Entre un segundo y otro, hoy,
principia a abrirse un abismo temporal en la circunferencia del reloj ubetense.
El tic tac de las manecillas se amplifica, apoderándose paulatinamente del
interior del alma. Retumban los armarios donde quedaron desterradas las
túnicas, los capiruchos y nuestras medallas; dejando escapar en cada golpeteo
un retazo de incienso que quedó atrapado entre las hebras de sus tejidos:
remembranzas de un pasado que vuelve a vestirse de presente, con las prisas y
la ansiedad de un futuro que tarda en hacerse tiempo tangible, audible,
visible. Hoy son espadas los repiques de los tambores nocturnos que se
empeñaban en no quedarse mudos; hoy el viento nos acerca los lamentos eternos
del Viernes Santo. Hoy el tiempo se dilata, se engrandece, nos ahoga y nos
mata. Entre cada segundo nos quedan mil instantes en los que el recuerdo se
cuela, trayendo entre sus manos la infancia de nuestras semanas santas, donde
solamente fuimos y donde nos cuesta colocar lo que hoy somos y la tristeza de
saber qué es lo que seremos. Hoy, entre cada segundo, hay un instante invisible
en el que se abren las puertas de nuestros templos para sembrar las calles
invernales de la primavera primera que la de Parasceve nos anuncia. Y trazamos
en nuestra Fe el perfil de nuestras vírgenes, la silueta de nuestros cristos;
esculpimos, con nuestros labios, besos divinos; escribimos, con nuestras
oraciones, profundas poesías, sin papel y sin tinta, emulando la mística de San
Juan y Santa Teresa.
Es Cuaresma: siempre llega. El
peso de las manecillas del reloj aumenta con la gravedad de nuestras querencias
y con el espacio entre los segundos. Y el tic tac nacido retumba en esta ciudad
que empieza a tener todo el tiempo posible para vestir elegante el Renacimiento
de su piel y la Noche Oscura de sus noches.
Hoy somos más conscientes de la
eterna espera en la que vivimos. Hoy es Cuaresma. Escuchad sus latidos. Tic
tac, tic tac, tic tac.
Felices vísperas.