lunes, 25 de abril de 2011

Un cautivo, el Nazareno y un crucificado



En algún libro leí o en la calle escuché o en mi cama soñé aquel dicho que describe una Semana Santa como plena, completa y cerrada a aquella que entre sus imágenes dignas de devoción o procesionales cuenta con un Cautivo, un Nazareno y un Crucificado. Este dicho toma cuerpo y veracidad en esas grandes capitales que presumen de ser el ombligo del mundo en el primer plenilunio de la primavera: en Sevilla, entre crucificados y nazarenos, no sabría escoger el de mayor importancia o aquel que ostenta un mayor número de rezos y plegarias a lo largo del año, quizá porque no sea objetivo en un tema tan subjetivo como este, pero a todas luces y luminarias sobresalen de entre esa amalgama de barroquismo Jesús del Gran Poder como nazareno “tipo” y el Cachorro como crucificado “tipo”.

Ahondando un pasito más. Cada pueblo en el devenir de sus días, no sé si existirá alguna excepción, ha mostrado mayor devoción, mejor dicho, ha encauzado toda las devociones hacia la imagen de un crucificado, cautivo o nazareno. El ejemplo de Sevilla quedó claro pues de las dos imágenes anteriores a todos nos viene a la mente la imagen de ese nazareno moreno que llaman Señor de Sevilla; en Málaga en una primera mirada nos vamos al Lunes Santo para ver las lágrimas y flores surgidas al paso del Cautivo; en Jaén no habría duda aunque si la hubiese el Abuelo nos la resolvería en un abrir y cerrar de ojos; en Madrid nombramos al Cautivo de Medinacelli y podríamos seguir con dos o tres mil ejemplos más aunque para no extenderme en demasía necesito hablar de Úbeda.

Vivimos en una ciudad sin Cautivo, apéndice que nos desplaza de esa selecta comparsa de historias poseedoras de estas tres imágenes de Cristo; presumimos de tres Crucificados y entre ellos, a mi modesto modo de ver, emerge el recogimiento, la oración y la belleza que el maestro Palma Burgos nos entregó para la noche de Martes Santo; y por los siglos de los siglos llevamos dejando nuestra cruz sobre el piadoso hombro de un Hombre al que Úbeda llama Jesús. Por lo tanto, al carecer de una premisa (el Cautivo), la sentencia a la que nos referimos nos da la patada por respuesta: no estamos completos, nuestra Semana Santa no es plena, ni imaginemos por un instante que todo está consumado.

No nos rasguemos las vestiduras con el resultado: primero porque la tesis no ha sido elaborada bajo la censura de un auténtico método científico-semanasantero, y segundo porque el ubetense no necesita de adulaciones extranjeras, foráneas y/o exóticas para creer en la Semana Santa perfecta. Lo nuestro ha sido, es y será lo mejor, diga quien diga y caiga quien caiga. Preocuparnos deberíamos, sí, por ejemplo de la pérdida de nuestra identidad.

Se abrirá Santa María y Jesús volverá al lugar de donde nadie debió estar desterrado tanto tiempo. Y volverá Jesús, y no hablaré nada más que de Él, porque toca reflexionar sobre la imagen que durante los siglos de nuestra historia ha aglutinado la devoción cristiana en Úbeda. O el punto cardinal que nos marcaba el norte ha rotado o Úbeda se desboca, perdida en caminos y sendas señalizadas con otros signos. Durante siglos hemos guardado en algún cofre de algún rincón de nuestra casa una túnica morada, y aun sin haberla descubierto y haberle quitado las arrugas y el olor a rancio ha llegado la madrugada del Viernes y nos hemos enfundado el alma con esos ropajes, hemos desayunado envueltos en incienso con un rosco y un trago de anís; hemos bajado sin tulipa por la calle Real para reencontrarnos con Él, para reencontrarnos con nosotros mismos, para descubrir el único momento en el que Úbeda, y nosotros, ubetenses, ha sido fiel a su historia, a su costumbre y al verdadero sentir cristiano que deja de ser individual para en individualidades sentirse plural y único. Cuando muera nuestra memoria, esa que no siendo cofrade es de Jesús, cuando la diáspora ubetense desaparezca de la Plaza Vázquez de Molina momentos antes de las siete de la mañana, cuando esa plaza tan nuestra se vaya quedando vacía de silencios y rezos, de lágrimas y suspiros, y se vaya llenando de risas, jolgorio, resacas, coletazos de insomnio y falta de respeto, entonces, los que vemos la salida de Jesús como el termómetro de la salud de nuestra Semana Santa, tendremos de qué preocuparnos. Y últimamente, si pienso en mis años de chiquillo y los comparo con los actuales, me desvela y me entristece cuando en vuestras mañanas, que hice mías como acérrimo ubetense, llego a mi encuentro con Jesús y no encuentro problemas ni obstáculos para coger el mejor lugar para ver su salida.

