miércoles, 29 de diciembre de 2010

Portrait of a summer rain evening

Había dejado el libro abierto sobre el escritorio, boca abajo, previniendo que los momentos derramados sobre esas dos páginas pudieran escapar.


Rorro dormitaba sobre la cama, agotando las últimas horas de la tarde, esperando la luna que diariamente le regalaba un paseo novelesco entre las acacias y los juegos de los niños que se aglutinaban en el parque a primera hora de la noche; mientras veía al contraluz la figura de Laura, postrada en la ventana por la que se colaban las primeras gotas de lluvia de un verano demasiado largo y caluroso. El viento acariciaba los blancos tejidos de las cortinas y el camisón de seda que se ceñían a la piel de su dueña.


Laura tenía los ojos cerrados, con el rostro inclinado hacia el cielo, sonriendo a cada gota que impregnaba sus gestos; abría con violencia las puertas de sus entrañas y en sus mejillas se mezclaban con la lluvia unas lágrimas que contenían en su interior toda la belleza que se oteaba desde aquella ventana: el gris de un cielo ataviado con un arcoiris lejano y medio escondido tras la cortina de agua, el verde opaco de las copas de los árboles de la avenida mecido por los vaivenes de las ráfagas de un viento desvelado por los gritos de septiembre; el rumor de pasos con prisas, de individualidades sorprendidas por una tormenta sin aviso, cobijadas bajo carteras, bolsos o la inútil bóveda de las mismas manos. El fulgor de los tejados cuando los últimos suspiros de la tormenta dejaron paso al póstumo destello del desperezado sol de un caliginoso día que ya languidecía.


Aquella Laura de la ventana desapareció con la tormenta, huyó del contraluz y se adentró en la penumbra de una habitación que iba perdiendo sus formas, sus colores y sus ángulos. Rorro ya no descansaba sobre la cama, se afanaba en el mordisqueo de una pelota junto al escritorio donde Laura se sentó retomando la lectura del final de aquella historia que había quedado olvidada sobre la tibia madera de cedro. Al pronto, con la última caricia acabó su lectura.


Rorro impacientaba, ya se había hecho tarde.


Laura abrió las puertas del coqueto armario donde guardaba sus vestidos. En el espejo del interior se reflejó la blanca luz con la que una pulcra luna iluminaba la habitación.


Ataviada para la ocasión cogió a un Rorro ya desesperado, cogió las gafas de sol que estaban en el aparador junto a la puerta, la abrió, pulsó el interruptor y se fue.


Cuando iba a cruzar la esquina, adentrándose en la calle que daba al parque, miró hacia su ventana: la única de su casa que a esas horas estaba traspasada por la luz incandescente de una lámpara inservible. En la calle aún perduraba el olor a tierra mojada.


1 comentario:

Bee Bits dijo...

Hola!
soy la chica de la foto y que decir...que me siento alagada de servir de inspiracion para un relato tan bello como este =)

a partir de ahora me pasaré por aqui y espero tu visita por mi cajon desastre :)

saludos de una nueva Laura !