viernes, 24 de junio de 2011

Tinta del recuerdo (Texto presentación final carnaval 2011: Los pilares de la final)


PRIMER PILAR: LA ILUSIÓN

La ilusión en la final, como en otros ámbitos mundanos, va más allá de absurdas distinciones sociales e inservibles ideologías egoístas que el hombre se haya sacado de la manga a lo largo de su historia. Es el motor que impulsa las piernas temblorosas del hombre o la mujer para subir la decena de peldaños que conforman la angosta escalera que, tras este telón, hacen ascender al comparsista, al chirigotero o cuartetero desde el terrenal y largo destierro de fríos locales de ensayo, durante largos y fastidiosos meses de travesía, hasta este bendito cielo de las tablas del teatro Ideal. Es igual que la sienta el joven, el veterano o el viejo y anquilosado componente, sólo es requisito indispensable para llegar hasta aquí, hasta donde están ellos. Pero eso sí, para que la ilusión no desaparezca, y con ella la final, es preceptivo remar hacia la juventud para enseñarles y entregarles esta ilusión que, hasta aquí, los trajo a ellos.

SEGUNDO PILAR: EL TIEMPO

Los minutos, se aguantan, las horas, también, los meses, quizá menos; pero los años… es ardua tarea la que supone soportarlos. Y la final, el concurso o la principio, como ustedes quieran denominarla, ha campeado con ellos llegando a ganar la batalla. Ahora, nuestra final, presume de bandera, por toda la provincia, gritando a los campos de olivares la solemnidad, la grandeza y la fama que el tiempo (esta inexorable máquina del tiempo) le ha dado. Pero quizá ha llegado el tiempo de estar a su lado, quizá ha llegado el tiempo de dar las gracias a las múltiples manos que a lo largo del tiempo han organizado este evento; porque quizá estén cansados, porque quizá no les guste el carnaval tanto como a nosotros; quizá ha llegado el tiempo de que nosotros, los carnavaleros, abanderados por esta asociación que nos representa y que deberíamos representar todos, nos lancemos a los despachos para velar y luchar por un concurso que hace tiempo se estanca, quizá sea tiempo de fabricar semifinales si sabemos que hay materia para hacer funcionar las máquinas. Hay que sentirse orgulloso del pasado, velar por el presente y abrir nuevos caminos para el futuro, sin miedo al tiempo, como lleva haciendo esta comparsa señera, ubetense y con casta estos veinte años de historia de nuestro concurso.

TERCER PILAR: EL COMPROMISO

Para llegar al estado de gracia en el que este concurso se encuentra, además, hace falta tener compromiso. Hay que ser un hombre o una mujer de pelo en pecho (bueno, lo de mujer podríamos cambiarlo), comprometidos con un pasado que demuestra que perseverando y siendo cabezones hemos llegado a dotar de una calidad propia de otras tierras a las músicas y letras que año tras año vamos escuchando entre los muros de este templo. Compromiso para escribir una letra algún año, para hacer aquel quiebro que no salía, para llegar al acorde que aquellas novatas manos no sabían colocar. Este concurso es la envidia de otros aires de nuestra provincia, por el compromiso innato de todos y cada uno de los carnavaleros que se subieron por primera vez a estas tablas y año a año se implicaron con su mejora. Resumiendo, querido público, para deleitarles con la calidad. Como esta bisoña chirigota que hoy se sube por primera vez a las tablas del Ideal con el compromiso innato del buen carnavalero ubetense.

CUARTO PILAR: NUESTRO CAMPO DE JUEGO, EL TEATRO IDEAL

Mayores salones hubiese tenido y esta final, este concurso, no atesoraría la magia que nos embauca a todos cada carnaval. Este teatro es, es, es…. tan nuestro; guarda tantos recuerdos entre sus cuatro paredes: tantas noches de risas, de llantos, de nervios, de emociones, al fin y al cabo. Tan pequeño es nuestro tablero y tan grandiosas batallas y gestas y leyendas se han forjado en él, que sobran comparaciones destinadas a ningún destino. Estas tablas se han convertido en magistrales páginas de sueños, ataviadas de espectaculares atrezzos y forillos que, junto con la calidad de los disfraces y tipos que año a año han desfilado, han servido a las agrupaciones como estrategia para aumentar la excelencia que a ustedes pueda llegarles. Algunos años estuvo el concurso desterrado, porque nuestro teatro adolecía de enfermedades que debían ser tratadas, pero siempre se nos han abierto las puertas del templo. Un espacio que afortunadamente disfrutamos y que proporciona a nuestro concurso de una identidad mágica, reconocida fuera de nuestras fronteras. Como en Linares, donde también se sienten felices de volver a su Cervantes tras la patada en el trasero que les dio el ayuntamiento. Ahora las fichas de ajedrez se mueven al son que marcan las chirigotas.

QUINTO PILAR: EL JURADO

Hay que mojarse: “cada vez que no he ganado el primer premio, todos los años menos uno, el jurado no ha sido imparcial”. Qué tarea tan difícil, y más bregando con las agrupaciones, todas ellas cazapremios, para que nos vamos a engañar; qué tarea tan difícil cuando conoces o sientes predilección o te han visto hablar con alguien de los que cantan aquí y luego se alzan campeones. Es tan difícil estar sentado allá arriba. Pero no se preocupen, señores del jurado, porque en Úbeda, más que ganar, nos gusta perder; si no ya habríamos sustituido el concurso por un festival; y no es así. Qué sería del futuro de este concurso sin la derrota que ustedes regalan: nada, porque no habría motivación y sin motivación no habría magia: la magia de este concurso que hoy acontece. Pero quizá sería beneficioso, o quizá seguiríamos en las mismas, resolver la elección del jurado mediante otros métodos, buscando personas aún más anónimas de las que se eligen, ajenas total y unilateralmente a este mundo tan mal pensado del concurso. No se lo tomen a mal, no es mi intención, pero es la única ocasión que tengo de decir lo que piensa mi sentido común sin que me den otro accesit. Queridos todos, es un pilar básico del concurso y todos querríamos que estuvieran hechos a nuestra imagen y semejanza, y eso, es imposible; y eso, es lo que nos da vida.