¿Se pueden poner soluciones a este despojo que Úbeda y los ubetenses hacen de su pasado y sus costumbres y sus sentimientos y sus devociones? Si la respuesta la encontramos en cambios superficiales, en olvidar las ruedas y acordarse de costaleros, en inventarse músicas donde ha reinado siempre el silencio e importar menudencias que sólo pueden brillar como el oro en otros contextos y en otras hermandades, entonces andaremos (hablo en primera persona del singular porque me siento Jesús) despistados.

Esta cofradía de Jesús, la vuestra y la que debe ser de todo ubetense, es Úbeda en Semana Santa, como el Gran Poder es Sevilla en su Semana Santa, o el Abuelo es Jaén. Úbeda no será más Úbeda un Lunes Santo, o en el Desconsuelo del Jueves Santo, o en el Molino de Lázaro que abre la madrugada; no, esos momentos son apéndices de un busto tallado, a base de historia y respeto, todas las mañanas de Viernes Santo, todas aquellas en las que hemos esperado ese rayo de luz iluminando la cara de Él, en las que nos hemos emocionado con un Miserere sonando entre clamores de gorriones y vencejos, en las que han brotado lágrimas de destierro en los ojos tristes de nuestros emigrantes, todas aquellas mañanas llenas de silencios en las que Úbeda ha dicho, por los siglos de los siglos, hágase mi Semana Santa.

No está en vuestra mano, hermanos de Jesús, volver hacia atrás esta evolución/involución que nuestra Semana Santa lleva sufriendo desde hace algún tiempo atrás. Sólo podéis llegar a ser los únicos testigos de lo que fue y nuestros antepasados quisieron perpetuar como el instante idóneo donde el ubetense, en Semana Santa, debe decir Amén. Si esto ocurre y las siete de la mañana del Viernes se torna en un momento más ocurrido en siete días, de nada servirá que Úbeda tenga un Cautivo, un Nazareno y un Crucificado porque en vez de estar plena, completa y cerrada, se habrá vaciado de todo lo esencialmente trascendente que nos queda.

(Publicado en la revista Jesús 2011)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que, defender lo que uno ama, lo que siente y lo que cree. Nis hace ser personas plenas,palabra que tanto te gusta.
Pero esa plenitud requiere que al ensalzar lo propio no desmerezcamos lo ajeno.
No me considero vivir en el ombligo del mundo, y ni mucho menos creo ser mas por tener en mi "mundo" un cautivo un nazareno o un crucificado. Creo que vivo en el mejor lugar de la tierra por que Dios, Uno solo, no se te olvide quiso que asi fuera.
Y quiso tambien que tuviera un cautivo, un nazareno y un crucificao, Y que tuviera al Gran Poder. Que no es el mejor, puede ser pero es mi padre y mi guia. El que me escucha y ante quien callo. El que me dice que la humildad es lo que nos hara grandes.
Ese es el mio. Ni mejor ni peor. Y Sevilla es mi ciudad, ni mejor ni peor. La mia