martes, 15 de junio de 2021

Otro golem ubetense

 


Nos valemos de ejemplos para significar conceptos que a veces son difíciles de asir y sacar del papel donde se nos muestran.

La bondad es uno de ellos. Ser bueno es seguir el modelo del bien que otros, antes que nosotros, dejaron registrado con sus obras y palabras. Los cristianos tenemos el paradigma en la vida de Jesús, en las historias de los Santos; pero son a veces tan perfectos, sin mancha, tan pulcros, que nos empequeñecemos ante ellos y desistimos de emularlos. Por eso, cuando en nuestra vida diaria aparece el bien en la sencillez de un hombre coetáneo, al que vemos andar entre nuestras calles y compartir los espacios que habitamos, rezar a lo mismo que nosotros rezamos, con una devoción gigantesca hacia su Chiquitilla, que viste el hábito de su cofradía sabiendo que será la mortaja en su tumba; cuando somos testigos de un hombre que se dio sin miramientos a los demás, que hizo de la caridad hilo conductor de sus energías, que detrás de un mostrador donde se vendía humo, soplaba con su eterna sonrisa a los problemas de aquellos que llegaban a su estanco pidiendo algo más que tabaco; cuando la vida nos pone en bandeja un modelo de bondad tan sencillo de seguir e imitar, solo debemos dar gracias por la oportunidad que nos brinda.

Esteban Valenzuela Martínez ha sido eso, un espejo donde mirarnos para ver reflejadas las taras y vicios que manchan nuestra imperfección. Esteban ha sido una de esas casualidades que el destino hace brillar para darnos una salida cuando nos aplaste la oscuridad. Esteban era un hombre bueno, con la inmensidad inmersa en los vocablos “hombre” y “bueno”. Otro más, como el Viejo, Antonio Cruz o Manolo Molina, otro puntal de la vida religiosa y cofrade de la ciudad como lo fue el bueno de Julián Moreno. Esteban es otro golem ubetense que nos empequeñece, nos apoca, nos desvalora; pero que se nos dio para emularlo si alguna vez queremos aprehender el sencillo concepto de la bondad. Gracias, Esteban. Disfruta de la Gloria junto a tu Chiquitilla, con la eterna sonrisa de tus amaneceres morados.

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