SEXTO PILAR: LA PROVINCIA

No debemos cerrar las puertas a esta porción del mundo que ha profesado tal devoción por nuestro concurso. Linares, Huelma, Martos, Bailén, entre otros pueblos hermanos, han regalado sus coplas al pueblo ubetense y con ellas, de vuelta a sus aposentos, han pregonado la magnificencia y calidad de esta final que estamos viviendo. Si las supuestas diferencias de género, gracias a Dios, se han disipado, no podemos poner trabas y cadenas a los que, amando el carnaval y queriendo sentirse por una noche ubetenses, desean pisar estas tablas y regalarnos un trozo de los pueblos hermanos de los que provengan. No podemos trabar sueños mediante desatinadas subidas en el precio de los avales, ni obligar a hacer carnaval de calle ubetense a personas que únicamente quieren ser de esta tierra en noches como esta, y que como carnavaleros se deben a su tierra. Somos, por lo general, una tierra hospitalaria, que atesora grandes dosis de sentido común en sus habitantes y a la que no pertenece ponerle puertas al bosque. No seamos presa del egoísmo pues perderemos todo el tesoro que hemos guardado durante tantos años de concurso.

SÉPTIMO PILAR: LA MÚSICA

Es lícito sentir miedo, es humano tener miedo cuando se va a mostrar por primera vez la música y la conjunción de voces que con tanto mimo y esmero se ha compuesto. Es habitual sentir miedo en estas tablas, miedo a desafinar, a un acorde mal posicionado, a un aumento de voz en un piano, porque el concurso, debido al empaque señorial que se ha forjado, nos requiere cada año mayor esfuerzo, mejorar melodías, mejorar afinamientos, mejorar, mejorar y mejorar. Y aquí está el trabajo y el oficio solitario del compositor, que año tras año pierde su virginidad cuando da a luz un nuevo pasodoble, un nuevo cuplé, y se devana en sus adentros buscando 2 o 3 mil formas de mejorar tal o cual parte, este final, este principio. Qué sería del carnaval y, por reciprocidad, de este concurso sin el arte y la creación propia de un pueblo sabio y culto que a lo largo de los años a dotado a los anaqueles del concurso con cientos de magníficas obras musicales. Esto es carnaval, esto es música y a quien no le guste que no venga.

OCTAVO PILAR: LA LETRA

Si dotamos a las letras con una tregua, si caemos en la banalidad y el conformismo a la hora de escribir, entonces las gargantas no levantarán conciencias. Y qué es el carnaval sin fuego, sin ira, sin ironía. No debemos dotar a la música con simples rimas asonantes o consonantes que se enlazan entre sí para hablar de nada, o para hablar de nosotros mismos, o para llorar por un premio, o para quejarse de esta bendita fiesta que da de beber a nuestras pecadoras almas carnavaleras. La letra debe ser hiriente, debe estremecer al escuchante y debe convertir en escuchante al oyente. La letra debe dibujar sonrisas o risas que despierten las conciencias. La letra no debe estar censurada por el posible veredicto de un jurado, nos echamos piedras sobre nosotros si escribimos pensando en un premio. La letra, la de carnaval, está creada para levantar teatros o por lo menos intentarlo; no puede estar mediatizada por ideas políticas que tarde o temprano irán en contra del sentir de un pueblo. La letra, en carnaval, debe ser más que pura letra: una lanza que estremezca las entrañas de la sociedad, que disuada a esta sociedad vaga y estéril de seguir durmiendo la siesta; y una comedia que haga sonreir a aquel pobre taciturno que sufre los envites de la sociedad. La letra, en el concurso, debe serle fiel a la revolución que siempre trajo consigo el carnaval.

NOVENO PILAR: EL PÚBLICO

Desde que asciende el telón hasta que el popurrit llega a su fin, no hay mejor droga para un carnavalero que el calor de un público receptivo y el éxtasis que puede llegar a su plenitud mediante sus aplausos. El concurso sin público es… como un carnaval sin el cuarteto primero: vacío de contenido. El público es el que manda entre estas cuatro paredes y su veredicto, además de servirse de las expresiones y libertades que les están vedadas a los señores del jurado, es mucho más reconfortante que cualquier sobre cerrado o una mayor diferencia de puntos. Pero el público, para que el concurso llegue a la embriaguez, debe entregarse en todo momento. Abran sus sentidos, háganse receptivos y renuncien a guardar sus aplausos y vítores exclusivamente para tal y cual agrupación. Disfruten de lo que el concurso les ofrece y desistan de marcialidades más propias de otros ejércitos. Aquí, en la fiesta de Don Carnal, impera la ley de la libertad y sería de salvajes no dar rienda suelta a nuestros impulsos.

DECIMO PILAR: EL AMBIGÚ

Sería descabellado dejar en el olvido un pilar básico de nuestro concurso: el ambigú. En él nacieron célebres frases como aquella de “esto se va a caer, esto se va a caer”, por lo que falsa es la historia que enfoca su origen en la famosa caída del muro de Berlín; no, esa frase es muy nuestra. Es un pilar tan básico que, cuando las cosas se hacen con civismo y los guardas de seguridad tienen a bien hacer su trabajo, incluso nos olvidamos de su existencia. Qué sería del concurso sin ese murmullo perenne que se adentra en el teatro: nada. Qué sería del concurso sin ese refugio donde apaciguamos nuestra sed o nos calentamos el hocico. Qué sería del concurso sin ese espacio tan saturado donde se van pegando las primeras “puñalaillas”, donde se van haciendo los primeros pronósticos que, entre otras cosas, suelen coincidir con los vaticinios de foro. Qué hubiera sido de aquellas finales que hoy se recuerdan por las merluzas que ilustres carnavaleros obtuvieron en esas barras-chapa malignas; nada. Por eso el ambigú es un pilar básico, que, precisamente esta noche, echa de menos a Troche y Moche, ilustres y añorados merodeadores de ambigures. Por eso, por lo básico e importante de este “barecillo” de noche, les invito a que deambulen entre sus habitantes y conozcan un submundo necesario del concurso. Hínchense, que la lujuria es dada a aparecer en estados próximos a la ebriedad.

