En este jueves de
vísperas, si hay una palabra que se acerque a nuestros hogares, es el vocablo
“cambio”. El cambio se instala en nuestras calles. Se han sucedido noches
llenas de cambio, noches de traslados de tronos e imágenes, noches de ensayos
donde hombres y mujeres han transmutado la calma y la paciencia inmersa en la
oscuridad renacentista; la han llenado de notas musicales, de racheos y de
trasnoches. El cambio de estación que, aunque el frío se haya instalado en los
últimos días, ya reverbera en el alma, nos aboca a estos días de la Semana
Santa que están bajo el alféizar de la ventana.
Y vemos el cambio en
nuestra Semana Mayor. Solo hay que darse una vuelta por las redes sociales para
darse cuenta que solo nuestras Sacras Imágenes han sido las que han permanecido
indemnes al paso del tiempo. Los cambios de las dos últimas décadas,
encabezados por el masivo cambio de las ruedas por el costal, y que se aupaba
como el cáliz de redención de una Semana Santa -decían que estaba en declive-,
solo ha servido para aseverar esta falta de entusiasmo por parte de esta
sociedad actual. Pero los cambios más significativos se han producido en las
aceras, donde antes no cabía ni un alfiler de devoción, y hoy hay lugar para
amodorrarse tranquilamente con una cerveza en la mano. ¿Volverán a pintarse las
estampas que se mostraron en la Semana Santa del 2017? ¿Volverán a transitar
las cofradías, sobre todo las del Jueves Santo, entre bares atestados de
personas con vasos en las manos; entre bares con las puertas abiertas y las
músicas en el aire? ¿Volveremos a ser espectadores de la despedida ancestral de
Soledad y Santo Entierro con el murmullo de fondo tras la Cruz de Hierro?
Estos, y no otros, son,
bajo mi punto de vista, los cambios más significativos que repercuten en el
lógico desarrollo de los días grandes de la ciudad. Metamos la mano en el pecho
y hagamos examen de conciencia sobre nuestras conductas y nuestra
predisposición al respeto cuando una cofradía deambula por nuestras calles. Si
esto no se cuida, si el decoro no se impone en una fiesta que inevitablemente
lo necesita, entonces habremos abierto la puerta al cambio más lesivo de todos
los posibles.
Felices vísperas.
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