martes, 26 de agosto de 2008

¡Para volverse loco!


¡Qué maravilloso invento el frigorífico! Cómo mantiene fresquitas las cervecitas, las aceitunas, las berenjenas en esta bella estación del verano… ¡Maldito sea el maldito ruido que desprende este maléfico frigorífico en esta puñetera estación del año! En el del frigorífico y en el del aire acondicionado, en el mío y el del vecino de al lado, y el de arriba, el de enfrente y el del ático y el de tres barrios más abajo. ¡Cómo me gusta este artilugio! Me refresca las siestas y me reseca las mucosas durante tres meses pero, claro está, me salva de los despertares con la cabeza rociada de sudor y la entrepierna cocida por el calor y el roce. ¿Quién no se ha dormido bajo un cielo estival pleno d estrellas, al arrullo de la melódica rondalla del negro, brillante y simpático grillo? ¡Al carajo!, aunque suene muy gaditano (¡qué bonito lo gaditano: sus playas, sus atardeceres, sus mareas!), con esta aberración en la creación divina, con estos y las chicharras que, aunque son menos molestas para el sentido del oído, son las culpables de que cuando el termómetro marca cuarenta, en mi termómetro interno luzcan diez o veinte grados más: ¿quién no ha acompañado la lectura de un buen libro con la cantinela de estos bichitos? Tres cajas de ibuprofeno, descubrir a Salman Rushdie y no llegar a odiarle simplemente porque es poseedor de una deliciosa prosa olvidadiza-de-estruendos-grilliles. ¿Y los mosquitos, y las arañas, y los saltamontes, y las palomitas? ¿Y el aromático-hacedor-de-ataques-asmáticos llamado insecticida? Pero qué bonito es el verano, sobre todo cuando te quedas sin vacaciones y vez en la televisión la tez morena y cálida de José Luís Rodríguez Zapatero: el mismo que me ha quitado un pellizco de mis ahorros porque la crisis tenemos que pagarla entre todos. ¿Usted qué paga? A usted le pagamos por tocarnos las… por robarnos las vacaciones.

No puede gustarme el verano si en el carajillo a media tarde no me acompaña la bohemia de un ambiente frío y amable, que haga de cada sorbo una delicia y un viaje al país de estas maravillas de nuestro mundo; si abro el armario y me veo paseando por algún rincón de invierno, de esta ciudad de invierno, mirando a la gente como cualquier día de invierno, bajo la lluvia, entre la niebla, a través del gélido universo que rodea nuestra vida en cualquier día de invierno: si abro el armario y me veo paseando por algún rincón de invierno, con las manos arrellanadas entre el suave y cálido tejido de un abrigo de invierno que me esconde bajo mis ojos, haciendo que un paseo bajo el tibio cielo del invierno sea un regalo de los dioses. El calor acaba con mi paciencia, mi actividad y mi conciencia de ser. Sólo el frío me devuelve los cinco meses de Febrero y los otros cinco del primer plenilunio de la primavera: la cochera, mis pasodobles, otra comparsa, el carnaval, el fuego de la Navidad, la ingravidez y la bohemia de los ensayos, el costal, la faja, una cerveza sin sudar, una conversación sin ansiedad, sin prisas, el costas, la faja, el Lunes, la Madrugada, el brasero, la película, el abrazo, los días sin nada, los días con todo, la caricia de la lluvia, la lluvia, el pantalón largo, el carajillo, sin hielo, al cielo, piano, los guantes, bufanda, la feria y el jersey por la noche, la piedra nublada, la piedra mojada… ¡te quieres ir al carajo con el verano!

Hasta el, otrora, delicioso ruido del ordenador me angustia y el papel y la tinta me agotan. ¡Y el grillo no se muere! ¡Para volverse loco!

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