jueves, 26 de marzo de 2009

El infierno, o el último derecho del cristiano


La verdad sea dicha: no entiendo, porque me cuesta, porque me duele, porque me entristece, cómo se pueden decir y leer sentencias tan unilaterales en la discusión sobre el aborto. Siendo como soy, no tendría miedos ni reparos a dejar clara mi postura ante este embarazoso asunto del que comienzo a reflexionar; no me costaría trabajo afirmar que tras las primeras doce semanas de gestación ya se habla de feto, y no me dolería gritar asesino a la persona que decide interrumpir el embarazo; por otro lado tampoco me ofendería defender ese libertinaje, que no libertad, en la que cada persona tuviera derecho a interrumpir la gestación sea por el motivo que fuere. No me causaría ningún miedo hablar sin reparos sobre alguno de estos dos extremos, pero en mi naturaleza de hombre racional reflexiono y no encuentro motivos para escoger ninguno de esos dos caminos.

Me quedo con esas circunstancias de las que nos hablaba Ortega y Gasset y que nos van transformando el “yo” en este corto camino de la vida, las que nos hacen pasar del amor al odio en un instante o las que nos libran de apretar el gatillo en alguna ocasión. Porque calculando el peso de estas es cuando podemos desenmascarar el timo que nos acecha en nuestros testimonios. Por eso no puedo decir sí ante la circunstancia de una malformación congénita o de un futuro más cercano a la muerte que a la vida, y no puedo decir no simplemente por egoísmo, confort y calidad de vida. A la vida hay que palparla con las manos y de nada sirve creer entenderla por el simple hecho de mirarla desde el púlpito, ese en el que se encuentra aposentada nuestra Iglesia Católica empeñada en seguir viviendo su “yo”, tras esas inexpugnables murallas que la separan de las circunstancias de la sociedad, y más allá de la sociedad, del ser humano.

¿Aborto si? ¿Aborto no? La respuesta va más allá de la política y la religión, de lo legal y lo divino; aquí no tiene cabida la ciencia ni lo escatológico, aquí deberíamos todos responder bajo la única perspectiva desde la que se puede observar una cuestión tan humana y tan circunstancial: desde el corazón. Me alegro, o me entristezco, no sé como decirlo, por ese cristiano que rotundamente responde con un no, y no dudo que su respuesta, además de tener raíces puramente “divinas”, tenga también mucho de humana. Me alegro, o me entristezco, no sé como decirlo, por no tenerlo tan claro como él y ésta nuestra Iglesia. Pero no me sentencien con la expresión “tú no eres cristiano”. Lo soy, sí señor, sólo que soy uno de esos hombres que se afierran al último derecho del cristiano: el infierno.

1 comentario:

Perikiyo dijo...

Delicado asunto el que nos ocupa, amigo "Medi". Eres valiente.
Pero en cualquier caso, opino que Dios es Padre y no Juez. Un padre no mandaría a su hijo al infierno.
A veces esos miembros de la Iglesia que mandan en ella, deberían reflexionar sobre eso y no erigirse en Jueces portavoces de la Divinidad... pero claro, ellos no son padres.
Que digan lo que piensan, pero que no ordenen qué deben pensar los demás, porque a veces hablan sin conocimiento de causa, creyéndose poseedores de la verdad absoluta.
Ninguna verdad es absoluta.
Por eso este asunto es tan delicado.
Un abrazo.