Un limpio e inmaculado cielo azul sobre el que se
dibujaban los lamentos blancos del Viernes Santo fueron la puerta de entrada de
estas palabras con pasado al rincón denostado y necesario de esta revista; El
Sudario. Corría el año 2003, o eso me dice la memoria, cuando con una Utopía me
postré a la vera de los “revolucionarios” de la Semana Santa. Gente joven, con
dudas, con ilusiones, con proyectos, con sueños; que al límite de la Cuaresma
alzaban la voz en una publicación novedosa que, por aquel tiempo, se erigía en
la voz de los sin voz, en púlpito para chacales. Una Semana Santa, la de 2003,
tan distinta a la que hoy está por visitarnos; una Semana Santa tan igual con
la que volvemos a tomar el té. Salva, desde aquella primera lectura, y tras
llegar a conocerme, se empeñó en apellidarme, y aún lo sigue haciendo, utópico.
Utópico tú que, en tu locura, sigues con tu cuento en este mundo tan sesudo y
filósofo.
Todo ha cambiado. Hoy las letras surgen de Úbeda,
las de antaño lo hicieron de Granada; hoy se va haciendo invierno en mi cabeza,
ayer solo había calor dentro de ella. Toda ha cambiado. Los de ayer pedían paso
a gritos, y los de hoy son la imagen visible en el seno de todas y cada una de
nuestras cofradías. Todo ha cambiado. Los de ayer gritaban y se servían de
estas páginas para clamar sus reivindicaciones, y hoy se guardan las vocales en
los bolsillos por miedo a salpicarse, por no manchar una medalla sobre la
corbata, o no manchar la corbata con la medalla. Toda ha cambiado o, al menos,
eso pensamos de los acontecimientos que suelen sucederse a lo largo de los
años; y tras quince años, lógico que todo haya cambiado.
¿Pero qué es todo? Todo es lo mismo de siempre, y
nada es todo lo que ha cambiado. Ni la Sentencia ha sucumbido y sigue haciendo
estación de penitencia portando a su Cristo paciente sobre la cerviz de sus
costaleros. Solo la inercia del tiempo y sus modas han maquillado la cara de
nuestra Semana Santa en su anual paseo por las calles de Úbeda. Eso, o los
aciagos años en los que la lluvia ha estado visitándonos con el primer
plenilunio primaveral, en los que la larga y tensa espera ha propiciado que las
cabezas pensantes de nuestras cofradías hayan rumiado mil y cien ideas con las
que sorprender año tras año. Costaleros, Lágrimas, Prendimiento, portadores,
Penas, Jesús a hombros, portadores, descendimiento, itinerario largo,
itinerario corto, A, B, acólitos, trompetillas, costal, faja, estación de
penitencia, tradicionalistas, revolución; términos todos que han cobrado
sentido en los últimos quince años, que han sembrado de nuevos frutos el vergel
generoso de nuestros días grandes. Benditos
frutos, benditos cambios si todos han surgido del consenso, la ardua reflexión,
el Amor y la Fe. En mi Utopía hablaba de estas cosas: del necesario cambio si
las voluntades lo piden, si el Amor lo pide, si la Fe lo requiere; no se le
podía negar el alimento al pueblo si este germina con el sudor de su frente y
la devoción por la oración. Si mil personas quieren portar a Jesús, quién tiene
más poder que ellos para negar el milagro. Pero la duda me asalta, pero quede
solo como una duda: ¿dónde están las mil personas que han exhortado el cambio?
¿La utopía se cumple por el poder de muchos o por el sueño de unos pocos? Y si
es la última opción, ¿el sueño tiene dueño o si se torna en pesadilla será
propiedad de aquellos mil locos anónimos? Pero quede solo como una duda, pero
quede solo.
Pero todo sigue siendo lo mismo. La General. En
aquella lejana Utopía borraba como un párvulo eso que algunos denominan el
orgullo de Úbeda y, por ende, de los ubetenses. Me inventé una Semana Santa de
procesiones tan largas como sus cofrades quisieran, con itinerarios escondidos
en cada una de las fantasías de sus cofrades, de extraños encuentros entre
cofradías, de días largos de incienso y de esperas sin tiempo ni lugar; una
Semana Santa que no necesitaba de nuestro orgullo, de la mágica noche del
Viernes Santo. Me equivoqué, o mejor dicho, acerté plenamente en el título del
artículo. Seguimos a vueltas con nuestra General, porque esta tiene y debe de
mantenerse por y para la gloria de los ubetenses que la quieren: esos núcleos
reducidos de cofrades que ganan su vida perdiendo el tiempo en torno a sus
cofradías. Abogué por una Semana Santa que sus cofrades fabricaran; cosa igual
que lo que sucede en la realidad. En Utopía no había General porque los
cofrades no necesitaban de esta; en la realidad aún pervive la General porque
la gran minoría de estos necesitan aplacar sus nostalgias con los últimos
vestigios de romanticismo semanasantero, o porque no les queda otra opción que
agarrarse a los machos y participar en el orgullo de Úbeda mediante su junta
directiva y algunos pocos colaboradores. Vivimos tiempos en los que tiene igual
o mayor poder, dentro de las hermandades, un costal o una “trompetilla” que un
nombramiento por parte del Obispado y un bastón de mando; ignoro si para mal o
para bien; y en este tema de la General, estos nuevos dirigentes han cogido voz
y voto. Voz y voto como cofrades que son, como esos todos cofrades con voz y
voto que no deben enmudecer cuando, desde fuera del seno de las cofradías, se
quiere instaurar una carrera oficial enmascarando otros fines bajo el manto de
la Caridad.
Pero no cambia el todo y la base de cualquier
utopía. Las utopías no surgen de la nada, sino que en su nacimiento se nutren
de acontecimientos tangibles que son la realidad que se desea relevar. Y en
Utopía, de forma latente, aún seguían repicando los campanarios al paso de
Jesús; se abrían las mismas puertas que llevan haciéndolo más tiempo que el que
pueda relatar. Utopía no habría podido ser sin el silencio del amanecer del
Viernes Santo, más allá de que el fondo sonoro sea un silencio retenido o un
racheo destemplado; no sería sin la densa neblina en la que se mezclan el negro
y el cardenal del desconsuelo; no se sustentaría sin la búsqueda del primer
penitente en la tarde del domingo, o sin el revuelo contenido a punto de
explotar allá donde la ciudad se hace más pequeña. No cambia el todo y la base.
No cambia Jesús y su Santa Madre, no cambian nuestros recuerdos de la infancia,
ni nuestros recuerdos más noveles. No cambia el sentido último de nuestra
Semana Santa, aún a sabiendas de que el cambio la ha transformado con nuevos sonidos,
visibles e invisibles.
Para bien o para mal somos lo que queremos, y en la
primera persona del plural estamos todos: tú y yo, él, vosotros y ellos; todos
somos nosotros a pesar de que las partes difieran en sus preferencias. Esta es
la Semana Santa que hemos elegido; para algunos una verdadera utopía, para otros
un sueño hecho realidad. El tiempo nos dará o nos quitará la razón. A nosotros
nos queda disfrutar de ella, luchar por ella y conformar esta cacotopía
uniforme en la que podemos seguir soñando con nuestras múltiples utopías.
Ya se encarga Él de poner orden en todo. ¿No?
(Artículo publicado en la revista cofrade El Sudario, del año 2014)
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