Hay una escena en la película “La
historia más grande jamás contada”, en la que uno de los testigos de la
resurrección de Lázaro va desde Betania hasta las faldas de Jerusalén gritando
la buena nueva, la mágica noticia del milagro realizado por el Nazareno. Eran
otros tiempos con otras maneras de propagar las novedades que acontecían en la
sociedad; desafortunadamente, hoy en día, la información vuela de tal manera
que de todo nos enteramos, incluso sin querer hacerlo. Pero hoy es un día para
imaginarnos sin medios de comunicación y ser uno de tantos habitantes que ese
pregonero fue encontrándose en el camino. ¿Cuál sería nuestra respuesta al oír
la noticia de la resurrección de Pedro Sánchez?
Sí, Pedro Sánchez ha resucitado.
Tras dos paros cardiacos y la decisión unánime de su equipo médico de
desconectarlo de la maquinaria que aún le permitía respirar, vuelve a volver,
como cualquier poeta diría. Vuelve porque volver solo es posible hacerlo en
España: en el país de la eterna oportunidad, el país donde triunfa el mediocre.
Una España ejemplar en la que caer y caer y caer eternamente es sinónimo de
fuerza, constancia y valentía; y antónimo de insuficiencia, vulgaridad e
imperfección. Pedro vuelve porque en política ha quedado demostrado que los
resultados electorales no forman parte del baremo de la utilidad (ejemplo local
tenemos en la persona de José Robles que aún sigue al frente de la oposición
tras el varapalo recibido en las últimas elecciones), porque en política solo
vale el engaño, la farsa y la mentira: decir lo que todos quieren oír y
quedarse tan pancho; hacer de un monosílabo la propuesta y el argumento, y ver
a las huestes del odio y el rencor ataviarse con la gola que proteja los nuevos
gritos de guerra.
Pedro ha resucitado con su
“noísmo” por sudario. Cierto es que mi anacrónico anarquismo político debería
privarme de escribir cualquier verso concerniente a la política española, pero hoy
solamente se me aturullan en la mente escenas de cine sacro. Empecé con “La
historia más grande jamás contada”, termino con “La última tentación de
Cristo”, de Martin Scorsese y una escena en la que los zelotes se presentan en
la casa de Lázaro para matarlo y borrar de la faz de la tierra cualquier
milagro de Jesús, el Nazareno. Yo hoy sería ese zelote y le ahorraría al pueblo
de España en creer en milagros políticos.
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