miércoles, 9 de abril de 2008

BLAS




EL RECUERDO

I

Me desvelé. Acababa así con un mal sueño que no tengo conciencia del tiempo que duró. Me incorporé y enseguida busqué el lugar donde habían quedado mi camilla y mi compañero, bajo unos escombros la vislumbré y mi compañero se acercó al momento hacia donde me encontraba. Miramos a nuestro alrededor, el sacerdote que íbamos a acompañar no se encontraba ya en el sitio; en su lugar, los escombros de un campanario. Miramos hacia donde segundos antes habíamos visto el campanario y ahora el hueco que había dejado estaba rellenado por trazos de humo, polvo y cielo. Al pronto comprendí lo que había ocurrido: una bomba había caído sobre la iglesia. En ese mismo instante me di cuenta que el tremendo pitido que oía desde que me levanté no era el recuerdo de la bomba cayendo, me miré la camisa que estaba coloreada de rojo y al llevarme las manos a los oídos vi que volvían cual mano de Cristo crucificado. No podía oír nada. Mi compañero me guiaba con ímpetu hacía un lugar que yo no entendía; cuando llegamos vimos el poder destructivo que pueden llegar a tener esas terribles gotas de hierro caídas del cielo. Vimos que algunas de las casas cercanas a la iglesia habían sido derrumbadas por el efecto de la onda expansiva. Grité pero no podía oír nada.

II

Me encontraba, como muchos otros días, junto a mis compañeros de fatiga, acurrucado al tronco de un olivo intentando que el sueño pudiera con la incomodidad de aquella posición. Cerré los ojos y comencé a dormir. No llevaría mucho tiempo realizando aquella necesaria acción cuando mis compañeros me despertaron precipitadamente, balanceando mi cuerpo. Todos me gritaban algo. De repente vi la imagen de una niña, rociada de agua, en aquella fría noche de Marzo; parecía como una imagen importada de mi sueño, pero no era así; la imagen era real. Me imaginaba el sonido del roce de sus dientes a causa del frío. De repente dije algo pero no oí nada de lo que dije.

III

Era la época de la recogida de la aceituna y como otros tantos años seguía con la misma cuadrilla y en los mismos campos de siempre. Ese año había un integrante más: el hijo del “güillo”, el cual no había querido seguir estudiando y su padre lo mandó allí con nosotros para que se aplicara en las artes del campo. Fue la peor campaña de mi vida. Ese muchacho no paraba de molestarme; sabía que estaba hablando con los demás sobre mí y seguramente sobre mi candidez, algo que a él le parecía síntoma de anormalidad: creo que me tomaba por tonto. Pero me resarcí de él cuando en un terreno inclinado me dirigí a un ramal que él había atado y le dije… No oí nada de lo que le dije.

EL PRESENTE

I

Son las tres de una fría madrugada de Enero y acabo de venir de una fiesta. Estoy en el cuarto de baño y de repente oigo voces. Es mi abuelo que seguramente se esté moviendo en la cama para darse la vuelta, con el escándalo que ello supone. Las voces siguen y parece como si estuviera hablando con otra persona. ¡Dios!, habrá algún fantasma en la habitación; me parece que no voy a salir de aquí; tengo mucho miedo. Si mis padres lo oyeran seguro que saldrían y entonces sí podré salir; no quiero que mi primer encuentro con un espíritu sea en solitario. Mis padres se han levantado y están chillando a mi abuelo. Ahora es el momento de hacerse el valiente. Entro en la habitación y veo a mi abuelo de pie frente al armario, con los ojos en blanco y chillando: “¡Sacarlos de ahí! Pero no veis que no se pueden mover. ¡Quitadles esas piedras de encima! ¡Ay, qué estropicio habéis formado! ¡Maldita guerra!” Mi abuelo se estaba comunicando con alguien a quien nosotros no podíamos ver, y yo estaba oyendo las palabras que él un día no pudo oír.

II

Mi abuelo se ha calmado un poco, está más sosegado y en la claridad de sus ojos se vislumbra el azul original. Me acuesto en mi cama, a su lado. Estoy temblando, sigo pensando que se está comunicando esta noche con espíritus del más allá. Estoy muy cansado y comienzo a conciliar el sueño, ¡por fin! ¡No!, mi abuelo se está moviendo, ha alzado la sábana; parece que se va a levantar pero no lo hace y en su lugar comienza a chillar: “¡No ves qué chiquilla! Pobrecita, está temblando de frío. Cogedla y acostadla aquí, junto a mí, que este trozo de tierra está calentado por mi cuerpo.” Enciendo la luz y lo veo acostado mirando el pasillo que separa nuestras camas, a la altura de una niña de diez años y, cuando habla, mueve la vista dirigiéndola hacia alguien que yo soy incapaz de ver. Me estoy volviendo loco; yo también miro hacia donde él mira. Mi abuelo me escudriña pero no puede verme. Yo no veo con quien está hablando pero sí he oído aquellas palabras que él no pudo oír aquella noche.

III

De nuevo se ha calmado, ahora si lo oigo respirar tranquilamente. Me duermo y como si de una intuición se tratara me he despertado de nuevo, sintiendo que mi abuelo se va a despertar de nuevo. Quizá no haya dormido en toda esta larga noche. Así es, y ahora oigo en la oscuridad como está moviendo la cortina. Enciendo la lámpara y lo veo que se ha enzarzado con el lazo que ata el cortinaje a la pared. Y no para de quejarse: quejidos de supremacía. Me levanto y me pongo frente a él acariciándole la frente y él me dice: ¡pero, chiquillo, como has atado este ramal! ¿No ves que nos vamos a otro tajo? ¡Anda y quita, que no sabes ni atarte los cordones, espabilao!” Mi abuelo se calma y mira a su alrededor, extrañado me mira y me pregunta: “¿Qué me pasa?” No se lo que te está pasando, abuelo, pero aquellas palabras que tú no pudiste oír aquel día ahora las llevo en mi interior.


IV

Ahora lo ves sentado en su sillón, siempre con su garrota en la mano y no queriendo mirar hacia la televisión porque dice que solo ve cosas blancas y luego no puede dormir por la noche. Lo ves en la ventana, mirando a través de ella cómo viene el tiempo por Baeza, achacando sus predicciones al mayor o menor dolor de sus rodillas. Lo ves, ahora, que cuando se despide de mí lo hace llorando, diciendo siempre que tiene miedo de no volver a verme más; aún sigue creyendo que estoy haciendo la mili; llevo cuatro años haciendo el servicio militar; siempre me pregunta que cuándo me van a dar la blanca. Es muy difícil explicarle que estoy estudiando: se enfadaría mucho con mi madre al saber que no me han buscado aún un trabajo en el que gane dinero. Lo ves que nunca ha tenido miedo por nada y ahora siempre lo tiene cuando llega la hora de la oscuridad, cuando llega la noche; me dice que tiene miedo de volver a ser joven, de ver tanto mal como vio y vivió; me dice que él conoció a alguien como yo en su juventud, alguien que una noche le limpió la frente de sudor. Sudor de una lucha que tuvo por volver a ser el que fue siempre. Una lucha por volver a ser Blas y no su recuerdo.



(Primer premio del concurso de relatos cortos de la Facultad de Ciencias de la Educación de Granada 2002)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MOLINA:
Una pregunta Medina, esto es tullo?

Antonio M. Medina Gómez dijo...

Si, maestro. Un abrazo amigo.