martes, 5 de enero de 2010

Recuerdo


Se levantó, sigilosamente, apretando los dientes para neutralizar el punzante escalofrío que penetró en ella a través de sus pies; pudo llegar hasta el tocador gracias a la luz que proyectaba su sedoso camisón sobre el espejo y, antes de que la neblinosa oscuridad desapareciera entre el frío reflejo y el calor reflejado, encendió la luz.

Él, entre las calientes sábanas, no se inmutó.

Tomó asiento y, mientras alisaba sus largos cabellos enmarañados, sonrió ante la belleza, la hermosura y el esplendor que manaban de aquella mirada y aquella sonrisa. Así transcurrieron los minutos hasta que un lejano ruido de pasos fue acercándose hasta la puerta.

Apagó la luz, todo se sumió de nuevo en la oscuridad. La puerta se abrió.

- Madre, vuelva a la cama. Hace frío. No despierte a padre.

Una mano agarró su brazo y le hizo recorrer el camino a la inversa, despojándole del frío, devolviéndole al lesivo calor del sueño.

La puerta se cerró y el ruido de pasos se alejó hasta perderse entre los chirridos de una vieja cama. Encendió la luz de una centenaria lamparita de noche y antes de retirarla pudo ver la vejez de su mano. Contempló el espejo y el reflejo le devolvió la belleza, la hermosura, el esplendor de una joven mujer que sonreía entre los marcos de un cuadro. Puso de nuevo los ojos sobre la marchitada mano que presionaba el interruptor. La luz se apagó.

- ¡Qué bella soy!

Él, entre las calientes sábanas, no se inmutó.

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