viernes, 23 de enero de 2009

La vieja María


Hay una anciana en mi pueblo, que por vieja perdió la vista, abandonada a la rutina de las prendas desoladas por el negro color del desconsuelo. Todos los días, aún cuando el febo no ha escalado el abismal precipicio de la noche, se la ve postrada en el mismo lugar donde descansan sus días; ya cuentan las malas lenguas que es incluso el mismo sitio donde ella se hizo su alcoba para soñar con sus tiempos, ya cuentan las ignominiosas lenguas que es allí donde siempre ha sido, incluso antes de que Santa Lucía la abandonara, pues dicen que antes de la ceguera también anduvo un poco loca. Pero dejemos las absurdas descripciones de un lugar que siempre ha habitado y que mi triste prosa nunca sabrá ponerle un emplazamiento en la mente del desconocido lector, y miremos a esta anciana de mi pueblo, que por vieja perdió la vista, a los ojos del sol, cuando ya la Aurora, de rosáceos dedos, ha iniciado el camino de la mañana. Al calor del día, el viandante que camine a su vera quedará hechizado por la belleza de sus rasgos, pues, aunque vieja, sigue guardando en su piel la lozanía de su pasado, fruto de unos padres que dicen mezclaron sus sangres en lecho sin cancela, la materna moruna y la paterna cristiana, y esa belleza es tan grande que, aquel que no haya cruzado palabra con esa anciana de mi pueblo, no es capaz de percibir el luto que la viste, ni la ceguera de sus ojos. Al calor del día, si generosa es la poesía de su triste figura, mil veces generoso es el viento tripulado por la cantinela de sus relatos, pues, aunque ella sabe que nadie la escucha, siempre está hablando a los que pueden escucharla. Dicen que loca está cuando el romance que es en sus labios alardea del amor que muchos reyes le profesaron, y los duelos que por su querer dignos y honorables señores libraron, derramándose noble sangre sobre el suelo de sus pasos; y por ello la tachan de loca, sin darle el beneplácito de la duda pues nadie sabe de sus años y vecinos más longevos que ella no pueden esclarecer la verdad sobre sus relatos. Tuve la suerte un día, recordado será en los días de mi vida y hasta en el día de mi muerte, de poder aposentarme sobre la caliza de unos de los bancos que hay a su alrededor y donde ella nunca se sienta, y escuchar una historieta distinta a la que estoy contando que de sus labios nació y parecía que solo a mí estaba hablando; me contó que constantemente, detrás de esos gatos que siempre la están mirando, oye murmullos de hombres que día a día, año tras año, siempre se refieren a ella, a su ceguera y a sus largos años, buscando la luz que a sus ojos los libre de la remembranza del olvido y el desconsuelo que mancha la perpetua belleza de su rostro; tuve la suerte un día de escuchar el llanto de esa anciana de mi pueblo, que por vieja perdió la vista, pues dice que esas palabras la seducen y la esperanzan con el deseo de volver a mirar al sol, pero nada es cierto en esas retóricas del viento, pues tras ellas oye la cercanía de unos pasos que se silencian a pocos metros de ella y que se alejan tras el tintineo de una moneda que golpea los adoquines sombreados por su vieja figura. Y es que la anciana de mi pueblo, que por vieja perdió la vista, da realismo a los comentarios que la tachan de falta de cordura, pues ese día allí postrado me contó que loca está desde el día que unos cuatreros, viendo su ajada figura, le dieron propina confundiéndola con una mendicante.

Y allí, en ese lugar que esta triste prosa no supo dar medida, posterga sus ilusiones la que por vieja perdió la vista, pues me contó para despedirse una triste letanía de versos llenos de sombras que algún dios le dijo en el silencio de la noche: me dijo que algún día recobraría la vista pero que seguiría siendo ciega pues así lo quisieron unas propinas.

Dicen las malas lenguas que la anciana de mi pueblo, que por vieja perdió la vista, no tiene nombre que se sepa, ni un apellido de familia. A mí, cuando me despedí de ella, me dijo que se llamaba María. La vieja María.

2 comentarios:

Antonio M. Medina Gómez dijo...

Ganas no me faltan. Lo que me falta es tiempo, pues a las puertas del carnaval siempre me pierdo y no encuentro una sombra donde cobijarme a escribir. Gracias, Antonio, por todos tus comentarios.

Alberto Román dijo...

Precioso.