domingo, 25 de diciembre de 2016

Cuarta vía

Que no te ciegue la luz tras la sombra,

que las esquinas no sean estorbo,

que el mañana no sea quien escombra


y que sacudan tus pasos el polvo.



jueves, 22 de diciembre de 2016

Tercera vía


Creo recordar que me has besado;

sentí en mi piel tus manos de espuma

y tu salobre agua en mi costado.

Aromas del pasado: viento y bruma.

Foto Juan Carlos Álamo Álamo

martes, 20 de diciembre de 2016

Segunda vía

Ruin distancia. Te alejas. Te mudas.

Aurora volátil es tu horizonte;

ilusión plúmbea de un nuevo Judas,

zahorí sin suelo. Mar sin Caronte.

Foto Juan Carlos Álamo

lunes, 19 de diciembre de 2016

Primera vía

Este verano recibí una llamada del artista ubetense Juan Carlos Álamo. Estaba enfrascado en la maquetación de unas fotografías que iban a formar parte de un ilusionante proyecto. Me ofreció la oportunidad de poner palabra a la imagen y disfruté mucho componiendo versos en las noches de verano, bajo un cielo agujereado por estrellas y envuelto en el silente bisbiseo de la brisa calma de la oscuridad estival. Previo permiso del autor doy salida a estos humildes serventesios a golpe de imagen. 


Sigue esperando. No llega el tren
al andén de su mohína oscurana.
Él marchará, montado en su corcel;
tú seguirás cerrando la ventana.
Foto de Juan Carlos Álamo Álamo

martes, 8 de noviembre de 2016

Falta de deberes


Querido docente (docenta no entra ni con tinta y queridas sois también todas las docentes). Como si no hubieran tenido ustedes suficientes trabas y dificultades a la hora de llevar a cabo sus funciones, desde que nuestra ralea política se empecinara en crear nuevas leyes educativas para romper otras que ya habían suprimido las anteriores;  como si no tuvieran que jugar constantemente a ser magos y funambulistas en nuestros colegios, replanteando presupuestos porque el dinero proveniente de la Administración nunca cumple los plazos previstos; como si no bregaran día a día con ratios superiores a las estipuladas en esas cambiantes leyes educativas, como si no tuvieran que ver mermado el número de compañeros un curso sí y al otro también. Como si no tuvieran que recordar todas sus mañanas que la puntualidad es un requisito indispensable para el correcto funcionamiento de sus clases; y decir que el descanso es un derecho fundamental de todos sus discentes; y la alimentación básica de un niño no se basa en bollería industrial; y que los conflictos se solucionan con el diálogo; y tantas y tantos que no debieran ser su responsabilidad y que por amor a su trabajo realizan.

Como si no tuvieran suficiente, ahora, desde la Confederación de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos, se atenta contra su trabajo, programando los fines de semana del mes sin el trabajo de los llamados deberes. Se atenta contra el papel de líder que el maestro se ha ganado en el devenir de nuestra española historia, porque, por lo visto, nuestra educación falla porque a los niños se les encomienda la tarea de ser responsables durante un pequeño tiempo en sus hogares; porque olvidamos que los deberes lo son para ellos y nunca se han prescrito para los padres.
Y argumentan con el paradigma nórdico de educación, sin conocer las variables que lo hacen posible y las nocivas consecuencias que plantea su desarrollo. Argumentan eso que llaman asignatura del tiempo libre, cuando robamos ese tiempo libre con infinidad de actividades extraescolares que saturan a nuestros hijos, cuando los dejamos bajo la educación libre de la televisión y las nuevas tecnologías.


