martes, 9 de septiembre de 2008

Primos... hermanos de aquel tiempo (Para David y Almudena)


No podré medir la distancia que me separa ahora mismo de aquel patio de vecinos que dio luz a mis mañanas, porque desconozco las ecuaciones necesarias, así como sus medidas, para calcular el tiempo; puedo asomarme al mismo cierre que se pasea por mis sueños, conocer la situación actual, verlo desde el cielo lejano de la infancia, pero soy incapaz de medir la distancia que me separa de él, ignorante, como lo soy, del significado que encierran los años, los meses, los días y todos estos términos que alguien inventó para contar lo desconocido.

Puedo asomarme de nuevo a aquel cierre de mi infancia, observando la blancura camaleónica de la clara cal de las paredes de aquel patio de vecinos, recreándome en los quehaceres de aquellas mujeres que alguna vez me acariciaron el cabello mientras hablaban con mi madre, viéndolas tender la ropa o correr las cortinas de la cocina para que sus olores me advirtiesen de la inminente llegada de mi padre; pero veo las mañanas de verano, con aquella luz que hacía aumentar el contraste de las cosas, a través del cierre de la enclaustrada terraza de mi casa, cuando mi tía abría la corrediza puerta de su patio y destapaba la azul y sintética piscina de aquellos veranos, cuando me escondía para que no me viera y alertaba a mi oído porque, tarde o temprano, escucharía aquel lindo “Toto” que brotaba de la garganta de aquella linda niña, reclamando mi presencia a través de aquel cierre para decirme que bajara a bañarme y a jugar con ella. Se medir los juguetes que compartimos porque conozco sus colores, las dimensiones de las habitaciones en las que los compartíamos, el timbre de la voz de mi tío y la eterna sonrisa que conseguía dibujarle en su pequeña cara de niña con mis tonterías de alocado y simpático niño; puedo pesar el amor que le profesé porque en el corazón tengo una balanza con un plato lleno de añoranzas del pasado que solo se equilibra cuando la recuerdo a mi lado, llamándome a todas horas con aquel eterno “Toto”. La tristeza también existe, ahora, cuando no encuentro la medida que me diga si es tarde o temprano, si están lejos o son cercanos aquellos momentos y lugares en los que encontré una hermana cuando aún no era ser Virginia.

Y él, el hermano que nunca he tenido y en el que encontré el único hermano de mi vida, también vino en un tiempo que no puedo medir con esas absurdas medidas temporales, porque aunque aún exista aquel piso de la Puerta del Sol que me vio crecer, tampoco se que adjetivo poner a aquella edad de mi vida en la que lo conocí por primera vez, cuando dormimos las primeras noches, igual que lo hicimos luego a los largo de lo que llaman años, los dos, juntos, en una cama de adolescente que daba cobijo a los sueños de dos niños. Él fue el hermano, incluso el mayor, que siempre quise tener, el que me enseñó a hacerme los nudos en los zapatos por primera vez, quizá porque aún siendo yo mayor que él, esas cosas se aprendían antes en Valencia que en Jaén; como también se aprendería antes a nadar y por eso fue él el hermano mayor que me instruyó en tan notable actividad vital. Con él he pasado las mejores horas, días y meses de mi vida, he saboreado los veranos tal y como lo muestran las películas de veranos en otros veranos del mundo, esos en los que te sientes protagonista de alguna de esas películas de veranos y que quizá cada uno de nosotros hayamos vivido a nuestra manera. Tal vez pude contar las horas, los minutos que iban aconteciendo a través de todos esos kilómetros que nos separaban, toda vez que me acercaba a su vida surcando esa maldita distancia que nos alejaban, pero ahora no se medir aquel ritmo del tiempo, no tengo la virtud de denominarlo lejano o cercano, ahora las mareas de aquel tiempo no existen y la luna quizá no estuvo en plenilunio en ningún verano en el que estuvimos juntos.

Se me olvidó preguntarle a mi abuelo Blas, cuando dormitaba en la antesala de la muerte, si sabía contar el tiempo de la vida, si podía ponerle el adjetivo cercana o lejana a la Guerra Civil o tenía conciencia de los 92 años que había visto pasear por delante de sus ojos; si me lo hubiera explicado quizá podría decir ahora que los inolvidables momentos que pasé junto a vosotros, David y Almudena, tienen una duración eterna o, si por lo contrario, lo que no se olvida es por que fue breve en su momento. Si pudiera medir aquel tiempo del pasado, si tuviera conciencia de su tictac, podría decir todos los años, los meses y los días en que os quise como solo os pude querer entonces. Mientras tanto me conformo con medir los espacios, los colores, los sabores, las risas, los besos y las caricias que os hicieron felices en aquel tiempo que vivimos los tres.

2 comentarios:

Tikyciya dijo...

Me ha encantado esta entrada Medina. Es muy especial y agradable escuchar(o leer en este caso) estas palabras que tú solo sabes darle ese sentido tan especial que tienen. Estoy contigo en lo de "eternamente Toto" xq hoy en día te lo sigue llamando. La vamos a echar mucho de menos, pero seguro que se ha abierto una puerta detras de la que espera una inmesa felicidad juntos.VIVAN LOS NOVIOS!!!

Antonio M. Medina Gómez dijo...

La sangre tira, María, y no puedo negar, ni negaré, que ambos, ellos dos, han sido como mis hermanos. Solo les deseo lo mejor.