domingo, 21 de diciembre de 2008

25 Años de Gracia

(Texto que sirvió de presentación del DVD... vale más una imagen que mil palabras)

IMÁGENES

Gracia. Y así mil y una veces, a lo largo de veinticinco años. Gracia, Gracia, Gracia.

De qué sirve la palabra cuando el corazón nos prohíbe alcanzar su entendimiento; cuando somos simples marionetas articuladas bailando la triste danza de la palabra de la razón. Si solo podemos abrir los ojos para volverte a mirar, Gracia, y morder esta lengua tan absurda y tan torpe con esta rabia que alimenta mi alma con el árido trigo, sediento y marchito, de esta impotencia de no poder murmurar lo que te claman mis latidos, de no saber expresar el festivo alboroto que bulle en mi sangre. De qué sirve la palabra si solo podemos abrir los ojos para volverte a mirar, Gracia, y quedarnos sondeando el recóndito silencio de nuestras almas.

Cuál es la palabra que le da sentido al silencio, a ese silencio del hombre frente a ti, a ese silencio que es lágrima surcando el mar de nuestra piel, a ese silencio que es mirada perdida en el universo de tu belleza, a ese silencio que viene y va desde tus ojos hasta nuestra conciencia, a ese silencio de nuestras rancias callejuelas tras el paso de tu aroma, a ese silencio que disfraza los sonidos de tu Lunes cuando te reflejas en Mágina y una madrugada sale a tu encuentro, a ese silencio amargo de la luna huérfana de miradas porque hay noches que el cielo es tu palio y las estrellas son solo llama de luz que derrite al tiempo de nuestros pasos. Cuál es la palabra que le da sentido a esa armonía de tu silencio.

Gracia. Y así mil y una veces, a lo largo de veinticinco años. Gracia, Gracia, Gracia.

Un titánico proverbio nos sentenciará, en el ridículo tiempo de nuestras vidas, a esta frialdad de la ficción de la palabra y a este calor tan humano de tus silencios: una imagen vale más que mil palabras. Ahogados por el sereno, soberbio y delicioso perfil de su divinidad solo nos queda hacer el interminable viaje hacia nuestros recuerdos, escarbar las profundidades donde se esconde su mirada, quedándonos en ese silencio tan suyo y tan nuestro y bailando con esas palabras que nunca podremos decirle. Porque somos simples mariposas que se posan sobre el fértil jardín que ella impregna con su gracia.

Gracia. Y así mil y una veces, a lo largo de veinticinco años. Gracia, Gracia, Gracia.


CON UNA FLOR EN LA MANO


Amanecer de Lunes Santo. La cálida cama que ha cobijado nuestros sueños se despereza. El fuego juguetea con el carbón y el aroma inconfundible del incienso impregna cada rincón de nuestras casas, cada rincón de nuestro ser. Se abre la puerta del armario de nuestras ilusiones y, con mimo y recogimiento, arrancamos de sus entrañas una túnica azul y un raso blanco que se posan sobre el improvisado altar de nuestro lecho; un costal y una faja, tan puro el uno tan sumisa la otra, se doblan tan religiosamente antes de ser posados a la vera del hábito; quizá en otros espacios sea una corneta o un tambor; o en otras camas haya algún huequecito para la nueva túnica que nuestros niños vayan a estrenar. Somos presos del Lunes, y en sus mañanas, abrimos incesantemente la puerta de ese dormitorio donde salvaguardamos los sueños que se harán realidad en la pronta noche. Como prodigiosas rosas que durante el día son capullo y esperan a la noche para perfumar con su hermosura.

Son flores las que llevan más de veinte años brotando en el ajado claustro de Santa María en cada amanecer de Lunes Santo, mientras la luz excava en la cera y en la pulcra plata se reflejan los templados rayos de un sol que se inclina para poder contemplarla bajo el palio que ya la endiosa. Y así, mientras en nuestras casas el incienso rocía la tela de nuestros sueños, en el claustro de Santa María Ella ya sonríe a la tarde que languidece porque otro año más será la Reina del Lunes Santo.