DÉCIMO PRIMER PILAR: LA TIERRA

Qué sería del concurso sin el amor a esta tierra llamada Úbeda; sobre todo para los que nos llamamos ubetenses. Cuando en los prolegómenos del carnaval sonaron gaitas anunciando la posibilidad de la no participación de alguna que otra agrupación en este mágico evento, sinceramente, se me cayó el alma al suelo. Siempre he pensado, y si no es así mal camino hemos cogido, que una agrupación está exclusivamente maquetada para esta noche. Es obvia su participación en el tan requerido carnaval de calle, pero no es obligatorio, o no debería ser de obligado cumplimiento la asistencia a las decenas de actos que durante esta semana se van a suceder; el único requisito exigible para una agrupación de Úbeda es estar en el concurso y no pretendamos pedirle peras al olmo pues a veces las dará aunque no deba estar obligado a dárnoslas. Aquí tenemos que empezar a ser listos para diferenciar de una vez el concurso y el carnaval de calle; no podemos poner requisitos sacados de la manga para volver a recibir lo que es nuestro o para que nos entreguen lo que hemos ganado. El amor a la tierra tiene el mismo valor si se demuestra en un teatro o en la calle. Además, aquí, en Úbeda, se ha demostrado con creces que defendemos con valentía y arrojo lo nuestro, que las agrupaciones siempre han estado en todo y que toda, o gran parte de toda grandeza que este concurso y el carnaval de calle ostenta hoy en día es gracias a las agrupaciones, las que no han necesitado nunca de imposiciones pueriles y amenazas sin sentido para hacer grande esta fiesta, este pueblo, esta tierra, de la que al fin y al cabo son sus guardianes.

DECIMO SEGUNDO PILAR: EL VEREDICTO

El telón se abrirá por última vez y tras la última actuación todo quedará en suspense. Es el momento álgido del concurso, cuando todas las mentes dejan de pensar y se agudizan los sentidos en busca de un indicio que les haga saber que el veredicto se acerca. Las extremidades no obedecerán a razones, se apagarán los últimos cigarros en la calle, se apurarán los últimos tragos y el teatro se hará silencio cuando Manolo Madrid se disponga a abrir su boca. Unos ganarán, otros no ganarán y otros se sentirán perdedores: este destino ya estaba vaticinado. Y la grandeza final de este concurso sólo será plena cuando felicitemos a los ganadores, cuando aceptemos que no podemos gustar de igual manera a un público o a cinco personas, que somos diferentes. En nuestra mano está que aquellos que detestan el concurso por estas sanas rivalidades, vean que estas mágicas noches de concurso merecen la pena, para Úbeda, para los carnavaleros y para el pueblo de Úbeda. Esta es nuestra asignatura pendiente, la que debemos aprobar para licenciar al concurso cum laude, para dotarlo de un futuro más enriquecedor si cabe, para no dejar en paro y en la nada todos y cada uno de los momentos históricos que han acontecido en noches como esta.

jueves, 23 de junio de 2011

Princesas




Se levantó de la cama. La noche anterior se había quedado dormida, rendida, con la luz encendida. Aún no había salido el sol, aún brillaban las estrellas y la luna seguía estando torpe en el juego del escondite: tras la silueta de aquel alto rascacielos recogía sus vestidos.

Esa noche había soñado lo mismo de siempre: una pasarela, un mar de flashes y ella erigida en princesa de la noche.

Se postró, como acostumbraba, ante el espejo y subió a la báscula. Se sintió feliz, al fin había alcanzado el peso esperado: 21 gramos.

Salió al pasillo y antes de cerrar la puerta miró la cama donde descansaba aquella mujer que no llegó nunca a sentirse princesa.

martes, 7 de junio de 2011

Ella traerá el cambio



Si pudiera volver atrás, cuántas cosas repetiría: no me arrepiento de nada.

Atrás, lejano, queda el día de aquel año en el que empujé la puerta de Santa Teresa y me “enamoré” de Él. Atrás quedan los primeros ensayos, los primeros costales, los primeros pasos. Atrás queda ya aquella primera madrugada de Viernes Santo con promesas pronunciadas debajo de su paso, que hablaban de olvidar el costal, y que no llegaron a cumplirse porque la satisfacción posterior a ese divino trabajo aún no la había paladeado. Atrás queda la aciaga madrugada del tercer año de vida: sus lágrimas, su impotencia, sus calles mojadas, su silencio sin nombre en la oscuridad sin calma. Atrás queda ya aquella apuesta de valientes que me llevó a surcar los mares de estos días en el barco amigo de mi Señora de Gracia. Atrás queda la insulsa testarudez en la que desterré mis ganas y mi yo. Y atrás queda ya la vuelta al lugar de donde no debí partir jamás.

Aún recuerdo las dos canciones que me acunaron la noche de Jueves Santo previa a la primera salida. Recuerdo a Camarón, una y otra vez, “tangueando” en el silencio de mi habitación, acompañando mi desvelo y el nervioso silencio que me condenaba a un insomnio nada saludable. Pero estas son cosas que sólo puedo apreciar yo… dejémoslas.

Lo que si es digno de recordar, por aquellas personas que me acompañaron, es el calvario que cuarenta individuos pasaron debajo del paso de Nuestro Señor aquella primera madrugada. Hoy lo pienso, ya fríamente, y sé que no sería, ni seríamos, capaz de volver a hacerlo. Y lo recuerdo, precisamente, para comparar la evolución tan monstruosa que la cuadrilla del Señor ha experimentado en los cuatro años de olvido en los llegué a sumergirme: gran trabajo el realizado, gran esfuerzo el ofrecido, grandes corazones han crecido. Ahora sería imposible dar cinco pasos rozando el suelo con las rodillas, ni que los zancos subieran de vuelta rozando los adoquines. Qué maravilla y qué lejos quedan algunas cosas. Pero, si he de sincerarme, que es el único objetivo de estas palabras, echo mucho de menos algunas cosas.