Mis respetos hacia su trabajo, querido docente. Yo creo en los deberes. Quizá el fallo resida en la falta de deberes en esos padres que promulgan ese amenazante #NoalosDeberes.

jueves, 9 de junio de 2016

Escenarios de quebranto


En estas largas tardes de junio, cuando el sol se apodera de todo: de la paciencia ante lo interminable, del cómodo cansancio sin recompensa; suelo sentarme en un banco de esta Úbeda recatada, con un libro entre mis neuronas y los juegos de mis hijos alrededor de su padre. Frente a mí, una vieja -como todo lo que constituye esta ciudad-, una vieja pared encalada, salpicada de retazos de adobe que el tiempo ha pintado en esa sucia pared, se convierte en el escenario por donde desembarcan, actúan y desaparecen ciertos personajes que desconocen el papel protagonista que mi atenta observación y mi mentefactura les concede.

Juan, Miguel y Ricardo apenas han atravesado la línea indeleble de los dieciocho años. Entre litros de cerveza y humo de marihuana esperan a la llegada de la Luna, discutiendo mientras tanto dónde seguir privando siempre que puedan permitirse comprar algo más de alcohol. Asomados al muro que sostiene la calle donde se encuentran, alguna vez han visto, sin pararse a observar, el lento deambular de Paula. Paula viste vestido enlutado, con zapatillas de paño y miles de varices en sus tobillos, tiene el pelo grisáceo que ella misma peina cada mañana. Ha cumplido ochenta y dos años y, como cada tarde, a la llegada de sus hijos tras la jornada laboral, abandona sus pisos y se dirige a su pequeña casa, tras un largo día al cuidado de sus nietos. Paula tiene una pequeña pensión que sirve de apoyo a su hija Amparo. Juan es el marido de Amparo, la hija de Paula. Todos los martes come fuera de su casa, en el bar del cruce que se ve desde este banco. Los martes y los días que se escapa con un billete en el bolsillo. Juan lleva ocho años parado y está hastiado de que todos sus días sean como los martes de asueto cuando aún trabajaba de camarero en algún bar. Amparo, su mujer, siempre los martes, y los días que llega a casa tras las dos horas de duro y mal pagado trabajo en la empresa de limpieza donde trabaja, y no encuentra a su Juan en casa, pasa por la pared acuarelada, camino del bar donde Juan, ya en la ventana, apura otro cubalibre y otro cigarro, apenas sostenido por sus beodas piernas. Tras largas discusiones, Amparo vuelve a desandar el camino y con lágrimas en los ojos mira, pero no observa, a Juan, Miguel y Ricardo tras oír el ruido que la chapa de un nuevo litro hace al caer sobre el asfalto a dos metros de ella.

Ahora, que pronto se encuentra el verano, una legión de actores secundarios ameniza la obra teatral que se desarrolla ante mis ojos. El butanero, recientemente divorciado, aplastado por el peso de la jornada, alargando la vuelta a casa por allí para así poder ver a sus hijos jugar; el desahuciado, también hijo de Paula, camino del hogar de su madre; la viandante impulsiva en su caminata vespertina, con su pañuelo en la cabeza, escondiendo las secuelas de las sesiones de quimioterapia, descontando los días que quedan para marcharse a su retiro de verano. Y todos, todos, con una historia que contar, con una historia que observar.

Esta tarde han tapiado la cal de la pared. Como forillo de mi teatro han dejado clavadas sobre el muro unas tablas de madera que servirán como soporte para los carteles que los partidos políticos pegarán como comienzo de una nueva campaña electoral. El morado, el naranja, el rojo y el azul romperán con el acalorado color de estas tardes de junio. Y las caras de sus líderes me mirarán, sin observar, con sus convincentes miradas. Y seguirán paseando sobre las tablas de mi teatro Paula, Juan y Amparo; sin pararse a mirar esos carteles que en dos días sufrirán las acciones vandálicas de los chicos de la cerveza. Y las caras de Mariano, Pedro, Pablo y Alberto seguirán ajenas a la obra teatral que en cada calle, en cada rincón, en cada casa de España, es escrita y dirigida por la pobreza, la falta de educación, las condiciones laborales y el abandono en el que nos tienen sumidos.


