Digamos que yo soy Charlie, y traigo hasta esta
publicación una cuestión más propia del mes de febrero, mes crítico por lo de
carnavalesco, que de este mes de la Cuaresma cuando nace esta obstinación del
amigo Salva. Y digamos que la traigo aquí porque ya ni el mundo alza la voz y
entona canciones con esta temática en carnaval; y el contenido de este artículo
nos postra a los cristianos, y en este caso a los cofrades, en el cadalso de la
ignominia y la doble moralidad, donde esperamos que nuestros propios actos sean
la soga que abrace nuestro cuello.
Digamos que yo soy Charlie; no Hebdo, sino Charlie a
secas: un hombre cristiano y, por la gracia de Dios, cofrade. Un hombre amante
de su religión y apasionado con sus cofradías. Un vaso medio convencido y un vaso
medio insatisfecho; vamos, un hombre perfecto. Un hombre que duda; y en este
caso duda de la moralidad del hábitat en el que se moverá esta publicación.
Duda del compromiso del mundo cofrade con el sufrimiento y las barbaridades que
sus correligionarios están padeciendo en la actualidad, en ciertas partes de
este mundo. Lo he dicho, pero lo vuelvo a repetir: ¡Nos están matando! Y no
hacemos nada para evitarlo.
Yo soy Charlie y recuerdo como, desde las más altas
cumbres de nuestra Iglesia, se nos instaba, se nos convidaba, a colgar de
nuestras solapas un lazo para posicionarnos a favor de la protesta cuando una
ley zapateresca se postulaba en contra de la vida. Contra la vida, no ya
cristiana (a saber qué fe habría llegado a abrazar el nonato que queríamos que
naciera), sino cualquier modo de vida, ya hubiera sido pobre o rica, sana o
enfermiza, colmada o hambrienta, con un futuro incierto o con una pronta muerte
certera. Y lo recuerdo porque hoy (bueno, siempre ha sido así, de un modo u otro,
en este vergel de almas, se ha atentado contra la vida), más que nunca, miles
de los nuestros (estos sí es verdad, a ciencia cierta, que son nuestros; no
como los nonatos a los que les queda una vida para elegir y profesar) mueren a
manos de la más cruel de las ignorancias, represiones y ultrajes. Hoy, otras
leyes, crucifican, incineran, despeñan, degollan, lapidan, violan, mutilan,
silencian, aplastan y, en fin, denigran a la “raza” cristiana. Y en esta
“raza”, también hay niños. Niños. Los mismos niños que, aunque nacidos, llevan
más de mil años desnutridos y condenados a una muerte venidera, en el vientre
de África, en la “mala” Corea o en la China emergente.
Yo soy Charlie, aquí queda escrito el documento que
he de leer antes de que mi estación de penitencia dé comienzo. Esta es la
palabra que me quema y hierve mi sangre. Queda escrita a sabiendas que ninguna
cofradía alzará la voz, tal y como se hizo aquel año en contra del aborto o,
más bien, en contra de una ley que un partido político postuló en contra del
derecho a nacer de todo embrión creado. Porque defender la vida, si es que se
defendía a esta, es una obligación, no ya de un cristiano cofrade, sino de
cualquier ser humano creado por la gracia de Dios. Y esta no se defiende con un
lazo sobre el hábito penitencial, sino con la voz del corazón que desgarra
todas las entrañas del alma para verterse al viento, al oído, a las conciencias.
Yo soy Charlie, y antes de que nuestros iconos
sagrados puedan caer en manos de la barbarie y la obcecación ignorante de unos
locos demonios, me hago piedra rota y desplomada para mostrar de forma activa,
mi repulsa hacia los demonios que atentan contra lo que soy: un ser humano
libre, con valores cristianos y preso en la honradez de afrentar a quien desee
estigmatizarme.
Yo soy Charlie, y traigo estas palabras más propias
de carnaval que de la Semana que nos viene; porque esto ya no requiere de
carnaval ni de Semana Santa para denunciarlo; requiere de vida, de moral y de
compromiso. En uno, se han perdido en el tedio de escribir buscando el falso
aplauso y el reconocimiento de un concurso; en la otra, nunca tuvieron cabida,
pues en ella evangelizamos con Jesús y su Madre en la calle, y con Ellos todo
queda dicho: el error no es que ahora no se diga nada, el error es que no se
tuvo que haber dicho nada. Como dijo El Roto, poniendo en boca del crucificado:
¡Lo que me faltaba, lacitos!
Yo soy Charlie, y sólo Tú me bastas. Tú, y no el
doble que se hace de Ti en la tierra.
(Publicado en la revista El Sudario 2015)
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