martes, 15 de abril de 2008

5876

Es como una fecha de nacimiento: unos números que no han sucumbido al polvo del olvido y que, ayer, se evaporaron de mi inconsciente para hacerse fina lluvia de la nube de la memoria. 5876, un número como otro cualquiera pero con una historia narrada a base de tinta apilada y préstamos de conocimiento.

Se instaló a la temprana edad de once años, cuando la biblioteca del colegio se quedaba pequeña para mis ratos de sueños, aventuras y perspectivas de saber, y con él descubrí un lugar lleno de murmullos silenciosos que se entremezclaban con el eco que de sus estanterías, plagadas de erudito papel, vociferaban los siglos de la cultura. En el Renacimiento enmascarado de esa gran sala comencé a saborear los largos minutos frente a un indefinido número de libros, buscando nuevas lecturas con las que alimentar el emergente pozo de mis sapiencias; explorando nuevas plumas versadas en la literatura que mi curiosidad quería descubrir; allí encontré un lugar para estudiar como el que siempre había soñado: grandes mesas, sillas rústicas, en las que un adolescente como yo parecía un Moisés en el desierto, decenas de diccionarios y contrafuertes en forma de libro donde andamiar mis aprendizajes. También conocí la emoción y las cosquillas en el estómago del primer amor. Allí le puse rostro al nombre de mi colegio y me empapé del eterno atardecer sobre el patio central del Hospital de Santiago.

Con once años y un 5876 me adentré en la majestuosa selva de la biblioteca municipal y quiero recordar la cara de la eterna Pepa cuando entregué la boleta de mi primer préstamo: El nombre de la rosa. Entre esas cuatro paredes estudié lo que nunca aprendí en las noches antes del examen y, de esas benditas estanterías, robé volúmenes de tinta que, tras entender que otros podían sentir lo mismo que yo con ellos, devolvía con exquisita puntualidad inglesa, aunque de vez en cuando me retrasara alguna semana, algún mes… 5876 ó 5.876 como surgía de ese bolígrafo atado a un cordel en los primeros años de nuestra historia. Un número que ayer guió mis pasos hacia donde llevaba tanto tiempo sin ir y donde saboreé de nuevo la cercana caricia de sus paredes curtidas de ciencia y literatura. De nuevo me introduje en el estrecho pasillo novelesco donde tantas horas he pasado y arranqué de sus entrañas un pedazo de su encanto: La tregua, y así, terminaba una improvisada tregua que nos ha tenido tanto tiempo separados.

Ayer, este número, guió mis pasos hacia mi biblioteca, hacia ese lugar donde lo profano y la sagrado se dan la mano; la biblioteca que descubrí cuando niño, sin que nadie me llevara de la mano y a la que algún día acudiré, si la providencia me lo permite, de la mano del que sea mi hijo o mi hija, para enseñarle cada rincón que va desde su casa hasta la biblioteca, para que no olviden nunca ese camino y para marcar su vida con otro número pero con el mismo significado que para mí tiene ese 5876.

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