Alrededor de ella todo
olía a historia. Era testigo de las cabriolas que las carpas realizaban para
pasar de un continente a otro en el pilar abrevadero de la Puerta de Granada. A
sus espaldas se levantaba la espadaña limpia y centinela de la iglesia de San
Lorenzo, esculpida sobre el promontorio al que se accede por una cuesta cuya
iglesia pone nombre. La caliza piedra de la muralla árabe, a cuyos pies
discurría el chorro de agua del pilar, recibía el aire, la luz, el alborozo y
el lamento del valle del Guadalquivir, abierto a los pies de Úbeda, y la
sobrenatural sierra de Mágina. Era una testigo envidiable del paso del tiempo;
la calle Cotrina le entregaba los colores que certificaban el inexorable
deambular del carro de Apolo por el cielo ubetense.
El hombre había
otorgado un simbolismo a su silueta. Debía de ser así porque ningún vehículo
traspasaba la línea imaginaria trazada desde el poste de sustentación y el
punto opuesto de la otra acera. Tenía un nombre, se llamaba R-101, como salida
de alguna de las películas de Star Wars, pero todo el mundo la llamaba por el
mismo apodo; era la señal de “prohibido”. Aunque esa prohibición solo se refiriese
a la circulación del tráfico, el hombre maniático por apocopar nuestro vasto
lenguaje le había otorgado una excesiva carga de responsabilidad que no le
correspondía.
Aquella tarde algo
extraño estaba por llegar. Era Lunes; así con mayúscula, como todos los lunes
con una noche mágica en torno a Ella. Había dejado de llover, las nubes
empezaban a rajar su solidez y, entre las grietas que iban abriéndose, se
asomaba Dios con una claridad excelsa, arañando con sus rayos los verdes campos
de olivares que caían desde los límites de la ciudad. En el centro de la
ciudad, si se permite ponerle centro a la belleza, empezaban a verse los
primeros hombres de trabajadera, con sus ropajes blancos y sus cigarros
eternos. En un instante toda la tranquilidad que preñaba aquel espacio abierto
al tiempo se turbó. Llegaron con prisas, dos vehículos, algunos hombres se
apearon y sacando una escalera que había en uno de los habitáculos se
acercaron, herramienta en mano, hacia la solitaria señal de tráfico. Dos
tuercas cayeron al suelo, dos tornillos se guardaron en un bolsillo y la R-101,
la de “prohibido”, quedó relegada al interior del maletero de uno de los
vehículos.
Eran “hombres de
Gracia”. Habían ideado la manera de retirar por unas horas aquel elemento de
señalización. El motivo no era otro que limpiar de distracciones el camino que
la Virgen de Gracia debería recorrer horas más tarde, despojar de señales
ajenas a lo que allí estaba por acontecer todas las filmaciones y los negativos
que estaban por hacerse. Una acción plena de un simbolismo torrencial fuera de
toda lógica mundana posible.
Ella se acerca a
nosotros sin ningún tipo de barreras, Ella es amor sin medida, Ella es
Misericordia, Ella sin leyes, Ella sin código, Ella… solo Ella. Aquella noche
Ella quiso que nada “prohibido” floreciera en su camino, por eso “llamó” a sus
hombres y sin mediar ningún papel escrito y firmado los conminó a retirar esa
ridícula señal circular que tanto deslustraba su bello andar.
La R-101 volvió a
ocupar su lugar una vez que las puertas de Santa María se cerraron tras un
triste crujir de la madera. Volvió a realizar las funciones para las que fue
fabricada, incluso llegó a entender que aquella noche, por tratarse de las
cosas de Ella, su presencia no estaba justificada.
Asemejado este relato a
cualquier leyenda, aseguro que este hecho llegó a producirse en la realidad.
Hubo un Lunes en que la señal R-101 desapareció de la escena celestial que
acontece cada año en la bajada de la Cuesta de San Lorenzo. Ignoro si se
pidieron los permisos pertinentes para su retirada (lo de ignoro lo digo con la
boca pequeña), solo se es sabido que el permiso de Ella lo tuvimos. El signo de
esa señal pierde su significado cuando Ella aparece.
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