Me
pongo muy nervioso. Son los días claves para demostrar que he sido un niño
bueno. Nada puede desviar mi atención. El beso con el que recibo a mi padre al
llegar del trabajo me indica que ha llegado la hora.
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Mamá, dame la basura.
Mientras
ella cierra la bolsa, a hurtadillas, toco el fondo del bolsillo del abrigo para
asegurarme que aún sigue ahí.
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No tardes en subir. No hables con nadie. – Me dice.
Bajo
las escaleras, abro la puerta y me recibe el gélido aliento de la noche. Tengo
que darme prisa o mis padres empezarán a sospechar. Abro la tapa del
contenedor, aguanto la respiración. Ya está. Ahora corre.
El
banco está en la esquina, no lejos, pero lo suficiente para llegar jadeando por
el esfuerzo. Él me está esperando. Lo sé. Me vigila. Y yo no puedo fallar. Saco
del bolsillo el desayuno de cada mañana y se lo ofrezco como cada noche.
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Come, come, Gaspar, - mascullo mientras subo las escaleras - a mi no me engañas.
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