Volveremos a nuestras casas. A mancharnos los zapatos de cera
y a frotar la plata de los candelabros que portarán la luz de los cirios,
volveremos a casa. Y limpiaremos el polvo acumulado tras las puertas que se
quedaron cerradas, y encenderemos las luces que hagan brillar el oro de las
coronas y las potencias de nuestras Madres y Cristos, volveremos a nuestras
casas. Y montaremos las columnas que vuelvan a soportar el bamboleo de nuestros
palios, y rezaremos oraciones en la Jerusalén sostenida por nuestros tronos y
nuestros pasos. Volveremos a nuestras casas en las mañanas soñolientas del
domingo, o en las tardes calentadas por Occidente, o en las noches silenciosas
tras el trasiego cotidiano; a fajarnos los riñones y a modelar la arpillera, y
a clavarnos en los pies de Cristo y su Madre a dar izquierdos, al fiel racheo,
al ¡menos paso quiero! Volveremos a nuestras casas, aquellas donde Dios mora
tras el reclinatorio, y las engalanaremos con flores, con damascos y con gente;
volveremos para rezar un Padre Nuestro uniendo nuestras manos y el “Dios te salve María” fundiéndonos en mil
abrazos. Volveremos a nuestras casas a rociarlas de incienso, a enmarañarlas de
rezos, a protegerlas de espanto; a ir abriendo las puertas por donde saldrán
paso a paso, los tambores, las cornetas, los lamentos, los pies descalzos.
Volveremos a casa, volveremos a abrazarnos.
Será así, no hay duda. La Semana Santa ubetense volverá a su
casa, y lo hará más fuerte que nunca. Reforzada por las ausencias que pasearán
este año por las calles de la ciudad y los sueños de todos los cofrades
ubetenses que, en la clausura de sus hogares, forjarán una Semana Santa, la del
2021, que será especial por demasiadas razones. Mientras esto llega, cofrade,
anhélala en tu casa.
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