No es que haya perdido la ilusión ni las ganas de llevar a mi Señor, pero algo extraño y explicable ha transformado mi alma costalera: no se me erizan los vellos con un izquierdo arrollador, ni me enloquece el suave cambio al costero, mucho ha cambiado la música de ahora y no encuentro armonía en sus notas, echo de menos más Laudate Dominum, Maestro de Fé, Esas penas de tu cara, Amistad; se sienten mis pasos extraños cuando sobrepasan cierta longitud, y mis oídos parecen sordos si no encuentro el crepitar de una barra de palio retorciéndose. Sí, es cierto, me he aferrado al palio y María de las Penas me llama para ser sus pies cuando quiera hacerse parte de Úbeda y sus calles.

Pero, como en todo novel proyecto, hay miedos que asoman al balcón de esta nueva esperanza. Miedo al número de almas que en un primer momento querrán formar parte de este ilusionante y anhelado sueño de la Hermandad: la respuesta de un pueblo que aún no ha interiorizado este olvidado colectivo de los costaleros; el excesivo tiempo que María Santísima de las Penas tardará desde Santa Teresa hasta Santa Clara y de Santa Clara a Santa Teresa: las casi seis horas que actualmente usa la hermandad para realizar su recorrido se convertirán posiblemente en siete o quizá más, aumentando las incomodidades propias del nazareno, el cansancio en los niños que aún se empeñen en aguantar. Son miedos que están ahí y que no pueden ser obviados, y aunque la ilusión y el fuego que podemos sentir nos aligeren o nos evadan de pensar en estas cosas, no podemos darles de lado e intentar minimizar los efectos que la salida de María Santísima de las Penas traerá consigo.

Ignoro los cambios que María traerá consigo, ignoro si los traerá, pero si aún no se ha pensado en ello, si no se ha llevado a la mesa, yo, quizá por sentirme ya parte de ella, voy a gritar muy bajito para decir que sería conveniente un cambio de recorrido, o un acortamiento del que actualmente se anda. Bajar hasta Santa Clara desde Santa Teresa, con un palio, se torna en batalla cruenta y ardua, más si tenemos en cuenta la falta de tradición costalera que adolece a la ciudad y la dubitación con la que todo nuevo proyecto nace y se hace en un principio.

2012 será un año distinto, un año soñado por todos, un año de cambios: el año de Ella, de María Santísima de las Penas. Será el año en el que abandonaré los pies de Cristo para aliviar el sufrimiento de su madre hasta que el cuerpo me permita tomar la decisión de retirarme en los pies del Hijo, donde me hice costalero, donde me hice de la Sentencia. 2012 será el año que Ella y todos estábamos esperando cada madrugada. Ahora sólo queda hilar muy fino para que en el 2013 podamos seguir gritando a viva voz aquella frase con la que comenzaban estas palabras: “si pudiera volver atrás, cuántas cosas repetiría: no me arrepiento de nada”.

Ella se lo merece, todos nos lo merecemos. Hagamos más grande nuestra madrugada.

lunes, 16 de mayo de 2011

PENSANDO EN EL COSTALERO Y SUS CIRCUNSTANCIAS: UNA SOLUCIÓN


Aún recuerdo la primera vez. Porque el dolor y el sufrimiento cuando aparece y echa raíces, aunque sea por un breve espacio de tiempo, se queda en el alma por más que los días y los meses y los años y la vida sigan empeñados en hacernos olvidar. Aún recuerdo la primera vez, en un Viernes Santo de hace doce años, cuando mi cuerpo deambulaba entre el límite del niño y el hombre y las mieles del costal, la faja y la trabajadera se me ofrecieron en plato de ilusión: por más que intentara ser lo que hoy soy, por más que estudiara todos los conceptos que hoy tengo aprehendidos, sólo me quedaba ser lo que coloquialmente se conoce como “carne de cañón”.

A lo largo de doce cortos años, porque hablando de Semana Santa los años siempre se quedan cortos, nunca he llegado a entender como un paso, un trono, un palio puede verse desde fuera sin llegar a percibir lo que sus costaleros van sintiendo. No se percibe el dolor, ni el rezo, ni el silencio, ni la oscuridad, ni el calor, ni las lágrimas, ni las sonrisas, ni las mandíbulas apretadas, ni la mano apretando el palo, ni la mano agarrando al compañero, ni se ven las rodillas dobladas o los cuerpos arqueados. Veo videos de la primera salida de la Sentencia, sobre todo de la vuelta al barrio y concibo que los ojos inexpertos que puedan verlo no sean conscientes de lo realmente acontecido debajo del Señor.

Aquel primer año, lleno de ilusiones y valentías; aquel segundo año, lleno de ilusiones y valentías y miedos; sufrí tanto que el dolor y el sufrimiento no me dejan arrinconar ninguno de los minutos vividos. Pero es reconfortante tener esas resonancias y compararlas con los momentos vividos el año pasado.

Invitaría a todos aquellos que en un principio fueron los pies de Nuestra Señora de Gracia, y que tantas leyendas cuentan de verdaderos suplicios, que probaran ser por otro Lunes los pies de María y sufrieran la evolución llevada a cabo en los últimos años, aún portando más peso, aún alargando y endureciendo el recorrido, el costalero de este palio no acaba la procesión con ganas de resucitar tras una muerte virtual. Invitaría a aquellos que abandonaron, siempre por causas ajenas a las físicas, el paso de Nuestro Señor en Su Sentencia en los primeros años, cuando sobrevivir al Viernes Santo era tarea de otro mundo, y sintieran que ser costalero no es perder un trozo de vida, que se puede llegar al barrio dando leña y revirar en las últimas esquinas como en los primeros momentos de la estación de penitencia. Y todo esto, gracias a todos, es debido a la entera dedicación de algunos cuantos y de otros tantos que han hecho del costal un modo de vida, una razón para soñar y un medio de subsistencia moral.

He hablado de estas dos cofradías porque son las que repican en mi puerta cada cuaresma. Pero también puedo hablar de otras, como del palio de los Dolores de la Expiración, que a pesar de los pesares resurge cada año única y exclusivamente por el amor y el cariño de unos cuantos locos dispuestos a todo y por el compromiso de eterno reciclaje que su capataz, Rafa Garzón, lleva por bandera, por sus ganas de escuchar, por sus ganas de aprender, por erigirse en el mayor ignorante para convertirse en el mejor de los sabios, y eso es digno de alabanza.

