miércoles, 20 de octubre de 2010

Cuando se cierren las puertas del templo...


...éste quedará vacio.

A través de las junturas de sus puertas seguirán colándose los mismos murmullos, las mismas notas, los mismos inciensos de cada Viernes Santo de las últimas madrugadas; pero en el interior ya nada será igual, porque la fragancia de nuevas flores anegará el espacio de su breve partida y la gloriosa música perpetrada por la bambalina y la barra de palio, acompasada por el racheo exaltado de unos generosos corazones, invadirá cada minuto de silencio imaginado hasta la inexorable vuelta.

Cuando se cierren las puertas del templo, Úbeda se impregnará de Ella.

La tarde, escondida en Mágina, llorará atada al castigo del tiempo, viendo como sus pasos no pueden desandar el crepúsculo mientras en la luna se refleja la mirada dulce, dolorosa y suplicante de Ella. Habrá escuchado el portazo del portón del Molino de Lázaro y el espiritual silencio que se hizo tras su voz, y no podrá dar luz a Su rostro, porque esa lindura se creó para regocijo de tinieblas adheridas a callejones, para jugar con las sombras dibujadas en la historia de paredes con nombre, para ser noche junto a sus hijos, sus pasos y su luna. Porque Ella misma es Luz, y no necesita más lucero que una oración escondida en los labios temblones de una anciana, la suave caricia de una fría mano necesitada de Su tacto, los ríos desbordados que brotan tras el capuz.

No habrá más amor que el de la mano que la llame para coronarla unos centímetros más cerca del cielo, ni miradas más frágiles que esas que serán su guía entre curiosos ímpetus y balcones plenos de pétalos de rosas. Entre amarguras, madrugás y mimos de Mater Mea. Ese amor desprendido de los barqueros de sus penas, que la llevarán de los nuevo a lo viejo, del bullicio al recogimiento, del asfalto al adoquín, de la medianoche al alba, que cruzarán con Ella la frontera del placer, que se agarrarán a sus remos para que el oleaje de la noche no los confunda con sus cantos de sueño, que sentirán rozar el mundo sin rozarlo, que sentirán tocar el cielo sin acercarse, que llorarán cuando el crujir del palio les haga saber que se acercan al final. ¡Ay, su crujido: su cansancio, su alegría, su pena!

Y entre motas de fuego caminará en su trono, derramando amor, caridad, devoción, perdones y pasiones. Levantará ánimos y hará sosegar a las malas conciencias; a su paso brotarán abrazos de mil colores y oraciones de cien corazones, de aquellos que nunca se abrazaron y estos que nunca experimentaron la calma de una oración.

Y cuando su barrio la acoja de nuevo, mostrándole el calor de un hogar sencillo, pensaré como pienso ahora mismo; sentiré lo que no puedo callarme: valió la pena. ¡Sí, hermanos, valió la pena! Mientras brote el amor a su paso, mientras se susurre una oración, mientras unos ojos lloren de alegría, de pena, por arrepentimiento, dando gracias; mientras se haga el silencio en campos tumultuosos. ¡Sí, hermanos, habrá valido la pena!

¡Ay, cuándo se cierren las puertas del templo, y éste quede vacío!

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