NOTAS MUSICALES


Recordamos el pasado, cualquier instante, cualquier momento y cada uno de ellos nos llega a la memoria envuelto en una música que nos habla de todo tipo de sensaciones que vibraban alrededor nuestro. Regresamos a nuestra infancia y en nuestros oídos se agolpan las notas que cantábamos con algún juego, nos paseamos por nuestra adolescencia tarareando aquellas canciones que nos hablaban de los primeros amores y los veranos de destierro. Una canción se convierte en un amigo, un café y una amable conversación. La música va diferenciando las etapas en las que dividimos nuestra vida, evolucionamos con la música. Esta cofradía se ha transformado al mismo tiempo que evolucionaban el sonido del tambor y la corneta.

Atrás quedó aquella Cruz Roja que nos acompañó, ya quedan lejos aquellos penitentes que portaban el grave tambor. Hemos evolucionado al son de la música hasta hacernos agrupación musical uniformada. Hemos madurado y, con nosotros, la música que cada año ha acompañado nuestros pasos en las noches de Lunes Santo.


COSTAL Y FAJA


Es la eterna batalla de un querer y no puedo, es la respiración ahogada de primavera e incienso, es la sangre paseando del corazón hasta el cuello, entre el amor a un hermano y el amor a un madero; es la cúspide terrena que lo eleva hasta el cielo; es cerveza, es cigarro, es un abrazo sincero; es la eterna primavera de un palo callado y muerto; es asfalto, adoquines, “revirás” y “vamos al cielo”; es zapatilla, es un paso, es una caricia al suelo; es imán de las miradas que de vez en cuando bajan del cielo; es ensayo, es silencio, es sudor en verbo hecho; es la firmeza de un corriente y el suave arte de un patero; es la sangre imaginada, es imaginar el infierno cuando estás ganando al tiempo; es la madre, es el padre, el hermano en el que pienso; es la voz del capataz, su palabra que es mi aliento; es un rechinar de dientes, el dolor de mis deseos; es historia de las calles, callejuelas y pasajuelos; es la pausa, es el nervio, es la furia y es el miedo; es querer como Tú me quieres y quererte como te quiero; es el costal, la faja y el hombre que llevan dentro. Es como dijo el poeta: los costaleros, los de la Gracia, ay, quién fuera uno de ellos.



LUNES SANTO

Y el destino nos dejó ser Lunes, ese día que vestimos de azul, ese día en el que impregnamos al viento con nuestras notas musicales y el augusto aroma del incienso. El destino permitió que fuéramos fruto de las entrañas de Santa María, que se abrieran sus puertas para que la Llena de Gracia se hiciera Úbeda. Quién de nosotros recuerda aquella primera vez que se desabrocharon las cancelas de la Consolada cuando cientos de nuestros corazones arremetían con sus latidos contra la serenidad y la calma, cuando aún desconocíamos que se estaban escribiendo las primeras palabras de una historia que, ahora, con veinticinco años, es de las más apasionantes que esta antigua ciudad ha albergado en los archivos de su memoria; quién recuerda aquella primera levantá, los primeros pasos de sus costaleros, cómo fue aquella primera mirada de Nuestra Señora a nuestro pueblo; quién recuerda aquella calle Real del año 87, o aquella Corredera despoblada de gente cuando esta cofradía dibujaba sus primeras sombras sobre el pavimento adoquinado de nuestras calles, o la plaza Primero de Mayo reflejando la única voz que se oía en aquella nuestra primera noche mientras San Pablo era el único testigo de los maravillosos acontecimientos que estaban sucediendo bajo su triste y melancólica presencia, en aquella primera noche que esperaba a la madrugada con la Gracia entre sus brazos.

Quién puede decir lo que fuimos si ahora somos testigos de lo que ahora somos: plaza Vázquez de Molina acunando entre sus vetustos monumentos a la noche plagada de ojos ávidos de verla mecerse entre las barras de su palio, Real de saetas que resquebrajan nuestro penitencial silencio, plaza de San Pedro que nos recibe de la única manera que lo puede hacer un padre que vuelve a ver a su hija, callejones que apagan sus luces a nuestro paso y se abren esos centímetros necesarios para que la belleza deambule entre sus muros y la Gracia entre por cada una de sus ventanas.