Úbeda, hoy en día, ostenta el título de novel hablando de este tema tan trillado en hilos, post y barras de bares. Y aún siendo pipiola ya nos erigimos en versados periodistas de la materia para dotarla de una muerte aún no anunciada: año tras año seguimos dudando de un mundo que ha crecido exponencialmente en la última década. Estamos discutiendo de cuadrillas que aún no han cumplido la veintena de años y a las que damos por extinguidas, por débiles. Cierto es que alguna que otra se tambalea en la hora de su salida, en los días de cuaresma, pero es necesario creer que en cualquier camino hay baches que salvar.

Y en todo esto, en la consolidación de un colectivo tan amado por unos y tan “odiado” por otros, resurge el puesto de capataz que a día de hoy es el que quizá más deba fundamentar su existencia. Primeramente, el capataz, si se quiere dar a la cuadrilla una identidad acorde al puesto que se ocupa, no debe elegirse a dedo, ni por amistades, ni por méritos en otros ámbitos cofrades; el capataz debe salir de abajo, el capataz debe comprometerse a ser tutor de cuarenta o cincuenta hombres y ser tutor no significa solamente mandar “derecha adelante, izquierda atrás”, sino a mimar (dentro de unos límites) a sus hombres o mujeres, a planificar concienzudamente un calendario de ensayos, a sopesar consecuentemente el número de kilos que mandar arriba ensayo tras ensayo, a igualar la primera vez sabiendo que será la última, y lo más importante y donde reside todo el futuro de nuestros pasos a costal: ofrecer una vida de hermandad entre sus costaleros que no se centré sólo en tiempo de cuaresma y Semana Santa, fomentando el respeto y la amistad dentro del grupo, y creyéndose cientos de veces el ser más tonto de la tierra cuando no encuentre respuesta a sus ilusiones. El capataz es el que más ilusionado debe de sentirse. Cada cual que se ponga la mano en el pecho.

Y porque el capataz no debe elegirse a dedo, voy a saltar al futuro mojándome con estas palabras: el costalero de hoy, el que lo es, se recicla constantemente, se preocupa por mejorar en posturas y ropas: el costalero costalero; y de estos costaleros costaleros deben salir los futuros cuerpos de capataces, y que no se nos caigan los anillos ni dejemos que nos rasguen las vestiduras cuando alguna hermandad proponga para ese cargo a alguien ajeno a la propia hermandad, costalero de otros pasos de una misma ciudad. Si queremos hacer crecer este submundo hay que aplastar tabúes. En otras ciudades ocurre lo que cuento. ¿Por qué no en Úbeda?

Yo, a tiro fijo, se de algunas cuadrillas que subsanarían sus enfermedades.

Si algunas cuadrillas han pasado del sufrimiento y el dolor en sus estaciones de penitencia, al trabajo amable y apacible para el espíritu y al cuerpo cansado pero no dolorido, se deberá a alguna razón. Busquemos, encontremos y si es mejor que lo nuestro, comprémoslo.

Ojalá llegue el día que viendo un paso, un palio o un trono andar, pueda jugarme la sangre apostando a que los hombres de abajo van bien, irán bien y terminarán mejor.

martes, 26 de abril de 2011

Los Días de Úbeda



DOMINGO DE RAMOS

Atravesando el fino velo que separa las vísperas de su culminación, las emociones suspendidas en la recámara del recuerdo se desploman al alma de Úbeda por el peso implacable de los primeros clamores de cornetas que, en la mañana de cada Domingo de Ramos, se entremezclan con los suspiros de viejos olivos, aledaños a nuestras viejas murallas, para ir abriendo, desperezándolas, puertas y ventanas, frías verjas y vetustas cancelas que guardan tras de sí el tesoro más bello mejor guardado que esta ciudad debe entregar al mundo. Y en la tarde, cuando el febo está empezando a recorrer el camino de su exilio nocturno, esos torrentes de emociones llegan a desembocar, desde cada rincón de Úbeda, a esa Corredera de San Fernando que año a año se torna en el espejo donde la Semana Santa se viste con traje de gala; y en la tarde nuestro corazón arrancará otra hoja de su calendario, con el despojo de alegría y pena que conlleva ese acto, cuando la primera cruz de guía pise la lonja de la Trinidad, cuando un Jesús montado sobre un borriquillo, fruto de la gubia del maestro Palma Burgos, vaya marcando el camino que nos adentre en el museo en el que Úbeda se convierte en los días que van a llegar; nos muestre una Plaza Vázquez de Molina engalanada, un Real, un Rastro, una Ancha, una Nueva, calles que se vuelven reconocibles al hábil ojo del turista y el emigrante; un camino cuyo final es el preámbulo de la grandiosidad de los días que han de venir: un final de fuegos y ruidos que despiertan a los que escondidos dormían soñando su llegada.

LUNES SANTO

El Lunes, Santa María, abre con María sus puertas. Úbeda, tras sus usuales velocidades de comercio y trasiego, se dispone, entre azules y blancos, a ser testigo de la misión corredentora de María, la Llena de Gracia que, al son de las sempiternas maravillas del maestro Herrera y sobre la generosa filosofía del costalero, va acariciando los históricos adoquines de nuestras calles para adentrarse, entre rezos, saetas y lágrimas, en los recónditos rincones y callejuelas del barrio de San Lorenzo. Mientras, en la silenciosa y melancólica plaza de Santa Clara, un Cristo paciente, consumado en la pasión entre el barro y el fuego, incita a una sosegada y reposada oración entre balcones a medio abrir y a la cálida luz de los candiles de las esquinas. Y tan cerca, la Puerta de Granada que tan solitaria y bohemia ha recorrido el vaivén de los días y noches esperando a que aquella dolorosa perdida entre sinuosos callejones vaya asomándose, al paso del cansado costalero, al púlpito de la Cuesta de San Lorenzo, para quedamente ir descendiendo hasta un inquieto y anhelante pueblo que espera ver pasar a la Virgen de Gracia. Y el Lunes se torna en Martes sin dejar de serlo cuando la tribu asciende con María hasta el terrenal y, por mucho tiempo, vedado cielo de Santa María, que nuevamente abre sus puertas para, ahora, recibir el silencio, la oración y la lobreguez que sólo quedan interrumpidas cuando el palio de María se adentra con requiebros de bambalina en el claustro de la colegiata. Y con ella, se adentra otro Lunes en el baúl de nuestra historia.

