martes, 27 de junio de 2017

En la puerta del verano


Ya ha saltado el Levante, o el Mistral, o la Tramontana, o el Terral, o el Siroco; vamos, que hace un aire de mírame y no me toques. A pesar de eso te toca compartir metro y medio cuadrado de playa con dos o tres sombrillas más. En una de ellas conviven sorprendentemente tres matrimonios, la abuela y siete inocentes infantes que no cejan en su empeño de convertir la playa en una pista multideportiva en la que cualquier deporte practicado viene con su ración de arena de playa lanzada al viento. Arena que, por muy cerrada que esté la bolsa de las patatas Urbano que te has llevado del terruño para momentos de morriña lomera, se impregna en las patatas, en las orejas, en los ojos y en las partes más escondidas que puedan esconderse. Eso no hace inmutarse a una señora rubia que, dando vueltas como un cochino segoviano sobre la butaca, ha pasado del color pajizo pascual a rojo pimiento del piquillo; y ella tan fresca, no como tú que en un descuido te has quemado el empeine del pie y ya esperas una noche de insomnio entre el calor, el dolor y los mosquitos; y estos están en la playa, en la montaña o en cualquier lugar del planeta donde dormite una persona en fechas vacacionales. Y luego la cerveza. ¿Fresquita? Ni pensarlo, en cuanto el camarero la deja sobre la mesa y antes de llevártela a la boca, ha perdido el gas, el vaso ha sudado toda frigoría y eso ya parece el caldo de los caracoles de la tasca que hay frente a tu casa. Estas y otras historias a lo largo de siete o quince días. Y habrá gente que lo pase bien, no lo ignoro, entre ellas la señora rubia con síntomas de sardina en espeto; pero también se está bien en casa, en esa Úbeda que amanece apostada en la calle Montiel entre el trasiego pausado de los primeros que vienen a oír misa en el convento de las Carmelitas Descalzas, o sentada en los bancos de la plaza 1º de mayo mientras la torre de San Pablo deja los marrones y verdes para señorearse de bronce y oro al abrigo del primer sol del día; o mi plaza de Los Caídos, la del Ayuntamiento, en la que suelo arrellanarme las mañanas de los domingos con un libro en las manos, acompañado de los vencejos y la soledad que la historia me brinda, mientras espero que Santa María abra sus puertas para la misa de diez. Y las noches mágicas ante el mar de Mágina, las sesiones de cine en el coso de San Nicasio, con una cerveza helada en la mano y una berenjena sin aditivos sobre un plato de plástico; el fresco en las plazas de Carvajal, de Santo Domingo, o en los miradores de San Lorenzo; o un litro fresquito en la Cava, con sus Palomares y unas pipas de plantón; y las casa-puerta de las calles abiertas con sus vecinos de siempre en las tertulias de antes. En Úbeda el verano tampoco es tan colérico, solo hay que saber encontrarlo.

Tengan buen verano. Me quedo esperando al señor José Carlos Sanjuan Monforte. Felices vísperas.