¡Si Luis Buñuel levantara la cabeza! ¡Viridiana sería nombre de tango!

jueves, 5 de mayo de 2016

Fracasos de Úbeda



La Real Academia de la Lengua Española define el vocablo <fracaso> de los siguientes modos. 
En primer término nos lo describe como “Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio”; definición que, como anillo al dedo, describe todos aquellos grandes proyectos que en Úbeda se han venido novelando desde que tengo uso de razón: fracasos como la dinamización y adecuación de las Eras del Alcázar, germen de las calles que pisamos y las gentes que hoy somos; fracasos como el de Padilla, Pizarro, Sánchez, Robles y, hasta que no se demuestre lo contrario, Olivares, en la modernización del Mercado de Abastos (modernización que, conforme al ritmo seguido, será más una resurrección lazariana o un truco coperfiliano); o el continuo fracaso que supone seguir observando, a pocos metros sobre nuestras cabezas, la telaraña eléctrica que se empeña en no ser soterrada a pesar de todos los pesares sufridos y pagados. 
La RAE, en segundo término, nos dice que fracaso es un “Suceso lastimoso, inopinado y funesto”, tal como la tropelía llevada a cabo en la que fue Cárcel del Partido; o en la Colegiata de Santa María, ahora Basílica Menor; o el segado y despeje de vegetación  de la Plaza Vieja; o la retirada, por motivos maquiavélicos, de las placas que quisieron hacer realidad Mágina en su espejo ubetense; o ese parque malcriado junto a la Avenida Cristóbal Cantero que estuvo tanto tiempo en construcción que hasta las sombras se cansaron de crecer. 
En una tercera enunciación, los académicos, estipulan que fracaso es “Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento”; y sin estrépito pero con rompimiento aparente se nos cae Santo Domingo, San Pedro y el interior de cada uno de nuestros vetustos templos y edificios; nos engalanan las ruinas del antiguo cuartel de la Guardia Civil, frente a la débil piedra del Convento de Santa Clara; se parte en dos la fachada del Hospital de Santiago por la bella grieta de un laurel sobrevalorado; y nunca sabremos del estrépito de las piedras cayendo al Guadalimar porque nos queda lejos el puente de Vandelvira por el que San Juan de la Cruz se precipitó a morir en estas calles oscuras del alma. Y todo es un fracaso porque aquí somos de esos seres a los que el refrán “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” es deber del vecino y del ajeno. Y ya, los plazos, se van quedando sin prórroga.
Por último, la RAE, inserta una definición propia de la rama de la Medicina, la cual nos argumenta que fracaso es “una disfunción brusca de un órgano”. Ya se sabe que en Medicina todo tiene solución menos la muerte. Esperemos que la disfunción del pueblo ubetense no sea tan brusca que ni una pastilla de amor propio nos dé esperanza para seguir respirando que nos importa Úbeda.



lunes, 21 de marzo de 2016

Cruzar la puerta. (Prólogo de la revista Gracia Nuestra 2016)


La Misericordia de Dios. Es infinita, eterna y pura. Él es el ente misericordioso por antonomasia. Él es Misericordia porque en Él está la Misericordia.

¿En qué falla el ser humano en el camino de encontrar la misericordia que él mismo demanda? Aprehendiendo a Dios llego a entenderlo despojado de todo. La complejidad de Dios se exhibe en la pureza y candidez de su Humildad. Encarnado perdonó a nuestros ojos, cuando en su omnipotencia podría haber rehuido de la carne y de la sangre, de la voz y de la palabra; puede perdonar y lo hizo de una forma tangible, humana y llena de Amor. Un acto de Misericordia divina: hacerse Hombre y en esa igualdad, con los pies en la Tierra, mirar a los ojos al hombre y dejar preñado el aire con el vocablo perdón.