MARTES SANTO

El maestro Palma Burgos tuvo la osadía de tallar con su gubia la madera para convertirla en oración, y la oración se hace presente en Úbeda en la noche del Martes Santo. Una oración clavada a la cruz que itinerante, año tras año, va sembrando de susurradores silencios todos los barrios y calles de la ciudad; silencios acompasados a golpe de báculo que, martillando adoquines, hace vacilar el ritmo continuo y pausado de los corazones que aposentados en las aceras esperan el paso de Cristo muerto con una persignación en los bolsillos. Noche Oscura, como en los versos de San Juan de la Cruz, en la que la amada no tiene mayor oportunidad de llegar al amado que acompañando a un Cristo que, con el peso de la pasión y el cansancio de la muerte, quiere abandonar la cruz para llegar hasta su pueblo; no hay mayor estado de sosiego y paz que acompañando a este Cristo mientras las estaciones del Vía Crucis se clavan en los sentidos y en las conciencias. Cada Martes Santo, en Semana Santa, en Úbeda se reza tomando como ejemplo los versos de San Juan de la Cruz:

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.

MIÉRCOLES SANTO

En la antesala de los dos magnos días ubetenses, al caer la tarde, se van cerrando celosías y persianas en las mercantes calles del centro, se preparan las viandas y comidas que servirán de sustento en el trajín que Úbeda guarda celosamente durante todo un año; y en San Nicolás se nos invita a la Última cena que será servida en la Corredera, en Real, en Vázquez de Molina y Montiel, entre cortinas de raso burdeos, a la luz de la típica tulipa ubetense y amenizada con los sones de la corneta y el tambor que con tantas sinfonías nos han obsequiado y tantos autores, tantos como ubetenses, han conformado sus filas. El pan y el vino, y el incienso, que hasta ahora había sido un viajero desapercibido, abren el telón de este teatro callejero donde se interpretará con magnificencia la Pasión de Jesús. Y mientras Judas, inquieto, se levanta de su cátedra en el sur ubetense, en el norte entrega con un beso al Hijo del Hombre que, sobre el cerviz de sus hermanos salesianos, viaja de lo nuevo a lo viejo, de lo amplio a lo angosto, del bullicio al recogimiento, siendo fiel testigo del prodigioso paso del tiempo pues, en su recogida, verá convertirse el Miércoles en Jueves.

El olivo de Getshemaní se adentra en el patio salesiano y las notas musicales que hacen bambolear sus ramas rompen letanías de sueños que, inmersos en una falsa quimera, despertarán con un mismo olivo, con una misma historia, con los mismos personajes pero en una ciudad distinta.

JUEVES SANTO

Con el verde y el blanco y el espíritu del olivar en las calles, Úbeda despierta y se engalana y se echa a la calle y se hace Jueves Santo, mientras desde Santa María, Cristo Orante y su Madre de la Esperanza, se elevan a través de calles que poco a poco van desperezando hasta transformarse en verdaderos cuadros bulliciosos. La mañana discurre entre caramelo de pirulí y niños jugando a ser penitentes, esperando a que la tarde sea anunciada con un ejército que, como emergido de las estribaciones de Mágina, se dirija hacia el claro bajo de San Isidoro donde al son de un desconsuelo se oscurecerá la tarde por etéreas nubes de incienso y la apacible sumisión del rostro del Flagelado. Celosas de su condición, las hordas romanas se entremezclan con el burgo, entre amarillos y granates, entre mantillas y palmeras, escoltando a la humildad de la gubia de Ruiz Olmos, trasladando a Úbeda a otro tiempo, a otros aires, a otras tierras. Es la estrechez de la calle Montiel fiel testigo de la sucesión de placeres plásticos: ella se convertirá en túnel por donde romanos y penitentes acompañarán a Jesús para mostrarlo en el salón de Úbeda al grito de “Ecce Homo”, “he aquí al hombre”; ella será testigo del anochecer del día cuando los balcones quieran rozar la columna a la que Jesús va atado y las paredes desaparezcan entre el hechizo embriagador de celestiales aromas mundanos; en ella resonará el eco de timbales y tambores salidos del aposento de San Juan de la Cruz, en ella sonará la Buena Muerte de Cristo a la que Úbeda guarda sus mejores estampas, sus mayores silencios: esa manera plausible de hacer oración antes de que el Jueves se escriba en el libro de historia de la ciudad.