Somos pasajeros de un tren que viaja hacia un horizonte abismal en el que no se divisa destino. Simplemente viajamos, nos dejamos llevar por el vaivén de nuestros sentimientos, de nuestros amores, de nuestras imágenes. Simplemente viajamos en un vagón, susurrando nuestras vivencias a una solitaria maleta llena de nuestros recuerdos con Ella, aguardando a que nos deslumbre la luz de la cuaresma que ya nos avisa de que la estación del Lunes se aproxima. Somos pasajeros de un tren que nos lleva de estación en estación, de Lunes a Lunes, con un camino que recorrer y sin un destino al que llegar. Solo nos queda dejarnos llevar, disfrutar de cada estación, de cada Lunes, recordar aquellas estaciones pasadas con añoranza y una sonrisa en los labios y en el alma, y llorar por aquellas en las que ya no podremos descansar junto a la Gracia.

Pero sintámonos profetas de un comienzo: habrá centenarios que no podremos vivir, ni celebrar, pero somos testigos del nacimientos del Lunes, del Lunes Santo. En un futuro podrán vanagloriarse de la historia de esta cofradía; nosotros somos el nacimiento de esta cofradía, el primer corazón que sucumbió a la Gracia bautizando a un yermo lunes como Lunes Santo.

REFLEJOS DEL CIELO

Hay un trocito del cielo que cae en las madrugadas, cuando la Gracia en San Lorenzo se asoma a su Cuesta Granada.

PASADO, PRESENTE Y FUTURO

Abramos el armario del alma y vistámonos con el abandonado disfraz de hombre, cubrámonos con esa tela de piel que se eriza con los sentimientos y con la hermosura de un mundo que descansa al lado de nuestros corazones. Abramos el armario del alma y quitémosle el polvo a las experiencias vividas en un pretérito tiempo al amparo de esta cofradía. Contemos una a una las personas que hayamos conocido porque han sido participes de nuestro tiempo de trabajo y devoción, recordemos nuestras conversaciones, nuestras risas, nuestras riñas, aquellos malentendidos, esos abrazos. Mirémonos en el espejo del tiempo y veamos cuánto hemos cambiado desde que Nuestra Señora de Gracia nos robara un trocito de ser, descubramos esa arruga en el rostro y sintámonos orgullosos, observemos como la nieve se posa en nuestro pelo y riámonos del tiempo porque nunca podrá mermar esa amalgama de sentimientos que día a día van creciendo en nuestro interior; mirémonos en el espejo del tiempo para descubrir que aquel niño que espera ansioso la llegada del Lunes Santo aún habita en nosotros. Abramos nuestros armarios y vistámonos con ese disfraz de hombre que despierte nuestras pasiones; que no nos dé miedo llorar, ni reír, ni enfadarnos, ni entristecernos cuando miremos atrás y veamos el abismo de esos veinticinco años que ya se nos escapan.

Es la hora de descansar en esta plazoleta que hemos construido en estos veinticinco años, de sentarnos en el banco de nuestras vivencias al cobijo de la sombra de este árbol que ha brotado gracias al agua de nuestro amor y nuestro esfuerzo. Es la hora de que el nazareno encienda su luz, el músico despliegue sus partituras y el costalero se apriete el alma. Ha llegado la hora de estrujar el corazón para beber la esencia que estos veinticinco años ha dejado depositada en lo más hondo de nuestro ser. Ha llegado el momento de sentirnos orgullosos de esta hermosa historia que hoy escribimos con las últimas palabras de un primer capítulo, sabiendo que aunque no estemos presentes en el final, somos los creadores del mismo. Un final en el que solo puede estar Ella, la Llena de Gracia, Nuestra Señora de Gracia. Respiremos intensamente, quedémonos en silencio, despojémonos de esta palabra que no puede decirnos nada. Disfrutemos de un pasado que se ha quedado mudo, que ya solo es imagen. Naveguemos por el mar ahora calmado de nuestro pasado y sumerjámonos en las profundidades de 25 Años de Gracia.

3 comentarios:

Antonio M. Medina Gómez dijo...

Gracias Antonio, la verdad que fue una hora muy emotiva, como dices, pero la ocasión así lo requería. Me encantó verte por allí, como también en la Eucaristía del sábado. Un abrazo, hermano.

Anónimo dijo...

Aun hoy, pasado el tiempo en que lo escuchamos por primera vez, me emocionas con tus palabras. Gracias por decir lo que yo también siento. GUS.

Blas dijo...

Como ya comentamos personalmente: magistral, soberbio y emocionante...