Se hará de noche esta noche. Con un último
suspiro me despediré del palo, de la trabajadera, hasta el lunes mayúsculo que
año a año me ha ido desgastando el hambre y el alma. Diez años de aprendizaje,
de aprendices y maestros, de hacerse valiente perdiendo la cobardía en lunes y
viernes sembrados de dudas y respuestas. En tu parihuela me has hecho un
verdadero costalero, de esos que te aman más que al racheo y la mecida; me has
hecho hermano de mis hermanos, amigo de mis amigos, y enemigo de nadie. A tu
parihuela llegué como un mercenario y salgo convertido en una acuarela azul y
blanca, pintada sobre el papel de un barrio, de una casa y de una familia. Era
de la madrugá y descubrí un lunes festivo, glorioso y eterno; con otra madrugá
menos silenciosa, con otra madrugá menos dolida. Fui de tu parihuela, soy de tu
parihuela y, por más que la madera no llegue a mis sentidos, seré de tu
parihuela, de tu ausencia en los ensayos, del querer llevarte encima.
Aún recuerdo el primer día, y no es porque
ahora suene bonito, me trataste con más cariño que a ninguno; y es que a
ninguno conocía. Me brindaste un sitio, me diste voz, me diste mando, me diste
a tu capataz y a tus contraguías. Así, con esa generosidad desprendida, solo
pude solo hacer que solo enamorarme perdidamente de tus cosas, de tu vida, de
tu día a día. Día a día que viví, que medio vivo y que seguiré viviendo, porque,
de otro modo, quiero seguir gozando de tu compañía. Aún recuerdo el primer día:
entraba como costalero; salgo como un alma herida de tanto aguantar el costero,
de tanto gritar “más paso, menos mecía”. Pero salgo de tus ensayos, no es el
último de nuestros días; nos queda un lunes mayúsculo, nos quedan mil con otras
pintas.
Se hará de noche esta noche. De diez años
será la definitiva: la más triste, la más callada, la más silenciosa y amarga,
la de la despedida. La última espera del Lunes, aún bajo ese manto donde gané
tanta vida; de donde siempre intenté ser el último en salir.
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