VIERNES SANTO

El Viernes es mucho más que la prestancia presentada ante Pilatos en el Molino de Lázaro donde la música y el movimiento se suceden en intervalos de deleites y delicias para los sentidos; el Viernes es mucho más que una vuelta a casa tras la sentencia a la cruz entre melodías y silencios; el Viernes es mucho más que la serpiente de luz y purpúreo de un guión histórico y legendario camino de Santa María; el Viernes es mucho más que la espera de un rayo de luz iluminando la cara del Nazareno mientras el Miserere ahoga las aflicciones y los recuerdos de un pueblo y su diáspora; el Viernes es mucho más que la eterna caída carmelitana acontecida exclusivamente para volver a levantarse; el Viernes es mucho más que un calvario renacentista a los pies de San Juan de Mata y el varal cansado y destemplado del palio de los Dolores; el Viernes es mucho más que un regazo angustioso recibiendo a la muerte tras su descendimiento de la cruz; el Viernes es mucho más que el eterno tiempo de espera entre Santa María y San Millán, de calles vacías esperando volver a la plenitud; el Viernes es mucho más que una Soledad que huele a barrio, a barro y a saeta y a hombres sencillos y a amores inmensos; el Viernes es mucho más que la magnificencia de una catequesis plástica única y exclusiva de un pueblo sabio y respetuoso con su historia; el Viernes es mucho más que la fría lápida marmórea que recibe el cuerpo inerte del hombre. El Viernes es vivir cada minuto como si fuera el último pues el silencio apagado de los últimos tambores en Santa María someterán a las conciencias al peor destierro que Úbeda puede llegar a sufrir.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Madrugadores cohetes anuncian que la Semana Santa aún no ha terminado: el rojo y el blanco pregonan que el momento álgido para todo cristiano ha llegado. Es hora de desplazar la rueda de piedra que selló con un estruendo la algarabía de los corazones en la oscura noche del Viernes Santo, de vestir los últimos atuendos festivos que se guardaban en el armario y echarse a la calle para celebrar la Resurrección. En San Nicolás, tal y como empezaba, empieza a morir la Semana de Pasión cuando el Cristo Triunfante del maestro Palma Burgos atraviesa el dintel gótico que se abre al último recorrido, al último itinerario, a las mismas calles de siempre que quedarán huérfanas de inciensos, de sones y bellezas. Himnos de gloria, himnos de paz, la última despedida de la Plaza Vázquez de Molina donde Cristo Sacramentado, instantes después, iluminará el renacimiento con el oro de la nueva alianza, el último paso por Real, Rastro, Ancha, Nueva y Corredera; la última marcha real, la última María que embriaga las razones con ese trocito de cielo inmerso en su mirada; la última puerta que se abre, la última puerta que se cierra; el último penitente que se esconde en su hogar.

Úbeda descansa, arrellanada en el sosiego del hogar, disfrutando de cada segundo soñado que se hizo realidad en el transcurso de los últimos días, deleitándose en los últimos reflejos esculpidos en la retina que, pasadas unas horas, formarán parte de los recuerdos guardados bajo llave en el baúl de la memoria. Úbeda descansa. Úbeda emprende el largo viaje de sus vísperas.


(Publicado en el libro de horarios de la Semana Santa de Úbeda 2011)


lunes, 25 de abril de 2011

Un cautivo, el Nazareno y un crucificado



En algún libro leí o en la calle escuché o en mi cama soñé aquel dicho que describe una Semana Santa como plena, completa y cerrada a aquella que entre sus imágenes dignas de devoción o procesionales cuenta con un Cautivo, un Nazareno y un Crucificado. Este dicho toma cuerpo y veracidad en esas grandes capitales que presumen de ser el ombligo del mundo en el primer plenilunio de la primavera: en Sevilla, entre crucificados y nazarenos, no sabría escoger el de mayor importancia o aquel que ostenta un mayor número de rezos y plegarias a lo largo del año, quizá porque no sea objetivo en un tema tan subjetivo como este, pero a todas luces y luminarias sobresalen de entre esa amalgama de barroquismo Jesús del Gran Poder como nazareno “tipo” y el Cachorro como crucificado “tipo”.

Ahondando un pasito más. Cada pueblo en el devenir de sus días, no sé si existirá alguna excepción, ha mostrado mayor devoción, mejor dicho, ha encauzado toda las devociones hacia la imagen de un crucificado, cautivo o nazareno. El ejemplo de Sevilla quedó claro pues de las dos imágenes anteriores a todos nos viene a la mente la imagen de ese nazareno moreno que llaman Señor de Sevilla; en Málaga en una primera mirada nos vamos al Lunes Santo para ver las lágrimas y flores surgidas al paso del Cautivo; en Jaén no habría duda aunque si la hubiese el Abuelo nos la resolvería en un abrir y cerrar de ojos; en Madrid nombramos al Cautivo de Medinacelli y podríamos seguir con dos o tres mil ejemplos más aunque para no extenderme en demasía necesito hablar de Úbeda.

Vivimos en una ciudad sin Cautivo, apéndice que nos desplaza de esa selecta comparsa de historias poseedoras de estas tres imágenes de Cristo; presumimos de tres Crucificados y entre ellos, a mi modesto modo de ver, emerge el recogimiento, la oración y la belleza que el maestro Palma Burgos nos entregó para la noche de Martes Santo; y por los siglos de los siglos llevamos dejando nuestra cruz sobre el piadoso hombro de un Hombre al que Úbeda llama Jesús. Por lo tanto, al carecer de una premisa (el Cautivo), la sentencia a la que nos referimos nos da la patada por respuesta: no estamos completos, nuestra Semana Santa no es plena, ni imaginemos por un instante que todo está consumado.

No nos rasguemos las vestiduras con el resultado: primero porque la tesis no ha sido elaborada bajo la censura de un auténtico método científico-semanasantero, y segundo porque el ubetense no necesita de adulaciones extranjeras, foráneas y/o exóticas para creer en la Semana Santa perfecta. Lo nuestro ha sido, es y será lo mejor, diga quien diga y caiga quien caiga. Preocuparnos deberíamos, sí, por ejemplo de la pérdida de nuestra identidad.

Se abrirá Santa María y Jesús volverá al lugar de donde nadie debió estar desterrado tanto tiempo. Y volverá Jesús, y no hablaré nada más que de Él, porque toca reflexionar sobre la imagen que durante los siglos de nuestra historia ha aglutinado la devoción cristiana en Úbeda. O el punto cardinal que nos marcaba el norte ha rotado o Úbeda se desboca, perdida en caminos y sendas señalizadas con otros signos. Durante siglos hemos guardado en algún cofre de algún rincón de nuestra casa una túnica morada, y aun sin haberla descubierto y haberle quitado las arrugas y el olor a rancio ha llegado la madrugada del Viernes y nos hemos enfundado el alma con esos ropajes, hemos desayunado envueltos en incienso con un rosco y un trago de anís; hemos bajado sin tulipa por la calle Real para reencontrarnos con Él, para reencontrarnos con nosotros mismos, para descubrir el único momento en el que Úbeda, y nosotros, ubetenses, ha sido fiel a su historia, a su costumbre y al verdadero sentir cristiano que deja de ser individual para en individualidades sentirse plural y único. Cuando muera nuestra memoria, esa que no siendo cofrade es de Jesús, cuando la diáspora ubetense desaparezca de la Plaza Vázquez de Molina momentos antes de las siete de la mañana, cuando esa plaza tan nuestra se vaya quedando vacía de silencios y rezos, de lágrimas y suspiros, y se vaya llenando de risas, jolgorio, resacas, coletazos de insomnio y falta de respeto, entonces, los que vemos la salida de Jesús como el termómetro de la salud de nuestra Semana Santa, tendremos de qué preocuparnos. Y últimamente, si pienso en mis años de chiquillo y los comparo con los actuales, me desvela y me entristece cuando en vuestras mañanas, que hice mías como acérrimo ubetense, llego a mi encuentro con Jesús y no encuentro problemas ni obstáculos para coger el mejor lugar para ver su salida.

