viernes, 16 de marzo de 2018

El signo sin significado


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Alrededor de ella todo olía a historia. Era testigo de las cabriolas que las carpas realizaban para pasar de un continente a otro en el pilar abrevadero de la Puerta de Granada. A sus espaldas se levantaba la espadaña limpia y centinela de la iglesia de San Lorenzo, esculpida sobre el promontorio al que se accede por una cuesta cuya iglesia pone nombre. La caliza piedra de la muralla árabe, a cuyos pies discurría el chorro de agua del pilar, recibía el aire, la luz, el alborozo y el lamento del valle del Guadalquivir, abierto a los pies de Úbeda, y la sobrenatural sierra de Mágina. Era una testigo envidiable del paso del tiempo; la calle Cotrina le entregaba los colores que certificaban el inexorable deambular del carro de Apolo por el cielo ubetense.

El hombre había otorgado un simbolismo a su silueta. Debía de ser así porque ningún vehículo traspasaba la línea imaginaria trazada desde el poste de sustentación y el punto opuesto de la otra acera. Tenía un nombre, se llamaba R-101, como salida de alguna de las películas de Star Wars, pero todo el mundo la llamaba por el mismo apodo; era la señal de “prohibido”. Aunque esa prohibición solo se refiriese a la circulación del tráfico, el hombre maniático por apocopar nuestro vasto lenguaje le había otorgado una excesiva carga de responsabilidad que no le correspondía.

Aquella tarde algo extraño estaba por llegar. Era Lunes; así con mayúscula, como todos los lunes con una noche mágica en torno a Ella. Había dejado de llover, las nubes empezaban a rajar su solidez y, entre las grietas que iban abriéndose, se asomaba Dios con una claridad excelsa, arañando con sus rayos los verdes campos de olivares que caían desde los límites de la ciudad. En el centro de la ciudad, si se permite ponerle centro a la belleza, empezaban a verse los primeros hombres de trabajadera, con sus ropajes blancos y sus cigarros eternos. En un instante toda la tranquilidad que preñaba aquel espacio abierto al tiempo se turbó. Llegaron con prisas, dos vehículos, algunos hombres se apearon y sacando una escalera que había en uno de los habitáculos se acercaron, herramienta en mano, hacia la solitaria señal de tráfico. Dos tuercas cayeron al suelo, dos tornillos se guardaron en un bolsillo y la R-101, la de “prohibido”, quedó relegada al interior del maletero de uno de los vehículos.

Eran “hombres de Gracia”. Habían ideado la manera de retirar por unas horas aquel elemento de señalización. El motivo no era otro que limpiar de distracciones el camino que la Virgen de Gracia debería recorrer horas más tarde, despojar de señales ajenas a lo que allí estaba por acontecer todas las filmaciones y los negativos que estaban por hacerse. Una acción plena de un simbolismo torrencial fuera de toda lógica mundana posible.

Ella se acerca a nosotros sin ningún tipo de barreras, Ella es amor sin medida, Ella es Misericordia, Ella sin leyes, Ella sin código, Ella… solo Ella. Aquella noche Ella quiso que nada “prohibido” floreciera en su camino, por eso “llamó” a sus hombres y sin mediar ningún papel escrito y firmado los conminó a retirar esa ridícula señal circular que tanto deslustraba su bello andar.

La R-101 volvió a ocupar su lugar una vez que las puertas de Santa María se cerraron tras un triste crujir de la madera. Volvió a realizar las funciones para las que fue fabricada, incluso llegó a entender que aquella noche, por tratarse de las cosas de Ella, su presencia no estaba justificada.

Asemejado este relato a cualquier leyenda, aseguro que este hecho llegó a producirse en la realidad. Hubo un Lunes en que la señal R-101 desapareció de la escena celestial que acontece cada año en la bajada de la Cuesta de San Lorenzo. Ignoro si se pidieron los permisos pertinentes para su retirada (lo de ignoro lo digo con la boca pequeña), solo se es sabido que el permiso de Ella lo tuvimos. El signo de esa señal pierde su significado cuando Ella aparece.

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