lunes, 10 de noviembre de 2008

El tonto del disfraz


En la tarde del viernes el destino me regalo uno de esos momentos memorables, no por la grandeza y la majestuosidad, sino por la sencillez, familiaridad y cordialidad con la que lo viví. Compartiendo una copa con él, el gran Rafael Martínez Redondo me amonestó en cierta manera por un hecho acaecido en la noche del lunes anterior, cuando junto a otros contertulios debatimos el polémico tema de la monarquía. En dicha reunión, el amigo Rafael, defendía los ideales de la izquierda frente a las hordas, esto lo digo con mucho cariño, de la derecha; pues bien, Rafa me recriminó el silencio que en aquella ocasión pronuncié, dejándole solo en la batalla. Mi excusa, excusa real, fue la que expresaron mis labios: “Rafa, en aquel momento estaba disfrutando de lo que mis ojos veían y mis oídos oían”.

A qué viene esto. Simplemente porque quiero describir aquí, ya que este año ni en los venideros lo haré en ningún otro pasodoble, el modelo básico de eso que llamaré “tonto del disfraz”. El tonto del disfraz es el que, fermentado por la acción del profesionalismo y el perfeccionamiento, se dispone, durante el tiempo que dura la fiesta carnavalesca, a mirarte por encima del hombro, cuando normalmente lo hace a la cara, o yendo más allá ni siquiera te mira, dando a entender con tan altivo gesto que por alguna inexplicable razón, o porque Dios lo quiso así, esos días es un ser superior al que suscribe estas líneas. A eso lo llamaré falta de personalidad en vez de prepotencia.

Ese tonto del disfraz, si habláramos de Semana Santa sería una subespecie de lo que el amigo Salva denominó como “tonto de capirote”, es aquel que se marcha de un teatro, tras el veredicto de un jurado, bueno o malo pero jurado, con el primitivo y, según él, ofensivo gesto del corte de manga, creyendo que al jurado, o al grupo al que va dirigido ese gesto, que seguramente habrá quedado por encima del suyo esa noche, le va a afectar esa rabieta de niño que más que ofender produce risa. También, el tonto del disfraz, es el que pierde el tiempo, o quizá lo gane, tampoco sé de qué habla normalmente, hablando despectivamente y a la espalda de otras agrupaciones; y no puedo pasar por alto aquel tonto del disfraz que puede ser que diga lo siguiente: “gané fuera, pero en Úbeda quedé tercero, luego en Alcacopos quedé por encima de los que ganaron aquí…. Que si patatín, que si patatán”, y que más que un amante de la fiesta parece un jugador de fútbol haciendo cábalas para saber si pasará a la siguiente ronda de la Champions League.

El tonto del disfraz, experto en sacar sonrisas, a veces carcajadas, puede compartir un viaje contigo y de los insultos y tonterías dedicados a esos que no están, que seguramente le han ganado, puede producirte, al principio una amalgama de risas difíciles de aguantar, pero de tan pesado que se pone, cuando lleva cinco minutos ya es difícil de aguantar por el dolor de estómago que producen sus “ingeniosas” ocurrencias despectivas. Ese tonto del disfraz se alegra mucho más por el fracaso ajeno que por los triunfos propios: por algo le llamo tonto en estas líneas.

El otro día, camino de la Taberna Celta, un pub capitaneado por miembros de una comparsa, andaba tras de mí un integrante de otra comparsa con la misma intención que la mía: tomarse un café en dicho establecimiento; a qué viene esta historia… Silencio, voy a describir a otro tonto del disfraz. Sigamos. En la acera de enfrente se encontraba otro miembro de la misma comparsa del que seguía mis pasos que, dirigiéndose a éste, dijo: “¡¿No pensarás dejarle tus dineros al (nombre del propietario del pub, miembro activo de otra comparsa, por lo visto rival)?!”. Sin comentarios. Solo diré que una sonrisa iluminó mi rostro y me dieron muchas ganas de gritar: ¡Tonto!
En fin, juzguen ustedes a estas personalidades que son las que luchan por esta fiesta del carnaval, que dicen que se pierde: normal. Todo esto por una rivalidad, perversa y tonta, de ganar un premio, de ser mejor que otro para, como dije antes, poder mirar por encima del hombro. Ojalá pudiera cantar en el teatro Ideal esa noche mágica de la final sin optar a ningún premio, simplemente por el hecho de cantar y sentir las emociones que se viven sobre esas tablas, o el premio que me dieran me permitieran darlo a quien lo necesitara porque para tomarme unas copas cada noche y hacerme un disfraz tengo muchos meses para financiarlo. Así, quizá, viviría desde la barrera este mundo en el que, por suerte o por desgracia, abunda tanto tonto del disfraz. Sería como estar en la sala de un cine, disfrutando de una ración de palomitas, disfrutando cada una de ellas mientras te ríes a gusto con una buena comedia. Sería como aquella noche de lunes en la que mi amigo Rafa debatía con aquellas hordas de la derecha sobre temas candentes de la actualidad que a todos nos deberían de importar mucho más de lo que lo hacen. Solo que aquel lunes, ni Rafa ni las hordas eran tontos, debatían y no se insultaban ni despreciaban ni se reían recíprocamente unos de otros; claro que tampoco tenían un carnaval que emponzoñar.

2 comentarios:

Manuel Madrid Delgado dijo...

Amigo Antonio, puedo garantizarte que en todos sitios hay tontos del disfraz, tontos del capirucho, tontos de la corbata, tontos del carguillo, tontos del puestecillo, tontos de todo, vamos. En realidad son pobres criaturas que, hablando castizamente, no dan para más: son incapaces de ver por encima de sus ideas, son incapaces de pensar que pueden estar equivocados y que el otro puede tener razón (por eso no saben discutir y por eso es imposible discutir con ellos). A estas alturas yo no distingo ya entre las hordas de la derecha y las hordas de la izquierda, entre los "hunos y los hotros" que diría Unamuno, porque para mí hay ya solo las filas de la inteligencia (con lo que eso conlleva de tolerancia, respeto, generosidad...) y las hordas de la estupidez y de la imbecilidad, que, por desgracia, son las que más abundan en este país nuestro por donde vaga errante la sombra de Caín, que dijo Machado.
Saludos y ten presente que si ladran los intolerantes de la idiotez es que aún cabalgamos los que sabemos que vivimos en el error.

Alberto Román dijo...

Ese tipo de cosas son las que te hacen montarte un Carnaval a tu aire, sin tener que aguantar a ciertos cipotes. En fin, que te voy a contar que no sepas. Creo que, como yo, ya estarás de vuelta.

Saludos, y todos mis respetos.

P.D.: grande El Bicho.