogares no se convierta en un lodazal en épocas de lluvias, que podamos pasear con nuestros hijos y nietos sin llegar a casa con barro en los pies… que, por fin, arreglen el acceso a San Bartolomé de forma eficaz y que se dejen de parchear con gravilla en los meses de verano que es cuando menos se necesita. Sean serios, ejecuten acciones dignas que es lo que se espera de sus funciones y si, ahora, de nuevo, prometen la pronta enmienda de tal desperfecto, cumplan con su palabra. En San Bartolomé viven familias de ubetenses desde hace ya mucho tiempo, no sólo pastan por allí rebaños de cabras, ubetenses a los que se les olvidó el significado de la palabra comprensión.


(Publicado en el periódico semanal Úbeda Información)

jueves, 28 de enero de 2010

Memoria del miedo


Hablar del miedo es hablar del exterminio sufrido por el pueblo judío a manos del nazismo; si hay un miedo que llega a partirme la sangre es aquel. Un miedo que no se puede combatir tapándose la cara con el amparo de las sábanas del sueño, ni con las mismas sábanas de una cama, ni con taparse los oídos y cerrar los ojos; es el miedo en sí, el miedo que se apodera de la persona hasta hacerla desaparecer, hasta anularla. Un miedo que hace no tenerle pánico a la muerte, porque a la muerte se le tiene miedo sólo cuando aún se respira, cuando se piensa, cuando te duelen los tormentos.

Ayer fue el día de la Memoria. ¿De qué memoria? Qué memoria almacena en sus anaqueles el dolor y la barbarie sufrida por un pueblo, y en sus actos no se percibe ningún atisbo de arrepentimiento, cuando aún se siguen cometiendo actos parecidos, nunca iguales, gracias a quién sea, a los que se llevaron a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. El mundo sufre de amnesia, el mundo se mira en el espejo de su historia y no recuerda todos los errores en los que es imperdonable volver a insistir: la ignominia humana, la animalización – la que me ha recordado que describió Primo Levi, el maestro Manolo Madrid – de una especie casi divina. Vuelvo a insistir. ¿Qué memoria? Es de apremio festejar o celebrar nuestra memoria cuando nos sintiésemos orgullosos de no haber vuelto a tocar el fuego del infierno, de no haber visto y consentido la barbarie de aquellos que han tenido el atrevimiento de coger el testigo del nazismo: consentimos, entre otros, el genocidio en Uganda y la opresión del pueblo kurdo por parte de Irak, sin nombrar lo innombrable, lo repugnante, lo inmoral de un conflicto palestino-israelí al que no divisamos horizonte porque, quizá, estemos mirando hacia otro lado.

No celebré el día de la Memoria, simplemente me acosté a la sombra viendo como empezaba a partírseme la sangre. Recordé, al igual que Manolo, mis lecturas de Primo Levi y Vassili Grossman, y reflexioné sobre lo que realmente se debería recordar: el miedo, este miedo que aún se huele porque merodea a nuestro alrededor, este miedo que se fragua en la inmoralidad de la clase política y el absentismo moral de una sociedad acomodada frente al televisor, acostumbrada a almorzar con la visión de una torres derrumbándose, o el dolor impreso en el rostro del pueblo de Haití. ¿Y debemos tener memoria de la barbarie de hace setenta años? No. Hay que tener una memoria más a corto plazo y dejar de consentir que campe a sus anchas el mismo miedo que hizo temblar los cimientos y las bases del mundo civilizado hace setenta años.

martes, 26 de enero de 2010

Vuelta atrás


Dar la vuelta atrás, volver al sendero en el que un día tus pasos dejaron de caminar, conlleva aprehender las estaciones perdidas, con sus ya invisibles colores y el olor difuso de las flores que rompieron y murieron lejos del conocimiento. Volver atrás soporta la pena de recuperar lo vivido con la nostalgia inscrita en los momentos que se perdieron.

Así torno al pasado, desandando la lejanía con aquellas, con estas viejas zapatillas negras que sucumbieron al cansancio de seis reposadas madrugadas, con la certeza de no conservar ninguna herida que me eche en cara el encanto de tibias lunas, y el anhelo de poder estar donde no estuve. Ahora vuelvo a aquellas tardes de sábado que tanto me recordaban a los días de partido, al café de la tarde al arrullo de la candela de un inquieto cigarro, al petate bajo el brazo y la glotonería de revirás pausadas y chicotás de embrujo.

