Háganse la imagen que les plazca en sus cabezas tras las palabras que a continuación voy a decir con toda la seriedad que me sea posible: ya está aquí, ya se nos va viniendo julio.
Aunque algunos generosos conciudadanos ya bombardean nuestros
habitáculos conectados a la red, con esas simpáticas fotografías de cervezas,
espetitos, nalgas, pies, uñas pintadas y nuevos modelos de bikinis y bañadores,
todas ellas con el fondo común azulado de nuestro querido y lejano mar
Mediterráneo o el más remoto aún océano Atlántico; aún nos viene lo peor y todo
llega con julio. Ya de agosto ni les hablo.
¿Usted es uno de los agraciados que próximamente hará las
maletas? O por el contrario, ¿es usted uno de los muchos que nos vamos a quedar
en el terruño mojándonos el mondongo con el abrasivo cloro de alguna piscina
municipal? Sea como fuere, tengo que felicitarle, porque con julio, aunque ya
en junio se deja entrever, llega a nuestras vidas el fastuoso animal que iguala
las vacaciones de ricos y pobres, las de mar y las de montaña, las de mesa y
mantel y las de barbacoa piscinera. Con julio llega a nuestras vidas la mosca.
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