Se cuentan cómo son sus hijos.
Amparo se apoya en el carro de la compra mientras luce una bella sonrisa, le
han preguntado por su hijo, el menor, y muestra orgullosa las fotografías que
este le ha enviado desde algún lugar del Caribe, donde disfruta de su viaje de
novios. Aún luce Amparo algún vestigio de su peinado de madrina. Solo le queda
un hijo casadero, a Amparo; aunque vive bien, a ella le daría Dios el regalo de
su vida si se fuera a la tumba con todos sus vástagos casados. Fermina se ha
quedado de pie, no puede cruzar el pasillo y llegar a los asientos del final,
se apoya en un andador del que cuelgan las bolsas de la compra y el prodigioso
bolso donde se guardan tantas cosas. Está hablando con el conductor, aunque hay
un cartel que recomienda no molestarle, ella no puede dejar de preguntarle por
la salud de Joaquín. El Chato se ha sentado en uno de los asientos delanteros,
estos son los únicos donde puede sentarse sin magullarse las rodillas; su
espalda ocupa dos lugares. Se ha reído de una anécdota de la boda del hijo de
Amparo, ahora está reproduciendo un audio de whatsapp, se escucha una saeta al
Cristo de la Humildad, la canta el Tato; el Chato lleva pan desde la panadería
donde trabaja, en un barrio norteño de la ciudad, hasta el hogar del pensionista.
Dice que los romanos ya han comenzado a ensayar. María y sus tres hijas se han
aposentado al final, su trayecto es corto, van cargadas de bolsas; una de ellas
me ofrece un panecillo de aceite, lo acepto, lo saboreo; exquisito. Antoñete
viaja desde la Puerta del Sol, a Messi no lo para ni dios, dice; no llego a
saber cuál es el centro ocupacional al que se dirige, siempre me apeo antes.
Tres meses viendo al mundo sobre
unas muletas. He descubierto un trocito de Úbeda donde se pueden llegar a
escribir miles de historias. Siempre que he entrado en ellos lo hice con una
sonrisa en el rostro, siempre me ha acompañado durante todo mi trayecto. Son
necesarios si valoramos los innumerables minutos que se iban cada vez que las
puertas se abrían, cada vez que Amparo, Fermina, el Chato, María o Antoñete se
subían o se bajaban del autobús urbano
de Úbeda, si valoramos el infierno latente en doscientos metros con ligera
pendiente cuando las piernas no llegan a responder. ¡No vuelvan a hacer
política con ellos, señores gobernantes! ¡No jueguen con los pasos y la alegría
de muchas personas de mi pueblo!
Felices vísperas.
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