jueves, 16 de abril de 2009

Silencios que duelen


Hay momentos en la vida, a veces, que es necesario aferrarse con todas nuestras fuerzas a la baranda de nuestro corazón y, sin miedo, asomarse al profundo abismo de nuestros sentimientos; hay que mirar hacia abajo, con los pies en la tierra y marearse con lo profundo, sin que las volubles nubes de nuestra razón despisten nuestras lágrimas. Otear este horizonte vertical de las entrañas y, sin miedo, empezar a caminar por esos angostos caminos que al andarlos ya se tornan en olvido. Y ahora navego en un barco que surca unas aguas que no son suyas, porque el tiempo que tuvo que soplar en sus olas ya pasó. Porque me siento un ser anacrónico cuando comienzo a deambular, ahora, entre la tinta de la cuaresma, porque soy un recuerdo mal vivido de una historia que acabó en el mismo momento en el que el miedo no me dejó escribir lo que ahora escribo.

Miedo a desvestir un presente para ataviarlo con las transparentes telas del pasado, a sellar una nueva última carta con el lacre de mis lágrimas, en fin, a decirle adiós a los días de una cuaresma que ya nunca podré repetir, porque no se repetirán los mismos días aunque mis sentidos queden confundidos con el mismo aroma a incienso y la misma ingravidez de mi alrededor. Aprensión a este angustioso paso del tiempo que nos avisa de nuestras arrugas, de nuestras canas, de nuestro cansancio. Y me quedé sin palabras, con tanto que decir y tantas gracias que dar; sin darle un último abrazo a mi hermano costalero, quedándome mudo al no saber valorar la voz que guiaba mis pasos, dándole la espalda a un mundo que siempre tuvo un rinconcito en los anaqueles de mi pasión; y es que sentí miedo al mirar con otros ojos, estos que el paso del tiempo me prestó, este mar del Lunes Santo donde nuestros ríos se desnudan, despojándose del agua de todo un año. Fui incapaz de describir el latir de una revirá pues me quemaban ya sus ausencias sobre mi cuerpo, porque ya me quemaba la cera que aún no se había encendido y que ya se prestaba a ello. ¿A quién le importaban los duelos de mi silencio? ¿Para que emponzoñar otros momentos que no eran los míos?

Por eso me quedé callado, soñando con mi Semana Santa, con mi Lunes Santo, añorando una cuaresma que se escapaba entre los dedos, mientras escuchaba algunas de mis palabras en la voz de una mujer valiente que gritaba pasión en Úbeda. Me callé a Rafa, a Santi, a Blas, a Alfonso, a Antonio, me callé a mi mismo para poder soñarme, me guardé mis gritos para poder llorarlos. Y es cierto que los lloré, puesto que así lo propuso mi presente; y es cierto que lloré los días que tuvieron que partir, con todas sus cosas guardadas en las maletas.

A cada estación que visito me cuesta mucho más trabajo decir adiós, ya sea porque me cansa el viaje o porque tengo la certeza de no volver a ver las mismas cosas y las mismas personas que se han quedado atrás; igual que cada Lunes Santo me va quitando a alguien de mi lado, o me susurra al oído la sistemática pesadilla en la que me destierran a la eterna soledad del capuz. Ante esta certeza del cambio, de la metamorfosis, de la mudanza que hay propuesta en cada Lunes, no tuve más remedio que quedarme en silencio, por miedo a describir algo que algún día desaparecerá, por miedo a reflexionar sobre la tristeza y la lágrima; me tuve que quedar callado, sin decir nada, oteando el horizonte de un nuevo Lunes Santo lleno de incertidumbre y abismos de soledad.

Silencio. Lo que fui. Porque necesité de su alimento y porque así, en silencio, en mi egoísmo, me sacié de mi cuaresma, de nuestra cuaresma, y me asomé a la grandiosidad de mi Lunes, de nuestro Lunes. Porque estas eran las palabras que solo debía decir y que decidí dejar en silencio. Porque para nombrar la tristeza que sentía al despedir otro Lunes, de mi vida, antes de tiempo, decidí quedarme en silencio; y ahora, muy bajito, decirte estas cosas que por fin sabemos los dos: ya no es cuaresma, ya se nos fue otro Lunes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Molina:
Que grande eres artista.
Que no te entristezca lo pasado, porque ganamos un recuerdo, y eso no nos lo quita nadie.
Un abrazo señor Medina

Rafael Martinez Redondo dijo...

Que maravilla hermano!!, pero no estes triste nunca, por que tú como "ella" os haceis más grandes aún cuando asomais por la puerta de la consolación, de tu añorada Santa María, ya queda menos.
Un abrazo como tu corazón, inmenso.

Antonio M. Medina Gómez dijo...

No es que este triste, amigos. Es que soy un nostalgico de la vida. Gracias por vuestros comentarios y sobre todo por vuestra amistad.

José Carlos dijo...

Eres grande Medi.