Con más años, con el reverdecer de las primeras nieves en mi pelo, pero con aquella misma ilusión que cuando tenía los ojos cerrados y el corazón abierto, me dirijo a la vera de Aquel que estremeció mis cimientos cuando su figura hidrató mis humores, pero sin la venda en mis ojos y el corazón un poquito más grande. Vuelvo para oír su voz en los quejíos de la madera, a que me devuelva la gnosis perdida en los bares del arrepentimiento, que me devuelva mi vida: lo que me hizo, lo que fui, lo que soy, lo que seré y lo que nunca he dejado de desear ser. Con más años, pero con las mismas ganas de ser junto a los que siempre hice míos.

He dado el paso que ha cambiado de dirección. Vuelvo hacia atrás. Vuelvo al principio.

lunes, 25 de enero de 2010

Febrero sin voces


No puedo creerme la cantinela de que hay que escribir lo que la gente espera: lo fácil, lo sentimental, lo superfluo, la rima tosca melódicamente bien medida; no puedo afirmar lo que no me gusta: odio los repertorios bonitos, vacíos de carga social, repletos de miedos ante el que juzga, en fin, en conclusión, banales. No puedo creerme un repertorio que he escrito yo.

Que suceda esto, que llegue a gustar a los que este mes de febrero nos escuchen, no me importaría, incluso me alegraría por las alegrías que acarrearía a todos mis compañeros de comparsa, pero afianzaría aún más mis convicciones: no vale la pena implicarse en una nave que no me lleva a ningún destino.

A mi el carnaval me tira, me gusta, por la potencialidad que puede llegar a tener, las criticas y los mensajes que pueden enloquecerse en la tinta del que los escribe y en las voces de aquellos que los cantan; reniego de un carnaval pensado y añorado por los días de fiesta y desenfreno en los que cualquier cosa es válida con tal de erigirse en protagonista de noches de parranda y patetismo nocturno. Si no está permitido volverse mordaz y cruel con aquello que entristece y enfurece a esta sociedad, si sólo está permitido adular al que se lo merece y acariciar la cara de aquellos que nos insultan, tomando esto como pretexto para tomarse unas cuantas copas con gente a la que le gusta disfrazarse, entonces me quedaré en mi casa, ideando un disfraz para mi familia que dé rienda suelta al gusanillo carnavalesco de cada año.

Me pregunto si serán los años, mis treinta, o la consolidación de unos principios que hasta este momento no habían aflorado a la superficie del mar de mis convicciones, los que me han hecho recapacitar sobre la verdadera carga de mi tren carnavalesco, pero, si he de seguir disfrazando mi pluma con flores de mayo, entonces me revelaré en silencio en el retiro de mi hogar.

martes, 5 de enero de 2010

Recuerdo


Se levantó, sigilosamente, apretando los dientes para neutralizar el punzante escalofrío que penetró en ella a través de sus pies; pudo llegar hasta el tocador gracias a la luz que proyectaba su sedoso camisón sobre el espejo y, antes de que la neblinosa oscuridad desapareciera entre el frío reflejo y el calor reflejado, encendió la luz.

Él, entre las calientes sábanas, no se inmutó.

Tomó asiento y, mientras alisaba sus largos cabellos enmarañados, sonrió ante la belleza, la hermosura y el esplendor que manaban de aquella mirada y aquella sonrisa. Así transcurrieron los minutos hasta que un lejano ruido de pasos fue acercándose hasta la puerta.

Apagó la luz, todo se sumió de nuevo en la oscuridad. La puerta se abrió.

- Madre, vuelva a la cama. Hace frío. No despierte a padre.

Una mano agarró su brazo y le hizo recorrer el camino a la inversa, despojándole del frío, devolviéndole al lesivo calor del sueño.

La puerta se cerró y el ruido de pasos se alejó hasta perderse entre los chirridos de una vieja cama. Encendió la luz de una centenaria lamparita de noche y antes de retirarla pudo ver la vejez de su mano. Contempló el espejo y el reflejo le devolvió la belleza, la hermosura, el esplendor de una joven mujer que sonreía entre los marcos de un cuadro. Puso de nuevo los ojos sobre la marchitada mano que presionaba el interruptor. La luz se apagó.

- ¡Qué bella soy!

Él, entre las calientes sábanas, no se inmutó.