martes, 8 de enero de 2013

A prueba


Me pongo muy nervioso. Son los días claves para demostrar que he sido un niño bueno. Nada puede desviar mi atención. El beso con el que recibo a mi padre al llegar del trabajo me indica que ha llegado la hora.

-          Mamá, dame la basura.

Mientras ella cierra la bolsa, a hurtadillas, toco el fondo del bolsillo del abrigo para asegurarme que aún sigue ahí.

-          No tardes en subir. No hables con nadie. – Me dice.

Bajo las escaleras, abro la puerta y me recibe el gélido aliento de la noche. Tengo que darme prisa o mis padres empezarán a sospechar. Abro la tapa del contenedor, aguanto la respiración. Ya está. Ahora corre.

El banco está en la esquina, no lejos, pero lo suficiente para llegar jadeando por el esfuerzo. Él me está esperando. Lo sé. Me vigila. Y yo no puedo fallar. Saco del bolsillo el desayuno de cada mañana  y se lo ofrezco como cada noche.

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-          Come, come, Gaspar, - mascullo mientras subo las escaleras -  a mi no me engañas.


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