¿Se pueden poner soluciones a este despojo que Úbeda y los ubetenses hacen de su pasado y sus costumbres y sus sentimientos y sus devociones? Si la respuesta la encontramos en cambios superficiales, en olvidar las ruedas y acordarse de costaleros, en inventarse músicas donde ha reinado siempre el silencio e importar menudencias que sólo pueden brillar como el oro en otros contextos y en otras hermandades, entonces andaremos (hablo en primera persona del singular porque me siento Jesús) despistados.

Esta cofradía de Jesús, la vuestra y la que debe ser de todo ubetense, es Úbeda en Semana Santa, como el Gran Poder es Sevilla en su Semana Santa, o el Abuelo es Jaén. Úbeda no será más Úbeda un Lunes Santo, o en el Desconsuelo del Jueves Santo, o en el Molino de Lázaro que abre la madrugada; no, esos momentos son apéndices de un busto tallado, a base de historia y respeto, todas las mañanas de Viernes Santo, todas aquellas en las que hemos esperado ese rayo de luz iluminando la cara de Él, en las que nos hemos emocionado con un Miserere sonando entre clamores de gorriones y vencejos, en las que han brotado lágrimas de destierro en los ojos tristes de nuestros emigrantes, todas aquellas mañanas llenas de silencios en las que Úbeda ha dicho, por los siglos de los siglos, hágase mi Semana Santa.

No está en vuestra mano, hermanos de Jesús, volver hacia atrás esta evolución/involución que nuestra Semana Santa lleva sufriendo desde hace algún tiempo atrás. Sólo podéis llegar a ser los únicos testigos de lo que fue y nuestros antepasados quisieron perpetuar como el instante idóneo donde el ubetense, en Semana Santa, debe decir Amén. Si esto ocurre y las siete de la mañana del Viernes se torna en un momento más ocurrido en siete días, de nada servirá que Úbeda tenga un Cautivo, un Nazareno y un Crucificado porque en vez de estar plena, completa y cerrada, se habrá vaciado de todo lo esencialmente trascendente que nos queda.

(Publicado en la revista Jesús 2011)

martes, 4 de enero de 2011

¿Quién puede ser feliz?



Llegar a la plena felicidad no es posible en este mundo. Quizá consigamos aprehenderla en otro, pero en este… quimérico, irreal, ilusorio: felicidad: concepto propio de la más real utopía.

No puedo confundir la felicidad con el confort de una tarde de invierno arrellanada al calor de un brasero, acurrucado en el hombro de Tony mientras vemos como Gabriel se afana en apagar y encender el televisor, o en escalar el mueble, o en pulsar los mil botones de los mil juguetes que campean por el suelo del salón; o cuando se me hincha el corazón al escuchar su léxico de infante mientras va señalando con el dedo las letras sin significado impresas en la página del libro que su padre se afana en intentar leer en los paréntesis de silencio que los juegos de su hijo van dejando como tréboles de cuatro hojas tan difíciles de encontrar. Ni siquiera puedo ponerle el nombre de felicidad al silencio y a la soledad que tanto busco y que se alían conmigo en las últimas horas de la noche para cruzar la frontera de la vigilia y el sueño, a través de ese profundo mar en el barco invisible de la lectura y la pereza. La felicidad no es una noche de Nochebuena enmarañada entre afectos y lazos familiares, entre cantos y villancicos, entre desmesuras y marisco; ni la algarabía tras los primeros segundos de un nuevo año, ni la exaltación de la amistad de la primera noche del año, ni el alcohol que nos hace mentir y creernos más amigos y mejores personas. La felicidad no es el éxito, ni un coche nuevo, ni la primicia de un nuevo amor con todas las cosas buenas que en ese hecho cobran forma; ni la llegada de la Semana Santa, ni las vísperas de ésta; ni los instantes previos de carnaval, ni los instantes previos a la apertura del telón del teatro Ideal, ni oír en la voz de Manolo Madrid el nombre de tu comparsa tras ese “y primer premio”; ni ver atardecer desde el Mirador de San Nicolás. La felicidad está compuesta de estas cosas, de estas pequeñas cosas, de estos grandes instantes; pero la felicidad sólo puede existir, así, “per se”, sin la consciencia de haber saboreado esa felicidad en un mundo donde no se puede ser feliz: donde se nos impide, se nos prohíbe, donde debemos no ser felices: no debo ser feliz de tener un trabajo digno cuando, de camino a este, transito entre almas de hombre negros ahogadas de frío y cansancio, que van andando con una casa en sus manos y un feliz y lejano recuerdo en su corazón; cómo puedo ser feliz si intuyo el mal que el hombre inflige al hombre en cualquier rincón de este absurdo mundo; cómo puedo ser feliz mirando a Gabriel mientras duerme sabiendo lo que me rodea, lo que le rodea, lo que le rodeará y la impotencia de imaginarme no poder estar allí; cómo puedo ser feliz si cada mañana siguen cerradas miles de camas de hombres parados que han perdido la ilusión y las ganas de encontrar un futuro mejor vedado por un gobierno y un presidente incompetentes, prepotentes y absurdos en la situación actual de España.

Llegar a la felicidad plena no es posible en este mundo, no es moralmente posible en este mundo. Es más, uno no puede llegar a ser feliz sabiendo que hay personas que ahora mismo son felices, gritando y publicándolo a los cuatro vientos.