Nos están matando. Y no podemos dejar de clamar que
es así. Por ser esclavos de nuestra Fe, de nuestro Amor, de nuestra Esperanza y
de nuestro Credo; por llamarnos cristianos, que así son los seguidores de
Cristo y de su Palabra; por practicar la Caridad con nuestros semejantes y
Compartir cada pedazo nuestro, con el suyo y el vuestro. Nos están matando.
Pero no sólo muere la carne, no sólo nos matan el cuerpo, sino que con esta
descabellada guerra a la que nos invitan sin remedio, nos van matando aquello que
realmente nos adjetiva como humanos: la libertad de expresión. Introducen el
miedo en nuestra casa, a través de las múltiples ventanas que el mundo
civilizado ha abierto en nuestras fachadas; nos intimidan con lo que puede ser
si, con lo que puede ser si no; y por ello, por el miedo y por creer que nunca
nos llegará la hora, yacemos en nuestros aposentos asistiendo deshonrosamente
al genocidio de nuestra tribu, y con ella, de nuestras libertades.
El verdadero ser libre es aquel que, creyendo serlo,
hace uso de su libertad para salvaguardarla y amplificarla. Y de eso adolece el
sentir cristiano en la actualidad. Somos libres en la oración, en el ayuno, en
nuestras obras, en nuestra reflexión, en nuestra familia, en nuestro templo;
pero nos quedamos ahí, sin gritar a los cuatro vientos que oramos, ayunamos,
obramos, reflexionamos, amamos y somos, porque somos libres; no gritamos
nuestra libertad, con gritos entusiastas y felices, sino que nos vestimos del
silencio propio de la persona zalamera y agradable que sólo reza y sólo ama. Y
el silencio es la piedra de Abraham donde dejamos caer nuestra Fe para que sea
sacrificada, no ya por Dios, sino por el hombre no cristiano.
Has abierto estas páginas, estás leyendo este
prólogo, y con este simple gesto has roto tu silencio. En ellas encontrarás las
voces de cristianos comprometidos, aquellos que con la buena intención de
contar y narrar sus dudas y sus vivencias predican su Fe, antes y después de
haberla sentido y profesado; encontrarás las crónicas de todos los
acontecimientos de la Hermandad a la que perteneces, esta Hermandad sonora y
expresiva, llena de la Palabra de Dios, que no cesa en el empeño de evangelizar
con sus actos y con sus hombres y mujeres. Encontrarás imágenes porque la
imagen es el lenguaje del pasado, del presente y del futuro; y nadie ni nada
puede cegarnos los ojos y amputarnos las manos. Encontrarás la palabra. La
palabra; la palabra portadora de Dios, descriptiva de Dios, y el arma (si se le
puede llamar así) con la que el cristiano debe combatir en los múltiples
frentes que la sociedad actual le ha ido abriendo últimamente. Has roto el
silencio de la vagancia y el pasotismo, estás siendo leal a tus convicciones o,
si no estás convencido, curioseas entre unas páginas simples y cándidas que
nunca harán daño y que tanto bien pueden aportar a tu entendimiento. Este papel
es el grito paciente de una religión sencilla y amable, que ama y protege, que
reza y proclama la libertad del ser humano, sea cual sea su religión y su raza.
Y hoy, nos están matando. No ya en Oriente Medio
donde la incultura, el fanatismo y la barbarie está acabando con toda aquella
idea que difiera en lo más mínimo de los pérfidos postulados que la religión
que han creado les indica; sino entre nosotros mismos. Nos está matando la
desidia, la apatía, la indolencia y el abandono; nos estamos matando nosotros
mismos si nos dejamos llevar por la comodidad de una religión a medida, de un
autocredo y la lasitud de nuestros fondos y nuestras formas. Nos mata el
cofrade que se preocupa nada mas que de llevar al corriente sus cuotas y vestir
el hábito penitencial el Lunes Santo; nos mata el potencial humano que nuestra
cofradía tiene y que queda en paños menores a lo largo de todo el año; nos mata
la palabra que has soñado, has sentido, has vivido y que has dejado escapar
entre los vientos de tu imaginación, sin antes postrarla en la virginidad de
una de estas páginas: página destinada a ti. Pero estás leyendo y eso es un
grito de esperanza, un respiro, una lágrima de emoción. Aún seguimos
existiendo, hablando y discutiendo, y todo ello en torno a Dios, en torno a
Ella, a nuestra Madre de Gracia. Aún seguimos vivos, aunque se empeñen en
matarnos y nos sigamos arriesgando a callar.
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