El perdón surge entre iguales: perdona el alma y se perdona al alma: alma: mendrugo de Dios en el mundo. No se puede perdonar la diferencia; y caemos en el desatino de llamar diferencia al error. Tampoco se puede perdonar desde la vestimenta artificial que el hombre se ha echado sobre los hombros: no perdona la izquierda la “ofensa” de la derecha, ni el maestro la “pifia” del estudiante, ni el padre el “garabato” del hijo, ni el cura el “despiste” del cristiano. Para perdonar, así con mayúsculas, hay que despojarse del “hombre” y desnudar al hombre con la piel de Dios.

Vagamos en un mundo de etiquetas. No somos nadie si no pertenecemos a un grupo, si no nos posicionamos a un lado de la balanza allá donde no debe de haber platillos donde arrellanarse. Dejar de ser distinto es una utopía, desde luego; y olvidar la identidad que en nuestra alma subyace desde nuestro primer grito es lo que aumenta nuestras diferencias.

El Año Jubilar de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco, en el que estamos inmersos, es una oportunidad –para ti y para mí- de volver al principio. Es el momento idóneo para mirar nuestras manos, nuestros ojos, oír nuestra voz, escuchar nuestras palabras, observar el camino que desandan nuestros pies y el horizonte que se abre delante de ellos, respirar el mismo aire de siempre y sentir que los vientos no obedecen al velamen de ningún navío. Es la oportunidad de emular a Dios: bajar del Olimpo al que nos hemos postrado y vestirnos del hombre denostado por la sociedad en la que vivimos. Es la oportunidad de sentirnos hombres estando rodeados de hombres: olvidar letreros, colores, vestidos y demás parafernalias sociales. Es hora de mirarnos a los ojos, de mirarnos el alma. Es en ella donde reside nuestra identidad y a la que solo le debemos un perdón.


Es hora de dejar de perdonar la diferencia y perdonar el error que nos llevó a sentirnos diferentes. Cruza la puerta.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Miércoles de eterna espera


Entre un segundo y otro, hoy, principia a abrirse un abismo temporal en la circunferencia del reloj ubetense. El tic tac de las manecillas se amplifica, apoderándose paulatinamente del interior del alma. Retumban los armarios donde quedaron desterradas las túnicas, los capiruchos y nuestras medallas; dejando escapar en cada golpeteo un retazo de incienso que quedó atrapado entre las hebras de sus tejidos: remembranzas de un pasado que vuelve a vestirse de presente, con las prisas y la ansiedad de un futuro que tarda en hacerse tiempo tangible, audible, visible. Hoy son espadas los repiques de los tambores nocturnos que se empeñaban en no quedarse mudos; hoy el viento nos acerca los lamentos eternos del Viernes Santo. Hoy el tiempo se dilata, se engrandece, nos ahoga y nos mata. Entre cada segundo nos quedan mil instantes en los que el recuerdo se cuela, trayendo entre sus manos la infancia de nuestras semanas santas, donde solamente fuimos y donde nos cuesta colocar lo que hoy somos y la tristeza de saber qué es lo que seremos. Hoy, entre cada segundo, hay un instante invisible en el que se abren las puertas de nuestros templos para sembrar las calles invernales de la primavera primera que la de Parasceve nos anuncia. Y trazamos en nuestra Fe el perfil de nuestras vírgenes, la silueta de nuestros cristos; esculpimos, con nuestros labios, besos divinos; escribimos, con nuestras oraciones, profundas poesías, sin papel y sin tinta, emulando la mística de San Juan y Santa Teresa.

Es Cuaresma: siempre llega. El peso de las manecillas del reloj aumenta con la gravedad de nuestras querencias y con el espacio entre los segundos. Y el tic tac nacido retumba en esta ciudad que empieza a tener todo el tiempo posible para vestir elegante el Renacimiento de su piel y la Noche Oscura de sus noches.

Hoy somos más conscientes de la eterna espera en la que vivimos. Hoy es Cuaresma. Escuchad sus latidos. Tic tac, tic tac, tic tac.


Felices vísperas.