Hay tantos soles como piedras son iluminadas por el
candente astro. Hay un sol por cada patio de vecinos rescatado de la turbia
claridad de la noche; un sol por cada
balcón que se abre a Oriente en cada mañana ubetense; un sol pinturero que
dibuja las calles para el devenir de los días; y entre los infinitos soles de
Apolo, hay uno que se asoma desde 1927 a colorear de anaranjado adobe la
fachada de este ya viejo inmueble que lo único que ensucia su nombre es su
propio nombre.
El mutismo de las mañanas junto a esta fachada neo-mudéjar
nos invita a oír el eco de los días pasados en el interior de sus muros. Es la
historia la que, más clara que entre las letras de un libro, nos habla y nos
seduce con la visión, el tacto y el perfume de los inmuebles donde los días se
empeñan en habitarse. Este edificio, me habla de mis abuelos, los verdaderos
intérpretes de la historia de este edificio y, por ende, de la historia del
conflicto civil español y de la posguerra y la dictadura franquista. Ellos
contaban la historia tal y como fue, sin un rescoldo de resentimiento o ira
hacia los días pasados; hablando en un presente de un pasado que fue y que solo
fue eso: un pasado; un pasado del que solo debemos aprender a aprender, dejando
a un lado extremismos surgidos en un remoto tiempo, a los que algunos, con sus
palabras, sus gestos y sus edictos pretenden resucitar de las cenizas donde
debieran reposar por siempre.
Estas piedras son las cenizas de Úbeda, y como
vestigio que es, como palabra inerte que nos habla y nos enseña, no pueden ni
deben ser derribadas. Este edificio es valentía del hombre que se postra ante
ella para salvaguardar su historia; esta cárcel se erige en nuestra palabra de
ubetenses, ubetenses valientes una vez más, para gritar a los cuatro vientos
que este pueblo es inteligente, sabio y testarudo, que nuestro mayor tesoro es
nuestra historia, que de ella aprendemos: de nuestros errores fundamentalmente:
de la noche del 31 de julio, del miedo a la libertad que impide ser libre, de
la negación del ayer en un hoy que nos impide ser mejores en el mañana. Estas
son las cenizas de Úbeda, las que deben descansar en el baúl de las memorias; y
sería un ineluctable error dejar que las removieran y las esparcieran en los
campos yermos del olvido y la devastación inmobiliaria.
Para qué darle al sol otros balcones si, de los
infinitos que hay, millones siguen cerrados. Quiero seguir paseando por este
acerado y, cuando haya dado treinta pasos más, caer en la cuenta de que he
dejado atrás la fachada neo-mudéjar de lo que fue la antigua Cárcel del
Partido; que entre los resquicios de sus puertas y sus ventanas se escapan
notas musicales de mis hijos en el intento de ser alumnos de las Musas; que en
sus muros descansan decenas de estanterías, con cientos de libros y millones de
leyendas, existencias y poesías; que cae la noche y de nuevo se cierra un
candado que lleva demasiado tiempo exánime, enmohecido por el olvido y la
dejadez de los dueños de la llave. Quiero la llave que abre esta puerta, para
entregársela a su legítimo dueño: el pueblo de Úbeda; inteligente, sabio y
testarudo pueblo; fiel adalid en la lucha por la cultura y la historia en su
ciudad. Quiero mi Cárcel del Partido; el legado de mis abuelos y el regalo para
mis hijos. Quiero no olvidar, quiero seguir aprendiendo. Quiero que el sol siga
despertando sobre su fachada.
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